Tiempo de auge y experimentos

Boom latinoamercano, novela testimonial y nuevo periodismo, las modas.

En 1968 el boom de la literatura latinoamericana estaba en su apogeo. Ese año Julio Cortázar publicó dos libros: 62/Modelo para armar, novela exigente, la primera después del terremoto literario que provocó Rayuela, y La vuelta al día en ochenta mundos, miscelánea más amistosa con el lector.

Con alguna demora llegó a las librerías porteñas Paradiso, obra magna del cubano José Lezama Lima, y pronto se coló en las listas de los más vendidos. De Miguel Angel Asturias, Nobel el año anterior, volvía a circular El señor presidente, y Mario Benedetti ofrecía La tregua. El astro mayor, Gabriel García Márquez, flotaba todavía en la gloria que lo había envuelto el fenómeno de Cien años de soledad, y estaba lejos de producir otra obra maestra. Pero Sudamericana había recuperado El coronel no tiene quien le escriba y la convirtió en éxito de ventas.

El resto del elenco estable del boom atravesaba un período de transición. Un año antes Carlos Fuentes había ganado el Premio Biblioteca Breve con Cambio de piel y no tenía novedades de momento. José Donoso trabajaba en El obsceno pájaro de la noche. Siempre laborioso, Mario Vargas Llosa ultimaba Conversación en La Catedral, su novela más compleja y ambiciosa, que se conocería al año siguiente.
Eran tiempos de experimentación, de mezclas de géneros. Eso que llamaban non-fiction y había florecido en Estados Unidos con A sangre fría de Truman Capote, iba a encontrar en 1968 un nuevo retoño en Norman Mailer. Los Ejércitos de la Noche fue su primer ejercicio en ese acercamiento al periodismo desde la literatura. Bien lo definía el subtítulo: "La historia como novela y la novela como historia".

La misma confluencia, pero en sentido inverso, era la que buscaba el Nuevo Periodismo, otra moda del momento. Uno de sus pioneros, Tom Wolfe, sacó en 1968 dos colecciones de sus crónicas irreverentes sobre una época perturbada: Ponche de ácido lisérgico y La banda de la casa de la bomba. Joan Didion hizo lo propio con Slouching Towards Bethlehem, visión en primera persona de la California que estaba en el epicentro de la "contracultura".

LIBERALIDAD

Esa nueva liberalidad en las costumbres también abastecía a los literatos puros. John Updike la exploraba en Parejas, historia de infidelidades múltiples en una clase media urbana estadounidense arrastrada por la revolución sexual, el tema de la época. Más lejos llegaría Gore Vidal en Myra Breckinridge, obra revulsiva para esos años pero muy leída, cuya protagonista es una mujer feminista que se somete a una operación de cambio de sexo. Un auténtico pionero.

Además, florecían jóvenes promesas. Dos futuros Premios Nobel hicieron su debut en 1968. La canadiense Alice Munro se presentó con A Dance of the Happy Shades, su primera selección de cuentos, alabada por la crítica y muestra promisoria de una calidad que iría refinando con los años. En Francia, Patrick Modiano apareció con La Place de l"Etoile, que veinte años más tarde se conocería en español como El lugar de la estrella.

Para la ciencia ficción fue un año formidable. Uno de los próceres del género, Arthur C. Clarke, publicó 2001: Odisea del espacio, la novela que escribió en paralelo con la película de Stanley Kubrick, que se estrenó en 1968 y es desde entonces un hito en la historia del cine. Philip K. Dick, proveedor inagotable de argumentos para el séptimo arte, entregó ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, obra breve que catorce años después se convertiría en otro clásico, Blade Runner, de Ridley Scott.

¿Y los escritores argentinos? Borges jugaba con monstruos mitológicos en El libro de los seres imaginarios. Manuel Puig debutaba con La traición de Rita Hayworth, un éxito de ventas pese a lo innovador de su estructura. Otra bomba en las librerías fue La señora Ordoñez, de la popular Marta Lynch, que editó Jorge Alvarez, el sello de moda. Haroldo Conti combinaba realismo y emoción en Alrededor de la jaula. Agotado tras el ciclo de novelas históricas iniciado con Bomarzo, Manuel Mujica Láinez se burlaba del boom en De milagros y melancolías. En la categoría de ensayos, Victoria Ocampo proseguía con sus Testimonios (ya en la séptima serie).

El notable Dante Panzeri daba cátedra con Fútbol, dinámica de lo impensado, mientras que la dupla de Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña, autores de la última variante del revisionismo histórico, no faltaban en las listas de los más vendidos. Sus nombres cosecharían fama por otros motivos en los años siguientes.

EXTREMISMO

En 1968 la vanguardia artística había descubierto la política con fervor extremo. Un ejemplo fue la muestra censurada Tucumán arde, concebida en tándem con la CGT de los Argentinos, que causó gran revuelo. 

Rodolfo Walsh dirigía el periódico de esa central gremial que pretendía fracturar el peronismo hacia la izquierda. Eran tiempos inciertos para el autor de Operación Masacre. Volcado al activismo político, no terminaba de abandonar la literatura y se confesaba derrotado por "la perplejidad entre la acción y el pensamiento". Imaginaba otro curso de acción: "...la revolución -escribió en su diario personal el 31 de diciembre de 1968- se hace primero en la cabeza de la gente. Conseguir que el oprimido quiera pelear y ame la revolución; pero conseguir también que el opresor se deteste así mismo y no quiera pelear". No tardaría en poner en práctica esa estrategia de acción psicológica.