La culpa la tiene el otro

Semana económica. Aquietadas, al menos por ahora, las aguas del mercado financiero, queda la sensación de que el Gobierno sigue mirando la foto con un entusiasmo desmedido. Cuesta comprender la euforia del denominado supermartes, luego de que se renovara el ciento por ciento del stock de Lebac.

A esta altura del partido buena parte de la suerte ya está echada. El país deberá acometer finalmente el ajuste tan temido, una estrategia de ahorro fiscal que impactará directamente sobre el Estado, pero que tendrá su efecto indirecto sobre el sector privado. Como ya lo dijo el ministro Dujovne, habrá menos crecimiento y más inflación.

Aquietadas, al menos por ahora, las aguas del mercado financiero, queda la sensación de que el Gobierno sigue mirando la foto con un entusiasmo desmedido. Cuesta comprender la euforia del denominado supermartes, luego de que se renovara el ciento por ciento del stock de Lebac.

No fue el gesto de confianza de los inversores privados, que ya se fueron en masa vendiendo en el mercado secundario a tasas siderales, sino el fruto de una ingeniería financiera bien trabajada por el Ejecutivo y que logró atornillar la renovación por parte de los bancos argentinos, hoy por hoy principales tenedores de ese instrumento.

Pero vale mirar más allá. En estos dos años de gestión el Gobierno de Mauricio Macri agotó el recurso de hablar de la pesada herencia que le legó el kirchnerismo. Es cierto que se cargó la mochila del cepo cambiario, el litigio con los Fondos Buitres, la inflación alta, el estancamiento, la pobreza del 30%. Eso era, al fin de cuentas, gobernar la Argentina. No era, ni por casualidad, una fiesta con globos amarillos. En definitiva, la culpa era del otro.

Ni siquiera ahora que se ha precipitado la crisis financiera y que hubo que pedir de urgencia el salvavidas al FMI, surge la autocrítica del Gobierno. La conferencia de prensa que el presidente Macri brindó esta semana pecó de altivez. Su error, dijo, fue haber puesto metas demasiado exigentes. El, remarcó, está acostumbrado a esos desafíos supremos. Nosotros no.

Hasta el mismísimo Domingo Felipe Cavallo, otro hombre sin autocrítica y que en la consideración popular ha pasado de príncipe a mendigo, se atrevió a marcar los errores cometidos por el Gobierno desde el minuto 1. Y él, que cabalgó sobre el brioso neoliberalismo, le dijo que fue una grave equivocación desregular el mercado para que las golondrinas vuelen a su antojo. De no creer.
Lo que vendrá es conocido. Lo hemos vivido en décadas anteriores. Mientras el reloj de las Lebac desanda su camino rumbo a otro tenso vencimiento, el Gobierno avanzará en la firma de un acuerdo con el Fondo, que se cocina a fuego lento. Sellado el pacto, la culpa será del FMI.

Todo lo que haya que ajustar podrá ser endilgado, entonces, al organismo internacional. Aseguran, el Fondo no dice qué cortar, pero tampoco presta plata para continuar la fiesta del despilfarro. Cuando las protestas sociales se repitan por un nuevo embate contra las jubilaciones, el sistema laboral o los planes sociales, podrá decirse que hay que cumplir con el Fondo. La culpa será de otro.

En apenas un puñado de días el mercado hizo el trabajo sucio. El cataclismo financiero recortó en un 25% el poder de compra de los salarios, azuzó el riesgo país y alejó inversiones, destrozó el rendimiento de las acciones y los bonos, disparó la venta de seguros contra default, llevó las tasas de interés a las nubes y, por ende, talará el crecimiento de la actividad económica a mediano plazo.

Un economista con fuerte presencia en twitter, académico de reconocida universidad liberal, acuñó en la confianza que genera la charla off the record el mejor ejemplo: "Argentina es como un pibe que hace dos meses se fue a vivir solo, y terminó pidiéndole al viejo que le banque el alquiler, el auto y la prepaga".