Ana Acosta: "Hoy el humor cambió"

La actriz, que reestrenó el vodevil "Entretelones", admite que sufrió mucho el machismo en su profesión. Considera que Jorge Guinzburg no menospreciaba a la mujer, como sí lo hacían en "Rompeportones".

Por Mariano Casas Di Nardo

En tiempos donde el humor es tan cuestionado por su tinte machista, que roza en ocasiones la violencia de género, quién mejor que Ana Acosta para hacer un análisis preciso y actual. En el marco del reestreno de la obra "Entretelones", que habla de aquellos elencos donde no todo es color de rosa pero "el show debe continuar", la actriz explica que gracias a su disciplina, profesionalismo y, naturalmente, en virtud de su talento, continúa vigente en un ámbito que le fue adverso muchas veces.

-En tiempos de crisis, hacer una segunda temporada de "Entretelones" ya es un éxito...

-La verdad que sí. En noviembre ya nos habían confirmado la temporada de verano en Buenos Aires aunque con un cambio de teatro -pasamos del Liceo al Broadway- y con la inclusión de Esteban Prol y Chiqui Abecasis (que reemplazaron a Omar Calicchio y Chichilo Viale). Y los del principio, claro: Fabián Gianola, Darío Lopilato, Sabrina Artaza y Vanesa Butera.

-Un vodevil que en lugar de cuatro puertas tiene ocho.

-Exacto. Y para el espectador es súper vertiginoso porque pasan cosas arriba, porque el escenario tiene dos plantas (aclara), y abajo. Además, es muy atractivo porque tiene un escenario que gira 180 grados y le permite al público ver la trastienda de la supuesta obra que estamos realizando. Es teatro en el teatro.

AQUEL CRUCE

-La obra trata sobre un elenco que no se lleva nada bien.

-La pura verdad. Me pasó seguido de estar elencos en los que no estaba todo bien detrás de escena. Especialmente, en uno donde me llevaba pésimo con una de las protagonistas. Se hizo público y terminé hablando en los móviles para defenderme. Una situación horrible y vergonzosa.

-Habla de la pelea con Silvina Luna en 2012, cuando encabezaban "Delicadamente inmoral", de Gerardo Sofovich...

-Sí. Yo tengo un carácter fuerte pero en esta carrera, cuando exigís es porque te hacés la diva o porque tenés el ego muy subido. Creo que mi exigencia y mi nivel de perfección serían los mismos si trabajara en una oficina. Hago mi trabajo de la mejor manera y pido del otro lo mismo o más. Le meto mucha garra para llegar a un estreno, como se merece el que paga la entrada. Bueno, eso es "Entretelones": una hora y media donde el público no para de reírse.

-Usted trabajó en "Peor es nada" y en "Rompeportones", con un código de humor que el medio ya no admite.

-Sí, y lo celebro. En "Peor es nada", si bien salían chicas en paños menores (Karen Reichardt, Fernanda Callejón, Marixa Balli), era más un muestreo que un descrédito. Con (Jorge) Guinzburg y Fontova nunca sentí que se menospreciara a la mujer porque ellas en sí no eran el tema del humor. En "Rompeportones" sí, porque venía de un humor absolutamente machista que era característico de Gerardo y Hugo Sofovich, donde el capocómico se reía de la teta-culo. Hoy el humor cambió, eso ya no se permite y obliga a los autores a no caer en lo fácil.

-¿A usted, siendo mujer, no le molestaba aquel código?

-Cuando arranqué con el humor la gente me decía "qué bueno una mujer en el humor". Pero ya en "Rompeportones", allá por 1998, me dieron muchos palos por avalar ese humor. En realidad, yo sentía que estando ahí defendía a mi género.

EL MACHISMO

-¿Este cambio de paradigma la benefició o la perjudicó a nivel laboral?

-A la sociedad en general la benefició, y a las nuevas generaciones de hombres, para que no vean a la mujer como algo menor. Por mi parte, no alteró nada porque a las mujeres no se nos permitía decir malas palabras ni hacer gestos sexuales como sí al hombre.

-No la tuvo fácil...

-Yo sufrí mucho el machismo por querer meterme en el humor. En todos mis años en la profesión conocí muchas actrices que pintaban como la nueva Niní Marshall y desaparecieron. Me siento una afortunada por haber perdurado, pero me costó mucho, incluso épocas en las que no trabajé. La mujer siempre estuvo desacreditada en muchas áreas.

-En esos baches laborales, ¿a qué se dedicó?

-A un local de ropa que manejo con mi marido. En 1995, cuando el dólar se fue a cualquier parte, mi marido, que tenía un local de zapatos, perdió todo. Y como a mí me iba bien con la actuación, se puso a trabajar conmigo. Pero la familia se amplió y necesitábamos más ingresos. Así surgió la idea de volver a poner un local, pero a los zapatos le agregamos vestidos de fiesta. Y eso nos apuntaló. Hubo dos años en los que yo atendía de lunes a sábados y nunca me molestó.

-Pensaba en cómo atraer público al teatro en verano. ¿Considera que el precio de las localidades puede ser a veces un condicionante?

-Hace mucho tiempo hacíamos una obra con Mabel Manzotti a la que venían dos o tres personas por función. ¡Un desastre! Pero para llegar al teatro teníamos que sortear una cuadra y media de cola de gente que iba a ver al mago David Copperfield. Si esa entrada costaba, al valor de hoy, dos mil pesos, y la nuestra costaba trescientos. Es decir, si la gente quiere ver algo, no le importa el precio. Si alguien quiere ver una obra de teatro con un gran elenco, escenario giratorio y una puesta de lujo, cuatrocientos pesos no le parecerán caro.