Sangre, locura y hambre en Irlanda

La segunda novela de John Banville incluye muchas de sus virtudes literarias. Urdida a fogonazos de memoria, "Regreso a Birchwood" une la decadencia de una familia de propietarios rurales con las penurias y las revueltas cruentas en la isla esmeralda.

Mucho antes del Man Booker Prize y del Príncipe de Asturias, antes de las magníficas novelas históricas, mucho antes de la saga del patólogo Quirke y antes de que George Steiner -el mejor de los críticos- sentenciara que John Banville tiene el estilo más refinado de la anglósfera, se escribió Regreso a Birchwood (Alfaguara, 238 páginas).

El literato irlandés, en efecto, entregó este libro a la imprenta en 1973, a los 28 años de edad, y lo asombroso es que incluye casi todas las virtudes artísticas que caracterizan su prosa madura. En particular, esos matices líricos que obligan a leer sin prisas, a detenerse en cada párrafo, frase o expresión para poder saborearlos con deleite. Estamos pues ante un Banville auténtico. ¡Bienvenida la reimpresión!

La novela fue urdida con fragmentos de memoria, como tantas otras de Banville. Gabriel Godkin ha entrado en posesión de su herencia: la ruinosa casa paterna en la campiña del Eire. Dedica las noches a devanar sus recuerdos, los toquetea "cual impotente casanova con sus antiguas cartas de amor, olisqueando el polvoriento aroma de las violetas". No ignora que el pasado (individual y colectivo) es incomunicable. Que la memoria es cosa curiosa, "una urraca de ojos perversos". Y que "el pasado regresa transformado sólo para abrumarnos con su tenacidad".

La casona Birchwood era un extravagante manicomio. Aristocracia terrateniente venida a menos. Como un manto de ceniza o de verdín, la decadencia económica lo cubre todo, envenena las relaciones. Se suceden las escenas de opera bufa, de comedia negra. Los Godkin son una familia sin amor, con una inquebrantable fe en la perfidia. La abuela (como la mía) impone su personalidad formidable. El padre de Gabriel era un canalla, un alcohólico y un imbécil. La madre, una víctima, deslizándose hacia la locura. Hay un aberrante secreto flotando en el aire. No obstante, en ese oscuro pasado -como en los cuadros de Rembrandt- siempre existía un rincón luminoso.

Debajo de la poesía compuesta en prosa de Banville con sus metáforas como rosas fragantes se percibe una filosofía de vida, que a falta de una mejor definición llamaremos esteticismo. El mundo puede ser redimido por la belleza. Es un ideal iridiscente, qué ocurre con el ser humano sensible cuando se enfrenta a algo de incomparable belleza (como esta literatura). Página cuarenta y seis: "Escuchad, escuchad, si conozco mi mundo, cosa dudosa, pero sí lo conozco, sé que es caótico, malvado y cruel, con leyes forjadas en moldes erróneos, una idea justa que salió mal, un lugar terrible, en resumen y, sin embargo, sin embargo sigue siendo un lugar susceptible de esplendor en esos escasos momentos en los que irrumpe una pequeña luz, y algo queda sin explicar, sin perdonar, simplemente iluminado".

CARROMATO

En la segunda parte del libro, Gabriel rememora su fuga del hogar. Un clásico, el niño se va con los carromatos del circo pobre que pasa por el pueblo. El pequeño caballero andante dice que busca a una hermana gemela. No sólo la decepción le sale al encuentro. También el espanto. Se malogra una cosecha de papa y las hambrunas devastan Irlanda. Estalla la violencia contra el invasor inglés y contra los propietarios rurales. En Birchwood hay profusa efusión de sangre.

Tanto en la forma, que siempre trata de complacer al oído, como en el contenido es palpable la impronta de Shakespeare. Banville arroja sondas a los abismos del amor y la locura, allí donde se forman las tempestades más feroces y las tragedias más absurdas.

Otro aspecto interesante es que al artista no sólo le agrada reflexionar sobre los grandes temas de la condición humana, sino también sobre asuntos vulgares como la vagina o la cerveza negra. ¡Ah!, todo lo que toca ese estilo lo transforma en oro. Oíd mortales: "...aquel brebaje negro y amargo, heraldo de una alegría descomedida y mordaz, me pareció y todavía me parece, que transmitía el mismísimo sabor del país, esa pequeña y extraña tierra... no hay manera de saber lo que te hará un trago de cerveza negra".

Se puede decir que la segunda novela de Banville (para el autor es en realidad la primera; le da vergüenza reconocer a Nightspawn como propia) no se encuentra en el top five de su producción. De todos modos, resulta muy recomendable para todo aquél que -como quien esto escribe- desee agotar la obra de uno de los autores imprescindibles de nuestro tiempo.