Crónica de un fútbol en el que unos juegan mal y otros dirigen peor

Los errores de Jorge Baliño en River-Godoy Cruz pusieron otra vez al descubierto el pobre momento del arbitraje. Pero no alcanzan para disimular que los millonarios no están 21 puntos detrás de un mediocre Boca sólo por culpa de los jueces. Y tampoco bastan para para hacer a un lado las teorías conspirativas.

Las tribunas del estadio Monumental se unen en un canto que en realidad parece un alarido. Todos insultan al presidente Mauricio Macri. Lo responsabilizan de que la Superliga aparente ser una competición hecha a pedir de Boca. En el caótico y febril fútbol argentino es posible tejer las más creativas teorías conspirativas. Está claro que la asociación es simple: el jefe del Estado, el titular de la AFA, Claudio Chiqui Tapia, y el del Tribunal de Disciplina, Fernando Mitjans, son simpatizantes xeneizes. Y, por si fuera poco, Daniel Angelici, el máximo dirigente del club de la Ribera, ocupa un lugar clave en la conducción de este deporte… Da para pensar mal, un deporte popular en este país donde todos dudamos de todo.  Lo cierto es que el arbitraje de Jorge Baliño en el empate 2-2 que River recogió en su partido contra Godoy Cruz expone esa sensación de manejo turbio que acompaña al torneo de Primera División y, al mismo tiempo, permite esconder lo mal que juega el equipo de Marcelo Gallardo.

Baliño es uno de los tantos árbitros que semana a semana dejan dudas con sus desempeños. Cometen tantos errores -a veces, horrores- que no queda más remedio que plantearse seriamente si lo hacen a propósito o si son víctimas de sus propias limitaciones para ejercer su función. Se sabe que es imposible y que no corresponde dudar de la honorabilidad de una persona porque todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, pero los jueces argentinos han entrado en un terreno peligroso. A esa altura ya no sólo no cobran lo que pasó, sino que cobran lo que no pasó. Eso habla con una crudeza salvaje del paupérrimo nivel de quienes se supone que entran en la cancha para velar por la justicia en un partido.

Godoy Cruz se imponía 1-0 con un gol de Juan Garro. River, como le viene pasando muy seguido en los últimos tiempos, no tenía argumentos para intentar modificar el trámite del partido. Poco después, Garro aprovechó un error de Lucas Martínez Quarta y habilitó a Santiago García, quien aumentó la diferencia a favor del conjunto mendocino. Resulta que el Morro estaba en evidente posición adelantada, situación no advertida por el árbitro asistente Alejandro Massa en una decisión que marcó la primera mancha en la tarea de Baliño.

Todavía estaba en marcha el primer tiempo cuando Lucas Pratto cayó en el área luego de un forcejeo con Luciano Abecasis. Hubo contacto, sí, pero el gran interrogante es si tuvo la suficiente magnitud como para ser considerado infracción. "El que me conoce sabe que ahí yo no me tiro, si iba a quedar solo con el arquero", se quejó el Oso. De acuerdo con la interpretación del juez, no fue falta. Quizás éste haya sido el fallo menos cuestionable.

Pero como Baliño parecía empecinado en hacer las cosas mal, cuando el partido ya estaba 2-2 -porque por fin River había podido reaccionar-, Jonatan Maidana cortó un pase largo y la pelota cayó en poder de Franco Armani. El arquero tomó el balón con la mano. Increíblemente el árbitro vio en esa jugada una cesión voluntaria del defensor al arquero. Le otorgó un tiro libre indirecto dentro del área a Godoy Cruz. Por suerte para los millonarios, los jugadores del Tomba resolvieron esa acción tan mal como suelen hacerlo todos los equipos en un instante en el que por alguna razón se toma la peor decisión posible en una maniobra que termina llevando más peligro potencial que concreto. Eso desató la furia de los hinchas locales. Lógica, por la inaudita lectura que el árbitro hizo de la jugada, tal vez excesiva por la libre asociación que les da vida a las teorías conspirativas.

Porque el hecho de que hoy por hoy River esté penando en la tabla de posiciones de la Superliga y Boca se jacte de llevarse 21 puntos de ventaja, no es pura y exclusiva responsabilidad de Macri, Tapia, Angelici o el Tribunal de Disciplina. Es culpa del propio equipo de Gallardo.

El Muñeco, el único que se lleva todos los aplausos del público en un River que invita más a las críticas que a los halagos, cometió el desliz de intentar justificar el pobre presente de su equipo. Dijo que "es difícil jugar cuando sabés que no jugás por nada". Rápidamente se arrepintió de haber pronunciado tamaña frase. Pero si River no juega por nada es por pura y exclusiva responsabilidad de River. Pasó de una deficitaria política de refuerzos a sufrir el flojo -en algunos casos flojísimo- nivel de varios de sus habituales titulares. Entonces, en lugar de victimizarse y tratar de descubrir complots, en Núñez la reacción más inteligente sería tratar de solucionar los problemas que se manifiestan dentro de la cancha.

Todavía los millonarios insisten con la idea que el VAR los sacó de la Copa Libertadores contra Lanús. Se olvidan de que más allá de esa situación, River ayudó mucho para esa histórica remontada granate. Siempre es más fácil buscar la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio…

Ahora bien, también es cierto que Boca se ha topado con arbitrajes que le han resultado beneficiosos. Basta recordar solamente que contra Chacarita hubo un penal no sancionado por mano de Wilmar Barrios, que Nahitan Nández no fue expulsado en la victoria sobre Patronato por un bestial pisotón a Martín Rivero, que Néstor Pitana anuló un gol de Ignacio Scocco en el Superclásico aduciendo incorrectamente que la pelota había salido de la cancha antes del pase de Carlos Auzqui, que le mostraron la tarjeta roja al pibe Gabriel Rojas, de San Lorenzo cuando debió haberla visto Barrios, que hubo un gol de Carlos Tevez en posición adelantada en ese mismo partido y que Ariel Penel le cobró un penal inexistente frente a Temperley…

Por supuesto los xeneizes niegan que los astros se hayan alineado en su beneficio argumentando un offside mal cobrado de Nández en el Superclásico y la expulsión de Edwin Cardona en el Monumental, los penales no sancionados contra Colón y San Lorenzo y el gol que le anularon a Fernando Gago en el duelo con Central. Todo eso sale a la luz cada vez que se habla de la ayuda de la que presuntamente goza Boca y para evitar poner la lupa sobre los partidos en los que las huestes de Guillermo Barros Schelotto dejan un marcado sabor a nada con sus producciones.

En una materia tan discutible como el fútbol cualquiera es capaz de ofrecer pruebas que lo exculpe y que al mismo tiempo envíen a prisión a sus rivales. Pero no se puede tapar el sol con las manos, del mismo modo que es imposible ocultar que el arbitraje argentino vive un presente francamente olvidable, que River juega muy mal y que Boca es un puntero de vuelo bajo que les saca muchos puntos de ventaja a otros equipos que tienen rendimientos apenas un poco más pobres que los del líder.