"No se puede alcanzar la meta de­ inflación de 15% emitiendo al 30"

Ricardo López Murphy analiza el proceso inflacionario y cuestiona la política monetaria. El instrumento elegido no puede estar divorciado del conjunto de la política económica. La alta emisión conspira contra el objetivo. Urgen reformas estructurales para bajar el gasto público.­

Fugaz ministro de Economía durante el agitado gobierno de Fernando De la Rúa, apenas 15 días entre el 5 y el 20 de marzo de 2001, Ricardo López Murphy es de aquellos hombres que se quiebran pero no se doblan. Prefirió renunciar antes que arriar banderas. Lo avala como economista una larga trayectoria liberal, lo suficientemente rica en docencia y experiencias de gestión como para poder analizar el complejo escenario económico argentino, signado por un alto déficit fiscal y una inflación irreductible.

-¿Acuerda con el programa de metas de inflación que lleva adelante el Banco Central o implementaría algún otro tipo de política?­

-La política de metas de inflación es un sistema que lleva adelante la mayoría de los países del mundo. Desde que lo lanzara Nueva Zelanda a comienzos del año '84 el esquema se fue extendiendo al resto del mundo y básicamente reemplazó a los dos mecanismos que había en boga en algunos países. Estos eran el control del tipo de cambio, atarlo a alguna moneda importante y la otra era seguir agregados cuantitativos. Era el modelo que seguía Alemania antes del euro. Hay países que todavía utilizan estos instrumentos. Mi observación a eso es que esas metas no pueden estar divorciadas del conjunto de la política económica. Es decir que tienen que ser metas cumplibles.

-¿Y qué ocurre en nuestro país?­

-En la Argentina hay básicamente dos problemas: uno muy jerarquizado, que es el desequilibrio fiscal que tenemos. Es decir que una meta inflacionaria ambiciosa y un desequilibrio fiscal importante no funcionan. Y además la política económica debe subordinarse a la meta de inflación, lo cual tampoco ocurre. Se trata de un instrumento normal y yo no lo discuto, pero tengo observaciones sobre metas muy ambiciosas inicialmente divorciadas de estos requirimientos en materia de esfuerzo fiscal y coordinación y subordinación de la política económica.

-Aquí es donde, entre otras cosas, juega la actualización de las tarifas de los servicios públicos.

-Ahí está, parte del problema que había que arreglar inicialmente era poner en línea los desequilibrios que se habían producido. Igualmente una estrategia que hubiera seguido es alinear los precios al año 2000, es decir mover todo en magnitudes parejas y una vez alineados dentro de cierta razonabilidad, como ocurría entonces, con precios muy consistentes con los costos económicos, no hubieran ocurrido subas permanentes. Se hubiera arreglado todo de una sola vez. Cuando uno mira lo que había que corregir, el desbalance que se había acumulado, mucha gente quedó estremecida. Entonces se eligió un sendero gradual, que conspiraba con las metas muy ambiciosas de inflación. Si uno va a estar corrigiendo todo el tiempo en magnitudes significativas, eso iba a poner en crisis el cumplimiento de las metas, y si no se cumplen entra en un círculo negativo de credibilidad.

­

ALTA EMISION­

-¿Haberlas cambiado en diciembre afectó la credibilidad del Banco Central?­

-No es tanto el cambio de meta sino la política que se hizo después. La inflación seguía muy alta y se relajó la política monetaria. La variación de la base monetaria está arriba del 30%. ¿Alguien puede creer posible llegar al 15% de la meta emitiendo al 30%? Yo creo que no se puede.

-¿Se está emitiendo tanto como en el último tramo del kirchnerismo?­

-No tanto como en el período preelectoral donde la cosa se había ido de madre. Pero sí muy parecido a los años anteriores. También hay que poner eso en perspectiva. Por alguna razón, salvo en el período de la Convertibilidad, que tuvimos una fuerte estabilidad, siempre hubo alta emisión monetaria. Pero ahí se ve, entonces toda la política se subordinaba a la Convertibilidad. En el período anterior, antes de las mega inflaciones, tuvimos 30 años, entre 1945 y 1975, de una inflación promedio del 30%. Todos los años. ¿Por qué razón? Porque emitíamos y financiábamos al Estado. En el año '75 con la crisis del Rodrigazo se descalabra la economía y en lugar de emitir al 30% anual, pasamos a tres dígidos, de los cuales el primero no era la unidad. Ahí ingresamos en un universo mucho más complejo, con hiperinflaciones del 5.000%. En medio de todo eso asumió Menem, que fracasa en su primer plan y tenemos la segunda hiper, en marzo del '90, que llegamos a 21.000%. Luego de eso fue necesario estabilizar. Todo el país se subordinó a la Convertibilidad. No había especulaciones sobre gradualismo o shock. Todo era consistente. Lo más exigente de la Convertibilidad era que nadie sabía cómo salir sin sufrir una catástrofe, como la sufrimos.

-Un rasgo de ese esquema fue que se respaldaba en el dólar y esto generó un fuerte endeudamiento. ¿Hay parangón con lo que ocurre ahora y el financiamiento del gradualismo?­

-Inicialmente no fue así. El endeudamiento vino en el '95. Al comienzo hubo superávit fiscal, aunque es cierto que esto se produjo como resultado de la venta de las empresas públicas. El endeudamiento nunca fue muy grande. Claro que hubiera sido mejor no tenerlo. ¿Cuál era el espíritu de esa época? ¿Nos veían muy proclives a gastar lo que no teníamos, incluyéndome a mí como ministro de Economía? La situación del superávit primario de entonces era mejor que la de ahora, y la situación estructural era infinitamente mejor.

-¿Por qué razón?­

-¿Qué era lo estructural que había en marzo del 2001 y que era muy importante? Nosotros estábamos pagando al mismo tiempo dos sistemas jubilatorios, el viejo y el nuevo. A medida que pasaban los años el viejo iba desapareciendo y quedaba el nuevo. Pero ahí aparecía un superávit enorme porque se dejaba de pagar en un sistema y quedaban los recursos. Cuando uno veía ese superávit, que era el que yo veía, ese endeudamiento desaparecía con el tiempo. Esa situación era más holgada que la actual viendo los números y era muchísimo más holgada mirando el problema estructural.

-El Gobierno afirma que paulatinamente irá mermando la necesidad de recurrir al endeudamiento externo.

-Lo que dice el Gobierno es que van a reducir la fracción de déficit, cerrándolo en 1% por año de manera de alcanzar hacia el 2021 el equilibrio y de allí en más acumular un superávit primario de 0,5% del Producto que les permita reducir el peso de la deuda. Eso es prudente. La capacidad de endeudamiento del país hay que guardarla para las crisis, no usarlas en tiempos de normalidad. Esa era mi observación en los '90. Tendríamos que haber guardado la capacidad de endeudarnos. No nos endeudamos mucho en esos años, pero nos endeudamos de una manera tal que no tuvimos luego ese instrumento al momento de la crisis.

­

GASTO PUBLICO­

-¿El Gobierno está haciendo lo suficiente para talar el gasto público?­

-Luce muy escarpado el esfuerzo. Yo no veo reformas estructurales que permitan abatir el gasto. No se ve una reforma previsional como la española, una reforma empresaria como la que se hizo en los '90, ni una reforma del Estado a nivel central y de las provincias. Hasta ahora lo que ha habido es una compresión del gasto. Se han sentado sobre los límites presupuestarios pero no se ven cambios. Entonces la pregunta que uno se hace es cuánto aguanta un esquema que sea simplemente comprimir sobre la misma estructura. En mi opinión para revertir este desequilibrio se necesita un cambio de estructura.

-¿La clase política debería tener un gesto de austeridad, aunque esto no mueva el amperímetro del gasto en su totalidad?­

-Siempre los esfuerzos requieren liderazgos y ejemplaridad. Diría que eso sería bueno, sobre todo un debate honesto sobre los dilemas que tenemos. Muchas veces escucho que las propuestas son gaste más, endéudese más. Eso no es realista. Si la opción al Gobierno es una idea fantasiosa de ampliar el déficit, el endeudamiento y la inflación, me parece que no se puede ni comenzar a hablar. Sería bueno que el país enfrentara un debate donde las alternativas fueran realistas. Hay gente que cree y pensadores que no comparto, que afirman que hay que subir brutalmente los impuestos. Eso lo dijo el otro día el profesor José Nun. No lo comparto y lo veo absolutamente inviable.

-No hay mucho margen.

-Nosotros tenemos muy altos impuestos. En la Argentina el impuesto a las Ganancias comienza en ingresos altos. En los países escandinavos o en Inglaterra se paga este impuesto con ingresos bajos. Dicen: gravo con más tasas a las grandes fortunas. ¿Pero cuántas son? Son mil. Lo que da plata son los 20 millones de argentinos si empiezan a poner. Justamente uno de los impuestos que bajó el presidente Macri fue Ganancias. ¿A quién? A la clase media. Ahí es donde duele y donde se recauda. No porque se recaude mucho, sino porque son muchos los que ponen. Eso fue lo que hizo en parte Cristina Fernández cuando congeló las escalas y cada vez ampliaba más la recaudación, y el enojo de la gente. Nosotros tenemos un muy mal Estado porque no hay servicios. No es que se pagan impuestos y a cambio se recibe un excepcional servicio educativo o sanitario. Acá le sacan la plata al contribuyente para dársela a los que viven del esfuerzo de los otros, que son muchos. Hay 20 millones que viven de los subsidios y 8 millones que pagan. Algunos alimentan a dos familias y media más, además de la de ellos.

-¿Qué lectura hace de la reforma impositiva gradual que aplicó Cambiemos?­

-No tengo una valoración negativa y creo que muchas cosas de la reforma son valiosas y entran a lo largo de cinco años. Pero el tema es que en la Argentina hay un tema muy complejo y es que se nos ha hecho carne la idea de que hay que sostener a la propia familia y dos o tres familias más. Y eso genera mucha resistencia. Una cosa es auxiliar a los niños o los ancianos, eso me parece razonable porque los niños no pueden ganar y los ancianos están de vuelta. Pero que me digan que tengo que auxiliar a gente que puede ganar el pan con el sudor de su frente, a mí no me parece bien, salvo por un período transitorio y por un caso de infortunio. No como un modo de vida.

­