Un lamentable discurso de Abbas ante la OLP

El líder palestino, grotescamente, pretendió justificar los crímenes sin precedentes del Holocausto

En los últimos meses la imagen del veterano líder de la Organización para la Liberación de Palestina (la llamada OLP), Mahmoud Abbas, se ha desteñido muy fuertemente. Pero sus recientes palabras, pronunciadas ante la asamblea legislativa de la Organización para la Liberación de Palestina y en presencia de su Consejo Nacional, que se reunía por vez primera en algo más de dos décadas, desataron un verdadero -y ciertamente justificado- vendaval de críticas. Como pocas veces había ocurrido hasta ahora. 

Por su marcado y emotivo contenido antisemita. Cabe recordar que todavía la OLP y Hamás, que es la entidad, también palestina, que gobierna a la Franja de Gaza, aún no han podido construir una posición ideológica común y, menos aún, un andar unificado.

Ocurre que Abbas sostuvo abiertamente que los judíos no fueron perseguidos en Europa por su identidad, ni por su religión, sino "por su función social, ligada a la usura y la banca". Por prestar dinero con intereses, entonces. Así, de alguna manera, pretendió justificar -liviana y hasta perversa y grotescamente, desde la más obvia ignorancia- el crimen enorme del Holocausto. 

A lo que agregó, en una pretendida y supuesta lección de historia, una absurda negativa respecto de la larga presencia del pueblo judío en las tierras de Israel. 

FUERTE REPUDIO

Después de haber evitado expresamente el negacionismo en 2003, cuando Abbas reconoció que el Holocausto fue un crimen de lesa humanidad cometido contra el pueblo judío, de pronto un imprudente y envejecido Abbas se acaba de desdecir. Sus palabras, como cabía esperar, merecieron la inmediata condena de muchos líderes del mundo y generaron una ola instantánea de fuerte repudio. 

El Holocausto fue, en rigor, el resultado perverso acumulado de años de antisemitismo y persecución a los judíos en Alemania y en otros rincones de Europa Central. 

El discurso de Abbas ocurrió poco antes de que los Estados Unidos decidieran trasladar el emplazamiento de su Embajada en Israel a la ciudad de Jerusalem, lo que ciertamente enojó a Abbas y generó su imprudente y precipitado rechazo a cualquier futura medición norteamericana en el conflicto de Medio Oriente. 

Y alimentó, además, las protestas en Gaza. Que de pronto se multiplicaron y culminaron en la que se llamó la marcha masiva del pasado 15 de mayo, recordando lo que los palestinos llaman el Nakba o la catástrofe de 1948, cuando centenares de miles de palestinos dejaron o fueron expulsados de sus casas emplazadas entonces en lo que hoy es el territorio del Estado de Israel.

La fecha señalada coincidió con el comienzo del mes sagrado de Ramadán y con el 70º aniversario de la creación del Estado de Israel y generó toda suerte de reacciones emocionales y hasta violencia, con los consiguientes altercados y víctimas. Todo lo contrario a construir y defender una paz edificada y mantenida, en conjunto, por judíos y palestinos.

MARCHA ATRAS

Advertido de la enormidad de sus dichos, Mahmoud Abbas de pronto retrocedió. Y pidió perdón a los judíos, subrayando que el Holocausto fue el "crimen más atroz de la historia". A lo que agregó, tardíamente, una condena "al antisemitismo, en todas sus formas". El desastre estaba hecho. Sus disculpas ayudan, pero no borran, ni permiten olvidar sus incalificables dichos previos, que lo acompañarán hasta su muerte. Hay cosas que no tienen marcha atrás, parece obvio decirlo. Pero es así. Abbas difícilmente saldrá de una lista infame, la de los negacionistas.

Abbas es todo un problema serio para los palestinos. Tiene 83 años. Acaba de salir de una infección y de problemas pulmonares que derivaron en una cirugía que se ha tenido como menor.

Pero los años, es cierto, no vienen solos. Y generan sustos inesperados, pero con alguna frecuencia inevitables.

La profunda división, aún no resuelta, que existe entre el movimiento de Abbas, Fatah, y Hamas, que se ha adueñado de la cada vez más explosiva Franja de Gaza, no ayuda para nada en la lenta búsqueda de paz en Medio Oriente.

La complica, en cambio. Y Hamas ganó claramente una elección realizada entre los propios palestinos en el año 2006, apenas un año después de que Abbas se alzara con la presidencia de la Autoridad Palestina. Y nada parece sugerir que si, de pronto, hubiera otra elección palestina ahora, los resultados serían distintos. Lo cierto es que desde entonces no se han realizado elecciones entre los palestinos. 

Abbas lleva ya 13 años ejerciendo un mandato que le fuera otorgado, en su momento, sólo por un período de cuatro años. Incómoda situación que por cierto afecta y lastima su legitimidad como líder palestino.

SIN DELFIN

Detrás de Mahmoud Abbas, sin embargo, no aparece quien pudiera ser su eventual reemplazante. Hamas seguramente postulará a Ismail Haniyeh. Pero está claro que, en cambio, Abbas y su facción carecen de quien pudiera ser un delfín nítido del actual presidente.

Las normas dicen que si, de pronto, Abbas falleciera o se incapacitara, su sucesor sería el vocero del Parlamento. Hablamos hoy de Aziz Dweik, un hombre de Hamas, al que los dirigentes de Fatah no aceptan. Otro eventual problema en el horizonte, en caso de tener que poner en marcha una sucesión de Abbas. No menor, por cierto.

Para hacer todo aún más complejo, el dirigente palestino más popular en la actualidad parecería ser Marwan Barghouti, que liderara un grupo violento de palestinos en la Intifada del año 2000 y está preso en una cárcel israelí, condenado cinco veces a prisión perpetua. Lo que parece haberlo transformado, ante los palestinos, en una suerte de héroe principal. Si hubiera elecciones, Barghouti ha anunciado ya que sería, desde la cárcel, candidato. Y tiene probabilidades de vencer a todos los demás candidatos palestinos. 

Hay otros tres candidatos en las gateras: Jibril Rajoub, el actual secretario general de Fatah; Majed Faraj, uno de los negociadores principales en el proceso de paz de Medio Oriente, de buena imagen doméstica y externa; y Mohhamed Dahlan, que vive exiliado en Abu Dhabi, luego de haber sido expulsado de Fatah. A todos quienes se agrega un sobrino del legendario Yasser Arafat, Nasser al-Kidwa, un ex canciller de los palestinos que, sin embargo, acaba de alejarse de Fatah, movimiento en el que alguna vez militara, emitiendo así otra muestra de la debilitante falta de unidad palestina.
Ante lo descripto, no sería demasiado sorpresivo que, al reemplazar a Abbas, sus amplios poderes, que están muy concentrados, sean entonces divididos entre varios dirigentes. Generando así una suerte de liderazgo palestino más compartido y difuso. Más inclusivo y hasta quizás capaz de acercar a sus distintas facciones.