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Clásico duelo entre espías

04.02.2018
Cultura

    Eva
    Por Arturo-Pérez Reverte
    Alfaguara. 388 páginas

    Arturo Pérez-Reverte presenta en Eva una literatura de tópicos, que de manera expresa intenta recuperar el tono y el ambiente de las primeras novelas de espías y de las películas clásicas que salieron de sus páginas.

    La segunda entrega de las aventuras del espía franquista Lorenzo Falcó abunda en esos lugares comunes. Su protagonista es un agente amoral, cínico, mujeriego y fumador. Con demasiada frecuencia es perseguido por oscuras callejuelas en una Tánger velada por la niebla. Su némesis, la espía soviética Eva Neretva, es tan atractiva como letal con puños y pistolas. Desde luego, no pueden faltar los encuentros amatorios con ella y otras diosas.

    No hay motivos para exigir más al autor. En diferentes entrevistas Pérez-Reverte declaró cuáles eran sus intenciones con la saga Falcó. No pretendía entregarse a grandes ejercicios de estilo ni experimentos con el lenguaje o el tiempo narrativo. Su idea era recrear las historias de Eric Ambler (en Eva hay más de un guiño a La máscara de Dimitrios), William Somerset Maugham y el primer Graham Greene. A lo que debe sumarse mucho del espíritu del policial negro norteamericano, con su infalible contrapunto entre detectives y vampiresas.

    Es una fórmula probada que sigue funcionando. Pérez-Reverte no se luce en los diálogos (muchas veces obvios) ni se priva de explicar en exceso, pero es un narrador eficiente, que sabe dosificar el suspenso y repartir las escenas de acción. La recreación del lugar y la época en la que se desarrolla la trama, Tánger a comienzos de 1937, es uno de los grandes logros del libro, para el que se documentó con minucia y buen criterio. Hasta allí transporta a Falcó para cumplir una misión casi imposible: apropiarse del oro que, en el octavo mes de la Guerra Civil, la República española contrabandeó en un buque mercante que permanece amarrado en el muelle de la ciudad norteafricana, tras escapar de la cacería de la escuadra nacionalista, que lo vigila con un destructor apostado en el mismo puerto. El destino último del metal es la Rusia soviética; de ahí la intervención de la agente Neretva, una vieja conocida de Falcó.

    Por entre los muchos tópicos, hay una originalidad, casi una osadía, que debe agradecerse a Pérez-Reverte. Es la de haber elegido como protagonista de la serie a un espía al servicio del Generalísimo Franco. Si bien esa decisión no expresa las simpatías ideológicas del autor ni una adhesión retrospectiva al franquismo, el gesto tampoco encaja de ningún modo con el contexto literario actual, tan sometido a los dictados de lo políticamente correcto. Sólo un novelista con su popularidad podría haber salido indemne de esa irreverencia.

     

     

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