Mayo del 68, del mito a la realidad

Hubo una revolución cultural y empezó con el concilio vaticano II, afirma un experto francés. El historiador Guillaume Cuchet desestima las interpretaciones que toman al movimiento de hace cincuenta años como una totalidad coherente. No tiene dudas de que los cambios se hubieran producido de todos modos.

La controversia sobre el Mayo Francés y su herencia es tan antigua como la propia revuelta estudiantil, de la que se cumplen 50 años. De la mano de los "neo reaccionarios", los cuestionamientos empañaron este año la nostálgica celebración que suelen reinstalar los medios del mundo entero para estas fechas. Pero tal vez pasen a ser sólo un nuevo jalón en la larga disputa por las interpretaciones del fenómeno, que los estudiosos llegan al extremo de segmentar por décadas.

Exaltado, añorado, criticado a derecha e izquierda, el Mayo Francés crece o se devalúa. Tan pronto se lo acusa de haber provocado el hundimiento de los valores o incluso un cambio de civilización, como se lo tacha de fracaso, "revolución inhallable" o "farsa" puesta en escena por "hijos de grandes burgueses que rápidamente apagaron sus antorchas revolucionarias para ir a dirigir sus empresas".

Pero el movimiento social que sacudió Francia entre mayo y junio de 1968, y que formó parte de un fenómeno occidental, propio de una generación, mantiene su estatura mítica. En el inconsciente colectivo, el joli Mai sigue seduciendo con su revuelta lírica, sus eslóganes desafiantes y vacuos -"Prohibido prohibir", "corre, camarada, el viejo mundo está detrás de ti" o "seamos realistas, pidamos lo imposible"-, o su utopía de una subversión permanente.

DISTANCIA

Guillaume Cuchet, historiador y ensayista francés, toma distancia de la disputa interpretativa. En una entrevista por correo electrónico con La Prensa, Cuchet, que acaba de publicar en febrero un elogiado libro titulado Comment notre monde á cessé d"tre chrétien. Anatomie d"un effondrement (Cómo nuestro mundo dejó de ser cristiano. Anatomía de un derrumbe), dice que antes de responder haría falta precisar "cuál es la herencia de Mayo".

En este sentido, el profesor de historia contemporánea en la universidad Paris-Est Crétiel advierte que "la crítica global de Mayo del 68, como si formara una totalidad coherente, y como si el movimiento hubiese tenido una suerte de agenda política escondida, que habría puesto en obra enseguida metódicamente, me parece un poco mitológica".

"La referencia a Mayo del 68 en la cultura política francesa actual -explica el profesor- funciona un poco como la referencia a la Revolución en el siglo XIX: se refieren a ella como una suerte de origen mítico que todo lo explicaría y a la cual se imputan muchas cosas, a veces contradictorias".

"Es difícil, cuando se habla de Mayo del 68, diferenciar entre el mito y la realidad", asegura.
En la protesta inicial en la Universidad de Nanterre, periferia de París, que se contagia rápidamente a la Sorbona, confluyen, en efecto, un movimiento anti-autoritario y libertario. De hecho todo comenzó con la demanda vulgar de acceso libre a los dormitorios colectivos femeninos. Pero el reclamo de una liberación de costumbres se mezcla con el rechazo a "la vieja universidad", el imperialismo y la sociedad de consumo que había ganado Francia después de diez años de prosperidad.

Las manifestaciones dieron lugar a una batalla campal con palos, adoquines y cócteles molotov contra la policía, y se extendieron al Barrio Latino, convertido en escenario de barricadas y destrozos. En mítines y asambleas se debaten las estructuras de poder. La agitación atrae una protesta obrera y conduce a la mayor huelga general del siglo, que paraliza la economía y la sociedad durante dos semanas y pone en peligro la propia existencia de la V República.

En los dos meses de protestas hubo al menos siete muertos, más de 2.000 heridos y centenares de detenidos. Hasta que el general De Gaulle recuperó la iniciativa, concedió aumentos del 35% junto con otras conquistas, y convocó a elecciones anticipadas, con lo que todo comenzó a volver a su cauce.

Para Cuchet, este complejo proceso obedece a que "hay muchos Mayo del 68. Al menos tres. En el siguiente orden: una crisis universitaria ligada a la explosión de estudiantes y al carácter anticuado de los métodos pedagógicos y de la organización de los estudios; una crisis social como no se había visto desde las protestas del Frente Popular en 1936 que paralizó todo el país; y una crisis política cuando el régimen de la V República, que llevaba diez años (nació en 1958), apareció de pronto incapaz de hacer frente a la situación, antes de que el general De Gaulle volviera a tomar las riendas y que su partido ganara las elecciones legislativas de junio de ese año".

"La dimensión estudiantil, libertaria y hedonista del movimiento es la que ha dejado los mayores recuerdos, pero no fue la única en su momento", señala el historiador. "Los grupúsculos izquierdistas ultra-politizados, violentos y hasta poco libertarios maniobraron y abastecieron al movimiento de una parte de sus líderes", continúa.

"La dimensión libertaria fue encarnada por uno de los líderes de la contestación, Daniel Cohn-Bendit, que, 50 años después, continúa encarnándola delante de la escena mediática en Francia y en Alemania", explica el profesor.

En cuanto a "la radicalidad política, omnipresente en aquel momento", Cuchet opina que la misma "volvió bastante rápido a apaciguarse en Francia sin dar lugar a derivas terroristas comparables a las que conocieron Alemania o Italia", aclara.

Pese a esto, el historiador subraya que "la transformación de las relaciones de autoridad y la desregulación de las costumbres, permanecieron", si bien admite que otros factores intervinieron en la misma dirección.

Al respecto, Cuchet señala que "el análisis del jesuita Michel de Certeau fue bastante profético cuando decía que Mayo del 68 era una "revolución cultural" que no había encontrado todavía su lenguaje y que, de ese modo, tomaba provisionalmente el de la radicalidad política de extrema izquierda a la espera de uno mejor".

"El evento dejó recuerdos muy fuertes a toda una generación que lo vivió intensamente, como una suerte de happening colectivo que recuerda un poco la ilusión lírica de comienzos de la revolución de 1848 en Francia", continúa.

"Pero detrás de la palabra generalizada, la agitación estudiantil y la politización desmesurada -añade-, iba esa revolución subyacente que fue mucho más difícil de percibir en aquel momento, la revolución cultural, que concernía sobre todo las relaciones pedagógicas y de autoridad, y que iba a desplegar todas sus consecuencias en los años siguientes", argumenta Cuchet, quien sostiene que "la sociedad francesa salió profundamente cambiada".

El antiguo orden, regido todavía por un cuadro mental y moral cristiano, voló en pedazos. ¿Pero fue por Mayo? No, responde Cuchet. "En realidad, la ruptura data de 1965 y coincide, al menos, con el fin del Concilio Vaticano II (1962-1965)".

"Desde hace tiempo se dice en la Iglesia en Francia que las cosas comenzaron a degradarse en el "68", expresa el profesor. "Los católicos de derecha decían "es culpa de Mayo del 68", y los católicos de izquierda "es culpa de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI sobre la contracepción, publicada en julio del mismo año (la píldora contraceptiva, en Francia, fue legalizada en 1967)".

Claro, "la Francia de comienzos de los años "60 era, en el plano religioso, un país católico en un 94%, dentro del cual un 25% de adultos iban a misa todos los domingos", dice Cuchet. "Aun con contrastes geográficos considerables de una región a otra", se trata de una proporción "sin equivalentes en otros lugares de Europa", asegura.

El historiador sostiene que "el año 68 amplificó una tendencia al desenganche religioso que era anterior y que fue desencadenada por el Concilio Vaticano II, sin hablar del hecho de que la descristianización en Francia es una vieja historia que se remonta a la Revolución de 1789".
Sobre si estuvo lejos, entonces, de ser el Mayo Francés una "segunda Revolución francesa", el autor recuerda que "el sociólogo Henri Mendras habló de una "segunda Revolución francesa" para designar el período 1965-1984". Pero añade que hoy se percibe cada vez más que la verdadera fecha revolucionaria fue 1965 y no 1968".

"Esa revolución no fue política, como en 1789, sino económica y social", aclara, y estuvo "marcada por un aumento considerable del nivel de vida, un rejuvenecimiento de la población y una transformación profunda de los niveles de vida".

"A partir de mediados de los años "60 -continúa-, esas transformaciones comenzaron a producir todos los efectos culturales y a traducirse concretamente en el dominio de la liberación de costumbres, del consumismo, del esparcimiento".

"Sin dudas" los cambios se habrían producido de todas formas, "porque se produjeron en el exterior sin haber tenido la necesidad de pasar por un Mayo del 68", responde Cuchet, quien recuerda que "la agitación estudiantil estuvo largamente extendida, porque fue la época de la guerra de Vietnam y del movimiento de derechos civiles en Estados Unidos".