España tardó, pero llegó a la cima del mundo abrazada al buen fútbol

Faltaban apenas cuatro minutos para el epílogo de una final pareja y de pronóstico reservado. Fernando Torres recibió la pelota y envió el centro hacia el corazón del área. Cesc Fábreras tomó un mal rechazo de un zaguero holandés y percibió la entrada franca de Andrés Iniesta por la derecha. El pase salió exacto para que ese hombre con aspecto de oficinista pero dueño de una inteligencia superlativa para jugar al fútbol definiera con un remate cruzado ante la salida del arquero Maarten Stekelenburg. ¡Gol! ¡España por fin era campeona del mundo!  

El festejo de Iniesta se hizo estruendoso, casi impensado en un jugador de apariencia serena que hasta se antojaba incapaz de cualquier exceso temperamental. No era para menos: su selección acababa de darse un gusto que había perseguido durante muchos, muchos años. Era la consagración de un equipo que ya se había ganado los aplausos al obtener la Eurocopa 2008 a las órdenes de Luis Aragonés, desplegando un juego de gran riqueza técnica. Dos años después, en Sudáfrica, extendió su reinado continental a todo el mundo.  Con la conducción de Vicente del Bosque no dejó dudas respecto de la validez de sus pretensiones, a pesar de que no desplegó el fútbol de alto vuelo que había mostrado en el certamen disputado en Austria y Suiza.

Más allá de las formas, España vivía su momento de gloria. Muy lejos en el tiempo había quedado la victoria en la Euro de 1964 en una final contra la Unión Soviética del formidable arquero Lev Yashin con un gol de Marcelino a sólo seis minutos del partido disputado en el mismísimo estadio Santiago Bernabeu. Durante casi medio siglo había perseguido infructuosamente otro éxito. En todo ese tiempo había sido la Furia Roja, una selección que se encomendaba al vigor y a la lucha sin reservas, desdeñando el juego. Cuando cambió, de la mano de Aragonés y en menor medida de Del Bosque en el Mundial, encontró la victoria que lo había esquivado una y otra vez.

Curiosamente, el debut español en la Copa del Mundo, que por primera vez llegaba al Continente Negro, no fue el esperado. Una derrota a manos de Suiza en la jornada inicial del Grupo H sembró dudas sobre las posibilidades del campeón europeo. Cualquier reserva quedó inmediatamente sepultada cuando el equipo se repuso superando a Honduras y Chile. Los goles de David Villa constituían la principal fortaleza de un conjunto que de a poco ganaba firmeza con la dupla Gerard Piqué-Carles Puyol en el fondo y la seguridad de Iker Casillas en el arco.

En los cuartos de final se libró del Portugal liderado por Cristiano Ronaldo. Más tarde penó con un Paraguay que estuvo a punto de enseñarle el camino de salida, pero Oscar Tacuara Cardozo no pudo con Casillas, quien le atajó un penal a los 11 minutos del segundo tiempo, todavía con el marcador en blanco. Al rato, España dispuso de un tiro desde los doce pasos que Justo Villar le contuvo a Xabi Alonso. Los sudamericanos, dirigidos por el argentino Gerardo Martino, se las arreglaron para maniatar a su adversario, hasta que Iniesta frotó la lámpara y brotó el genio que tiene en su cerebro para tejer la maniobra que desembocó en el gol de Villa cuando al partido le quedaban apenas siete minutos. Era el quinto tanto del delantero, que emergía como la gran figura de la Roja que ya había dejado de ser furiosa.

Porque más allá de que sus victorias se daban por la mínima diferencia, España exhibía en Sudáfrica un juego atildado, con sumo respeto por la pelota, pero le faltaba contundencia. Sólo Villa parecía estar a la altura de las circunstancias y enviaba a la red todo lo que se cruzaba por su camino.

Otra ajustada victoria por 1-0 sobre Alemania en las semifinales con un certero cabezazo de Puyol depositó por primera vez al equipo peninsular en la final de una Copa del Mundo. Con apenas siete goles en seis presentaciones estaba claro que se mostraba efectivo y casi invencible en el fondo, pues Casillas sólo había tenido que ir a buscar dos veces la pelota dentro de su arco. No había dudas de que España tenía derecho a soñar con la gloria.

EL CAMPEON Y EL RESTO

En su tránsito hacia el partido decisivo, el elenco de Del Bosque había dado cuenta de uno de los mejores equipos del Mundial: Alemania. Las huestes de Joachim Löw no contaban en Sudáfrica con su capitán, Michael Ballack, ausente por lesión, pero presentaban en sociedad a Mesut Ozil, un talentoso mediocampista de ascendencia turca. Junto con él aparecían varias piezas clave del buen seleccionado del 2006 como Bastian Schweinsteiger, Philipp Lahm, Lukas Podolski, el goleador Miroslav Klose, un gran arquero como Manuel Neuer y un delantero tan joven como letal: Thomas Müller.

Había contado con la colaboración de los árbitros, cuando el uruguayo Jorge Larrionda anuló insólitamente un gol válido del inglés Frank Lampard que pareció una suerte de desquite del bochorno de 1966, cuando los británicos se habían consagrado con un tanto en el que la pelota no ingresó en el arco de su rival. Los alemanes se impusieron 4-1 con dos conquistas de Müller y el eterno aporte de Klose. Y en octavos de final hicieron añicos a una Argentina que planteó espantosamente el partido y fue fácil víctima de los de Löw con un lacerante 4-0 con otros dos goles de Klose, que a esa altura ya sumaba 14 y amenazaba el récord que desde 2006 estaba en poder del brasileño Ronaldo, con 15.

Al igual que cuatro años antes, Alemania alcanzó el tercer puesto. Relegó al cuarto lugar a Uruguay, de sorprendente campaña. El seleccionado dirigido por Oscar Washington Tabárez le tributó una suerte de homenaje a la tradicional garra celeste y con mucho orden y tesón fue superando etapas entregándose a la capacidad ofensiva de dos delanteros fantásticos como Luis Suárez y Diego Forlán.

En los cuartos de final, los rioplatenses eliminaron a Ghana en definición por disparos desde el punto penal. El último remate le tocó a Sebastián Abreu, quien confirmó su condición de Loco picándole la pelota al seguro arquero Richard Kingson. En semifinales cayeron frente a Holanda con un golazo del lateral izquierdo Giovanni van Bronckhorst que fue uno de los más hermosos del certamen. Para orgullo de los celestes, Forlán se llevó el Balón del Oro reservado al mejor jugador del Mundial, en una medida increíble de la FIFA, que por primera vez no premiaba a un integrante de alguno de los protagonistas de la final.

Tan inesperado como el desempeño de Uruguay fue el de Ghana, que con el delantero Asamoah Gyan (quedó en la historia como el único jugador que marró dos penales en igual cantidad de Mundiales), Sulley Muntari, Stephen Appiah, John Mensah y el arquero Kingson, fue el mejor representante africano.

Prácticamente como pasaba en cada edición de la Copa de los últimos tiempos, Holanda volvió a contar con un grupo de buenos jugadores, pero la gran pregunta era si de una vez por todas iba a conformar un buen equipo. Antes de viajar a Sudáfrica no se lo veía como un posible aspirante al título, pero barrió a todos sus rivales en el Grupo E con un ataque eficaz y una defensa rigurosa. Luego, en cuartos de final, se quitó de encima a la debutante Eslovaquia y en la ronda siguiente dejó fuera de carrera a Brasil. En un partidazo por las semifinales terminó con las ilusiones uruguayas y con puntales como Arjen Robben, Wesley Sneijder, Mark van Bommel, Klaas-Jan Huntelaar, Robin van Persie y Rafael van der Vaart se encontró con la ansiada oportunidad de alcanzar el título que no había podido conseguir la maravillosa Naranja Mecánica de 1974 y su heredera de 1978.

Por otra parte, el serbio Dejan Stankovic se adueñó de una marca curiosa y seguramente imposible de igualar: jugó para tres selecciones diferentes. Actuó para Yugoslavia en 1998, para Serbia y Montenegro en 2006 y para Serbia en 2010.

CAOS DE LA MANO DE DIEGO

La Selección argentina afrontó la competición con dos 10 en lugar de uno. En la cancha, Lionel Messi, el mejor jugador del momento, y en el banco Diego Maradona, el más destacado de la historia que emprendía una impensada aventura como entrenador.

Intenso, de humor cambiante, Diego había clasificado a los albicelestes en una dramática eliminatoria y se sentía en la cima del mundo. En la recta previa al Mundial enlazó varias victorias -incluso una sobre Alemania- que aumentaban su desbordante optimismo. El fluctuante carácter del DT hizo que sufriera curiosos y repentinos enamoramientos con algunos jugadores que pasaban de ser piezas clave a quedar relegados entre los suplentes (el caso más paradigmático fue el de Jonás Gutiérrez) y hasta cometió absurdos como incluir entre los 23 del plantel a Ariel Garcé sólo porque había tenido un sueño en el que veía al defensor de Colón alzando la Copa del Mundo.

Así y todo, armó un seleccionado con un llamativo poder de fuego con atacantes como Messi, Gonzalo Higuaín y Carlos Tevez y un mediocampo de marcado tinte ofensivo con Maximiliano Rodríguez y Angel Di María y con Javier Mascherano como único responsable de la marca. Un 1-0 sobre una Nigeria en la que se lució el arquero Vincent Enyeama y luego un contundente 4-1 sobre Corea del Sur con tres tantos del Pipita le abrieron paso al 2-0 sobre Grecia que, ya con el pasaporte a octavos de final consumado, le otorgó al Diez la oportunidad de incluir a una mayoría de suplentes y darle a un todavía muy joven Messi la capitanía por primera vez. Pero, sobre todo, le brindó a Martín Palermo la ocasión de que anotara su nombre entre los goleadores argentinos en Mundiales. El Loco debutó a los 36 años y cerró la cuenta contra los helénicos, en una suerte de final feliz para un cuento de hadas que había incluido un tanto fundamental contra Perú por las eliminatorias.

El siguiente obstáculo fue México y, al igual que en 2006, los albicelestes sacaron del torneo a los norteamericanos. Dos tantos de Tevez -uno de ellos en una absurda posición adelantada no advertida por el árbitro italiano Roberto Rosetti, que era uno de los favoritos de la FIFA- consumaron el triunfo sobre las huestes del Vasco Javier Aguirre, que habían cumplido un buen papel con figuras como el arquero Oscar Pérez, el defensor Rafael Márquez y el delantero Javier Chicharito Hernández.

Ese compromiso de octavos de final había dejado en evidencia los problemas en la marca que tenía la Selección argentina. A Diego, sobre todo, le costaba encontrar a quien pudiera custodiar el lateral derecho de la defensa. Al igual que José Pekerman en 2010, había prescindido de Javier Zanetti, y como no le funcionó el experimento de Jonás Gutiérrez en un puesto que le era totalmente desconocido y tampoco rindió Nicolás Burdisso, decidió improvisar con Nicolás Otamendi, un joven de 22 años que en Vélez se destacaba como zaguero central. Por si fuera poco, Mascherano seguía siendo el único encargado de la recuperación en el medio.

El resultado fue catastrófico. Alemania masacró al equipo de Diego en los cuartos de final y le propinó un 4-0 que por momentos pareció piadoso. Ozil, Bastian Schweinsteiger, Podolski, Müller (hizo un gol) y Klose (marcó dos) fueron imparables para el desordenado elenco nacional. Fracasó el dispositivo táctico del entrenador y tampoco fue positiva la actuación de Messi, quien dejó Sudáfrica sin haber marcado siquiera un tanto.

MAS DECEPCIONES

Una de las mayores decepciones de la Copa fue Francia. Ya sin Zinedine Zidane pero con algunos integrantes del subcampeón de 2006, los galos pasaron con mucha pena y nada de gloria. Las polémicas internas, reflejadas especialmente en los enfrentamientos del técnico Raymond Domenech con referentes como Thierry Henry y Nicolas Anelka y la rebelión impulsada por el defensor William Gallas en respaldo de sus compañeros derivaron en una temprana y humillante despedida en primera ronda con un punto y un gol en tres partidos.

Más indigno fue lo de Italia. El campeón reinante fue una sombra y regresó a su tierra sin victorias y dejando la imagen de un equipo sin ambición y claramente en el ocaso de su vida útil. No fue mejor lo de Brasil, que con la dirección técnica de Dunga y estrellas como Kaká, Robinho y Luis Fabiano se impuso con holgura en el Grupo G, goleó al Chile de Marcelo Bielsa en octavos de final pero no tuvo herramientas para resistir el poderío de Holanda en la siguiente etapa.

El único brasileño que no la pasó tan mal fue Carlos Alberto Parreira. El DT campeón en 1994 dirigió a Sudáfrica, que tuvo un papel bastante digno en el Grupo A, en el que terminó tercero, con los mismos puntos que México, pero quedó al margen por diferencia de gol. El técnico recibió al menos una compensación estadística: sumó su sexta participación mundialista y se convirtió en el entrenador récord en la materia. Condujo a Kuwait en 1982, Emiratos Arabes Unidos en 1990, Brasil en 1994 y 2006, Arabia Saudita en 1998 y Sudáfrica en 2010.

Africa fracasó con equipos que tenían cierto prestigio continental como Costa de Marfil y Camerún, cuyas respectivas figuras, Didier Drogba y Samuel Eto´o, cumplieron opacos desempeños. Otras decepciones individuales fueron el portugués Cristiano Ronaldo, quien marcó un solo tanto en un equipo que sólo alcanzó los octavos de final, y del inglés Wayne Rooney, que dejó la competencia sin gritar al menos un gol.

Y mientras las vuvuzelas emitían su estridente sonido, la pelota Jabulani tenía a todo el mundo a maltraer por las zigzagueantes trayectorias que describía y el pulpo Paul pronosticaba resultados, España y Holanda protagonizaron la finalísima. Fue dura, disputada con tanta intensidad que el mediocampista Nigel De Jong le cometió una infracción brutal a Xabi Alonso que el árbitro Howard Webb no sancionó con la rigurosidad que ameritaba.

Entonces apareció en escena Iniesta y con una calma asombrosa para un momento crucial del partido, sacó el remate cruzado que le dio al buen juego de España el premio que había estado esperando durante ocho décadas.