Todos hemos sido un niño de menos de 12 semanas de gestación

Grandes debates nacionales. El color con que solemos asociar la vida ahora aparece como símbolo de una lucha vinculada con la muerte. Con la muerte de miles de niños.

Por Marisa Mosto *


"Sólo serás amado donde puedas mostrarte débil sin provocar la fuerza."
T. W. Adorno


Días atrás los titulares de los diarios anunciaban que "la marcha "Ni una menos" se ha teñido de verde", aludiendo al color de la bandera proabortista en la Argentina. Y era cierto: uno miraba la foto y veía la Avenida de Mayo desde arriba pintada de verde. Miles de personas, sobre todo niñas adolescentes, afirmaba el diario, se unían para gritar "Ni una menos" y a la vez: "Aborto legal en el hospital".

"¡Qué paradoja!", pensé, la calle teñida de verde justamente en esa marcha. El color con que solemos asociar la vida ahora aparece como símbolo de una lucha vinculada con la muerte. Con la muerte de miles de niños. No pude evitar la irrupción dolorosa de una imagen: esa multitud de cabezas que poblaban la calle seguramente serán inferior en número a la cantidad de niños a los que esa ley impediría nacer en las generaciones futuras. La imagen me produjo un nudo en el estómago.

"¡Qué paradoja!", pensé. ¿Cómo no defienden el "Ni una menos" también de las niñas en el vientre de su madre? "Es que sostienen que aún no son niñas", estarás respondiéndome con tus pensamientos querido lector. Pero entonces, ¿qué son? Todos hemos sido "eso". Todos venimos de allí. (A propósito: te recomiendo escuchar la exposición en el Congreso de la científica Bárbara Finn). Es incontestable por muchos motivos. Y también por éste: es un hecho, es una niña, su ADN lo testimonia.

Por su puesto que no se trata de niñas o niños. Pero la paradoja aparecía en ese "Ni una menos". ¿Hay "unas" que son más "una" que otras? ¿Somos conscientes del enorme poder de destrucción que tenemos en nuestras manos?

En noviembre de 2011, cuando parecía inminente la instalación del debate sobre el aborto, escribí en una carta de lectores algo que sigo pensando. Decía allí que: "El aborto es una situación de enorme violencia. No sólo contra la vida del niño, sino que también es un gesto de violencia que la madre se provoca a sí misma, presionada por circunstancias que no le dan salida. Es un gesto de violencia aun por parte de la comunidad, que con gran indiferencia deja a solas a la mujer en esa situación límite. Se trata de múltiples violencias que permite una cultura que está acostumbrada a convivir con la violencia".

"Si ustedes no los quieren, dénmelos a mí", decía la Madre Teresa. La comunidad debería ofrecer a la madre (y al padre, ¿qué ha pasado que hemos borrado al padre del discurso?, ¿lo hemos borrado nosotros?, ¿se ha borrado él?) una alternativa pacífica: la posibilidad de ayuda social, de contención a lo largo del embarazo o también de dar a su hijo en adopción; en definitiva, la oportunidad de que ese niño pueda seguir viviendo, si no con ella, con otros.

Pero somos individualistas y pragmáticos. El aborto parece ser la "solución" más "fácil", "económica" e "higiénica" frente al "problema" que es una importante causa de mortalidad de mujeres en período de gestación. Nos parece natural no hacernos cargo de lo que les ocurre a los otros. Es el estilo de nuestra época.

La ola proabortista ese momento retrocedió y ahora vuelve como un tsunami dispuesta a llevarse todos esos niños. "Que el lugar más inseguro y más peligroso para estar en este mundo sea el vientre de la madre es signo de la desorientación que padecemos", sostuvo la humanista Cristina Miguens en el Congreso. Una exposición maravillosa. Y como tantas otras que he escuchado, los expositores que habían preparado tan bien sus alegatos, tuvieron que sufrir la inmensa falta de respeto de hablar frente a una gran cantidad de sillas vacías y conversaciones paralelas llevadas adelante sin ningún pudor.

"Es una cuestión generacional" me decía una amiga de mis hijos en solidaridad con el espíritu de la época. Pienso que quizás nos encontremos en un momento histórico donde la consciencia del ser humano sobre sí mismo esté todavía inmadura. Así como llevó siglos la toma de consciencia de que la esclavitud era un error, una injusticia y que la dictadura es un atropello inadmisible a la libertad del hombre, tal vez nos lleve unos siglos más entender algo tan simple: "todos nosotros hemos sido un niño de menos de 12 semanas de gestación".

"¿Por qué lloran los niños?" se preguntaba atormentado Dimitri Karamazov en la novela de Dostoiesvki. Y es que para Dostoievski la figura de la violencia por excelencia es el sufrimiento de los niños, impotentes frente a la desmesura de la arbitrariedad de los adultos.

En el mismo diario vi otra foto que reunía también una cantidad de personas con pañuelos verdes presentada con el siguiente título: "Apoyo de un grupo de funcionarios a la despenalización". Había allí unas cincuenta personas ordenadas como en un plantel de fútbol: unos arrodillados otros de pie, para salir en el marco de la foto. Sonreían. "¿Por qué sonríen?", me pregunté. ¿Es que no se dan cuenta de la gravedad de lo que tienen entre manos?


* Doctora en Filosofía (UCA)