Se plantó Sturzenegger

Semana Económica. Las alternativas no son muchas a esta altura del partido. El Banco Central debería emitir menos para dejar de fogonear la inflación por el lado monetario, pero el déficit fiscal obliga y el endeudamiento para financiar el gradualismo debe ser utilizado con moderación.

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La conferencia de prensa que realizó Federico Sturzenegger el último lunes dejó sobre tablas un mensaje claro: el titular del Banco Central volvió a tomar las riendas de la política monetaria luego del fallido experimento de diciembre pasado, cuando el Gobierno decidió cambiar las metas de inflación, impactando de lleno en el proceso de suba de precios.

Aquel 28 de diciembre, en una conferencia de prensa ahora demasiado lejana, Sturzenegger no tendría que haber estado presente. No era su voluntad, le habían torcido el brazo. Tal vez le hubiera alcanzado con enviar algunos directores y luego acatar la orden.

Tres meses y medio después, cuando el Indec publicó que la inflación de marzo fue de 2,3%, quedó en claro que la medida había sido por completo un error. Correr la meta del 12 al 15% trajo aparejada una relajación de la política monetaria contractiva. Y si a esto se le suma que el BCRA emite al 30% anual, como en el último tramo del kirchnerismo, bajar la inflación puede volverse algo así como una auténtica quimera.

El mensaje de Sturzenegger tuvo tono de amenaza. Si en mayo los datos de la inflación no son los esperados endurecerá más su política de altas tasas de interés y secará la plaza a puro Lebacs, tal como manda su manual, que entiende que la inflación es a todas luces un fenómeno estrictamente monetario. Que esto encarezca el crédito y, al mismo tiempo, frene la actividad productiva y aceite la bicicleta financiera, serán cosas que habrá que afrontar. Daños colaterales.

Las alternativas no son muchas a esta altura del partido. El Banco Central debería emitir menos para dejar de fogonear la inflación por el lado monetario, pero el déficit fiscal obliga y el endeudamiento para financiar el gradualismo debe ser utilizado con moderación.

Quienes piensan que el armado de una mesa de diálogo tripartito en la cual intervenga el Gobierno, el sector empresario y los sindicatos, resultaría importante para bajar la inflación, tal como ocurrió en Israel, por citar un ejemplo en el mundo, bien pueden esperar tranquilos a cambie el Gobierno.

En el primer trimestre, modificación de metas mediante, la inflación se azuzó. Tanto que los datos de marzo marcaron también un incremento de 1,9% en los precios mayoristas. Con un acumulado anual del 12%. Así, los objetivos ambiciosos del Banco Central hacen agua por todos lados.

Los meses venideros prometen ser más calmos en esta materia. Ya no habrá efectos estacionales como pueden ser las vacaciones y los gastos de esparcimiento, ni el comienzo de las clases, ni mayores aumentos de tarifas, aunque quedan pendiente en la Ciudad de Buenos Aires una nueva actualización en el precio del transporte.

Los subsidios a los servicios públicos y la marcha del último jueves también son parte del mismo paquete. En economía todo tiene que ver con todo. Un Estado con las cuentas en rojo como el argentino, con un tercio de la población en la pobreza, no puede darse el lujo de pagarle las boletas de luz o gas a los ciudadanos de clase media.

Pero las familias y el sector productivo tampoco pueden soportar una actualización brutal a precios de mercado, cuando los salarios se incrementan un 15% -10% por debajo de la inflación de 2017-, todos los rubros aumentan briosos y los costos se multiplican en materia de insumos, tanto que las consultoras esperan para este año que el IPC marque 22%.

Queda para el final un detalle menor, pero importante desde lo simbólico. No estaría de más que la denominada clase política resignara beneficios, aunque el gesto no mueva el amperímetro del gasto público. Tal vez así le resulte más sencillo al argentino de a pie cargarse la mochila del ajuste. Son medidas ejemplificadoras, pero que requieren liderazgo.