Logros y defectos del renovador

Tom Wolfe (1930-2018) fue pionero del "Nuevo Periodismo".

Hace décadas que Tom Wolfe se enseña en las escuelas de periodismo. El "nuevo periodismo" que contribuyó a fundar medio siglo atrás es ya una materia básica para aprendices que pronto se topan ante la primera gran dificultad del estilo: ¿es posible escribir así? Lo preguntan cada vez que les dan a leer esa repetición de consonantes ("Mmmmmmmmmmmmm") que describen el gusto que producía comer los bocaditos de rochefort rebozados con nuez molida que servían en una de las veladas de "La izquierda exquisita".

Wolfe creía que al repetir diez, quince veces la letra "m" expresaba mejor el placer de probar aquellos bocaditos que si sencillamente escribía, a la vieja usanza, "los bocaditos eran sabrosos". ¿Tenía razón? La respuesta queda a criterio del lector. Y del periodista que trate de imitarlo. No se pierde nada con probar.

Pero el ejemplo exhibe las virtudes y los excesos de esa especie de género literario que Wolfe ayudó a crear. La intención era sana, y estaba bien orientada. Y tal vez nació del inevitable cansancio al que llega un redactor tras pasarse años buscando temas nuevos y formas originales de escribirlos para no caer en la rutina embrutecedora de los lugares comunes y las frases hechas.

CASUALIDAD

En el caso de Wolfe, quien murió el martes pasado a los 88 años, la innovación ocurrió por casualidad. Su primer experimento surgió ante un artículo que no sabía cómo redactar. Urgido por su editor, le entregó las notas que había tomado para ese texto fallido, decenas y decenas de páginas de libreta cubiertas de citas y fragmentos sin ilación. Y fue ese material el que se convirtió en "The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby", luego incluido en el libro homónimo de 1965.

El truco consistía en tomar los recursos de la mejor literatura, que para Wolfe era la novela realista del siglo XIX, y aplicarlos a la crónica diaria o semanal. Había una lista de "procedimientos".

Escribir por escenas sin respetar la típica narración cronológica, era el principal. Luego venía la transcripción veraz de diálogos reales con todos sus modismos, onomatopeyas, insultos o interjecciones. Después estaba el uso de un punto de vista pero contado en tercera persona, algo parecido a lo que en literatura se llama "estilo indirecto libre". Y por último, las descripciones.

Contar lugares, ambientes, atmósferas, espacios, climas, sensaciones, artefactos, muebles, vehículos, cuerpos, gestos.

Todo el "nuevo periodismo" se resume en esa cruza entre dos especies que hasta entonces se habían mantenido separadas. Los pioneros en adoptar la mezcla fueron periodistas y norteamericanos, aunque cada país tiene sus propios precursores y en la Argentina ese lugar suele concedérsele a Rodolfo Walsh, pese a que la genealogía podría remontarse hasta el Facundo de Sarmiento. Después la hibridación vino en sentido opuesto. La literatura non-fiction fue la otra cara de la moneda del "nuevo periodismo". Sus mejores artífices, Truman Capote y Norman Mailer, terminaron siendo agrios rivales de Wolfe y le disputaron a él y a otros de su gremio (Talese, Breslin, Plimpton, Didion, Dunne) la patente del invento.

¿Y los excesos? Más que excesos, dudas. A Wolfe lo acusaban de grabar los diálogos que después transcribía con lujo de detalles (él decía que sólo tomaba notas). Sus descripciones ultra minuciosas pecaban de excesivas. Más que la realidad parecían reflejar la pasión del autor por los rasgos de "status", el interés de un vanidoso ante la vanidad ajena. ¿Y los presuntos monólogos interiores? ¿Y las "Mmmmmmmmmmmmm" y los "Brummmmmmmmmm"? ¿Eran necesarios para situar al lector en el medio de los hechos, o se trataban de otras muestras de la vanidad de un redactor ávido de protagonismo?

Son preguntas abiertas. Como la mayoría de sus colegas del viejo o nuevo periodismo, Wolfe tuvo una mirada irónica, muchas veces satírica, de la realidad que le tocó vivir. Al margen de sus logros o defectos de estilo, sería bueno recordar que en su caso esa ironía estuvo dirigida desde los años "60 contra las modas del progresismo, sus incoherencias, sus contradicciones y sus desvaríos, que eran los mismos en Nueva York, París o Buenos Aires. Gran acuñador de términos, el mundo anglosajón le debe la expresión "radical chic", esa "izquierda exquisita" que alegremente jugaba con la revolución, el terrorismo y las guerrillas desde la comodidad de sus aposentos en Park Avenue. Nadie se burló tanto de ellos como Tom Wolfe.