Súper Dujovne

Semana económica. La mentada coordinación es hija del pragmatismo que se necesita para negociar con el Fondo Monetario Internacional, instancia que requiere de un solo interlocutor válido. El ministro, de alguna manera, será el vocero.

La televisión se mofó de él. Los noticieros, algunos diarios, lo presentaron vestido de superman, con capa y gesto de super héroe. Nicolás Dujovne, titular de la cartera de Hacienda, ostenta desde esta semana el cargo de ministro coordinador. La designación, pesada mochila si las hay, implica supervisar el trabajo de 9 áreas económicas. La tarea no será sencilla.

Quienes desde hace tiempo exigían la figura de un superministro, una cabeza visible y con voz de mando en el equipo económico, estarán satisfechos por estas horas. Pero Dujovne no parece ser ese tipo de hombre. La mentada coordinación es hija del pragmatismo que se necesita para negociar con el Fondo Monetario Internacional, instancia que requiere de un solo interlocutor válido. El ministro, de alguna manera, será el vocero.

En el organigrama Dujovne tendrá que coordinar los ministerios de Finanzas, Transporte, Trabajo, Interior, Producción, Agroindustria, Energía, Turismo y Modernización, y deberá lidiar con los egos de hombres de peso en la estructura gubernamental como Rogelio Frigerio, Jorge Triaca, Juan José Aranguren o el mismísimo Luis Caputo. Menuda tarea.

La reestructuración arrojó daños colaterales. Los vicejefes de Gabinete, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, cedieron terreno. Ya no son exclusivos de la mesa chica. Y el economista Vladimir Werning, considerado el mentor del 28-D y otrora candidato a suceder a Dujovne, debió renunciar luego de que se evaporara la subsecretaría a su cargo.

La tranquilidad cambiaria vivida esta semana le permitió respirar al Gobierno, luego de que el dólar se mantuviera en la franja de los 25 pesos, chirolas más, chirolas menos. El presidente Macri aprovechó la calma para hacer ingeniería fiscal: se reunió con gobernadores e hizo saber que pretende que las provincias se hagan cargo de planes sociales y obras de infraestructura, entre otros menesteres. Algo así como descentralizar el ajuste. Cualquier parecido con Menem arrojándole por la cabeza los ferrocarriles, el sistema educativo y el sanitario a las provincias, sin los recursos necesarios, es mera coincidencia.

En esta Buenos Aires de calles convulsionadas la sociedad termina distrayéndose con la pirotecnia de conflictos menores. Se quedan con la hojarasca. Pero en el resto del país hay situaciones graves como la que vive la provincia de Chubut, rica en petróleo y gas, donde el gobierno le paga el sueldo en cuotas a los empleados estatales, cancela las obligaciones con los proveedores mediante el uso de una cuasi moneda y el prolongado conflicto docente agranda la brecha educativa entre los que van a la escuela pública y los que pueden pagar instituciones privadas.

Por estas horas el Gobierno intenta reconstruir su mensaje de optimismo. Una dosis de esto se pudo apreciar durante el último congreso del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF), que tuvo lugar el miércoles en un tradicional hotel de Retiro, ese al que algunos soñaban con verlo transformado en hospital de niños durante los años de fuego.

Hasta allí llegó Quintana para decirle a una platea afín que robar y mentir son dos mandamientos que la Argentina ya no puede permitirse. La frase arrancó aplausos de manos amigas. También dijo que esta vez le pediremos un rescate al FMI, pero que no vamos ``con la cola entre las patas''. Y que el organismo, aclaró, ``no pedirá un ajuste devaluatorio'', tal vez porque ya se hizo.

Acto seguido fue el turno del ministro de Finanzas, Luis Caputo, quien señaló que con el crédito del Fondo el Gobierno obtendrá el financiamiento que necesita para cubrirse hasta la finalización del mandato de Mauricio Macri. Estamos más seguros ahora que antes, a merced de la volatilidad del mercado, explicó, tal vez ocultando que acudir al Fondo implica emitir al mundo una señal negativa que, claramente, ahuyentará a los inversores.

El problema con los discursos inflamados de buena onda es que suelen surtir efecto sólo durante las campañas electorales. El resto del tiempo, a lo largo de la vida misma, los problemas agobian.

Sabe la gente que tras la corrida cambiaria su sueldo vale menos, que este año la inflación proyectada roza el 27% -muy lejos de las metas del 15% fijadas por el Banco Central- y que lo que viene es ajustarse el cinturón.

Tan grave es la situación fiscal que hasta los aliados sufren las consecuencias. La necesidad, se sabe, tiene cara de hereje. Tanto es así que el ministro Dujovne analiza la posibilidad de suspender la baja de las retenciones a las exportaciones de soja. Una medida que, de haberla tomado antes, le hubiera permitido al Estado tener algunos dólares más en el bolsillo.

Todo esto en pos de una máxima que Quintana acuñó en el congreso financiero, pero que tiene que ser un pilar de política de Estado, más allá de banderías y divergencias ideológicas: ``El equilibrio fiscal debería ser una institución en la Argentina, algo inobjetable''.