LOS CURSOS DE CULTURA CATOLICA FORMARON PARTE DEL RENACIMIENTO INTELECTUAL DE LA IGLESIA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

Un cenáculo de irradiación religiosa

Creados por un puñado de jóvenes para fortalecer su formación cristiana, pronto se los vio como una universidad de élite. Atrajeron a poetas, historiadores y artistas. Su influjo fue perdurable.

Al despuntar los años veinte del siglo pasado, las ideas políticas y económicas liberales estaban en pleno auge. Las leyes laicas aprobadas por la generación de 1880 habían ido despojando a la política y a la educación de toda impronta religiosa, aun cuando grandes sectores populares conservaran las costumbres de su catolicismo de origen. La situación preocupaba a pequeñas minorías intelectuales, que seguían de cerca el incipiente renacimiento católico en Europa. Una nueva actitud favorable hacia lo religioso empezaba a surgir.

Entre quienes así sentían había un grupo de jóvenes recién graduados de la universidad. Ninguno había alcanzado aún los treinta años pero sentían un creciente anhelo de una formación cristiana sólida, acorde a su nivel de estudios. Querían indagar en los fundamentos filosóficos y dogmáticos de la religión, en su historia y su liturgia. Y no tenían dónde estudiar. Un primer ensayo de Universidad Católica, creada en 1910, languidecía entonces tras infructuosos intentos por obtener reconocimiento legal a sus títulos.
Fue así como ese grupo de jóvenes decidió crear el 21 de agosto de 1922 unos "Cursos de Cultura Católica". Entre los fundadores estaban Atilio Dell"Oro Maini, Tomás D. Casares, Rafael Ayerza, Juan Antonio Bourdieu, Faustino J. Legón, Samuel W. Medrano, Eduardo Saubidet Bilbao, Uriel O"Farrell y Octavio M. Pico Estrada. Pronto se incorporaron José Pagés, Carlos Indalecio Gómez y César E. Pico.

PRIMERA SEDE

Bajo la forma de seminarios, los cursos comenzaron en la calle Adolfo Alsina 553, frente a la Manzana de las Luces. Tres materias fueron las iniciales: Filosofía, Historia de la Iglesia y Sagradas Escrituras, impartidas por los padres José Ubach S.J., Serafín Protin O.O.A., y Vicente Sauras S.J.
Luego se irían sumando, progresivamente, Teología Dogmática y Moral, Liturgia, Latín, Teología Fundamental, Derecho Canónico y Doctrina Social de la Iglesia. Como profesores los jóvenes buscaron lo más granado de esa época: monseñor Zacarías de Vizcarra -un sacerdote español adscripto a la arquidiócesis de Buenos Aires-, el padre Bruno de Avila, monseñor Manuel Moledo, el padre Pérez Acosta, el padre Octavio Derisi, y más tarde Juan Sepich, Julio Meinvielle y Leonardo Castellani.
Bajo la dirección de Dell"Oro Maini (cargo que luego ocuparían Jorge Mayol, Tomás Casares y Benjamín Bourse), y con Samuel Medrano en la secretaría (luego reemplazado por Horacio Dondo), las clases pronto empezaron a llamar la atención.
En un tiempo en que otros jóvenes de la misma generación se entusiasmaban con la reforma universitaria y la Revolución Rusa, estos seminarios se distinguían por su orientación tomista, su fidelidad al Magisterio eclesiástico, y por dar a conocer a los apologistas y poetas católicos del momento. Era un centro de estudios aventajado, y entre los asistentes se percibía una común sed de progreso espiritual que los mantenía unidos a todos, según la opinión de Santiago de Estrada, que se uniría al poco tiempo al grupo.
Los jóvenes participaban en la oración litúrgica de la Iglesia -especialmente en el monasterio benedictino de las Barrancas de Belgrano, con la espléndida sobriedad de sus ceremonias y la belleza sin igual del canto gregoriano- y en los retiros que anualmente se realizaban en la Santa Casa de Ejercicios de la calle Independencia.
Mario Amadeo, que abrevaría en los Cursos hacia 1928 junto con otros integrantes del grupo Baluarte, tradicionalista e hispanista, confirmó que la frecuentación de los benedictinos les permitió vivir en todo su esplendor la liturgia de la Iglesia y dio a su doctrina una dimensión espiritual y estética de la que hasta ese momento carecía.
No es extraño que se haya dicho, a veces con desdén, que los Cursos llegaron a funcionar como una universidad de élite. Si se atiende a las inquietudes que movían a los estudiantes y la calidad de los profesores, no cabe duda de que así fue.
A poco tiempo de comenzar, las clases se trasladarían a una vieja casona ubicada sobre la misma calle Alsina, junto a la iglesia de San Juan Bautista. En el hall de esa casa es donde nació el "Convivio", algo así como la sección de Arte y Letras de los Cursos.
El "Convivio", creado en 1927, era un encuentro de artistas. A esas tertulias se aproximaron también muchas personas que no eran católicas, cautivadas por el carácter informal y la profundidad de las reuniones, que se celebraban semanalmente por la noche y donde se debatían diversos temas de arte y literatura en los que asomaba lo metafísico-religioso.
Tres figuras suelen destacarse de los Cursos: Casares, Dell"Oro Maini y César Pico. A los dos primeros se los considera el alma y el motor de los Cursos, y al tercero, la "figura impar" que reinó en el "Convivio".
Pico fue un maestro para las nuevas generaciones, pero de un modo distinto a los otros dos. Enemigo de lo solemne y engolado, se distinguía por su sentido del humor tanto como por su ortodoxia. Sus discípulos lo recordaban como un espíritu burlón, juguetón dentro de la seriedad, comparable a Chesterton.
Amadeo lo evocaba como un "noctámbulo impenitente" que, terminada la reunión, llevaba a algunos elegidos a prolongar la charla en el Munich de la Avenida de Mayo.
Al "Convivio" se unieron escritores como Ignacio B. Anzoátegui, Leopoldo Marechal, Francisco Luis Bernárdez o Rafael Jijena Sánchez, y los pintores Héctor Basaldúa, Juan Antonio Ballester Peña, Juan Antonio Spotorno. Incluso Jorge Luis Borges hizo alguna vez una recordada visita.
En sus espacios de arte se expusieron obras de Ballester Peña, Xul Solar, Basaldúa, Norah Borges o Fray Guillermo Butler. Máximo Etchecopar, Manuel Gálvez, Alberto Ginastera, Federico Ibarguren, Julio Irazusta, Bruno Jacovella, Ernesto Palacio, Pedro Figari o Jacobo Fijman, son otros de los nombres de quienes pasaron por los seminarios o por el "Convivio".
A mediados de los años 30, ante el crecimiento de los concurrentes, se impuso una nueva mudanza. El destino fue otra casa en la calle Reconquista 575, que doblaba a la anterior en espacio y en lugares apropiados para dar clases, conferencias, presentar libros y exposiciones.
Al tender la mirada atrás, quienes fueron testigos rememoraban que en los Cursos se respiraba una renovada atmósfera espiritual. En la biblioteca podían leer a Jacques Maritain, Etienne Gilson, Martin Grabmann, Romano Guardini, Vladimir Solovief. También a León Bloy, Paul Claudel o Charles Péguy, a Giovanni Papini, George Bernanos, G.K. Chesterton, Hilaire Belloc, Gertrude von Lefort, Nikolai Berdiaeff, Marcelino Menéndez Pelayo o Ramiro de Maetzu. "Había un placer esotérico en esos descubrimientos, que se esparcían como reguero de pólvora", comentaría Alberto Berro.

PUBLICACIONES

El apostolado del grupo fundador se extendió a varias publicaciones. En primer lugar, una revista llamada Hoja informativa que recogía las conferencias, actividades de la institución y diversos artículos valiosos. Y más adelante otra revista, Ortodoxia, ésta más cuidada, en forma de libro. También Criterio y luego Número, donde escribían hombres de la casa. Ambas servirían para muchos como puerta de entrada hacia los Cursos, y cumplirían la función de demostrar a los intelectuales liberales y de izquierda el valor del pensamiento católico.
Los Cursos editaron, además, a autores clásicos o profesores de la casa, como los padres Sepich, Meinvielle, Bruno Avila, Andrés Azcárate. También las obras de Maritain, al que poco se conocía aquí, y del famoso teólogo dominico Réginald Garrigou Lagrange. Ambos vendrían al país a disertar especialmente invitados por los Cursos, en 1936 y 1938, en dos visitas que fueron memorables.
En el mismo año 1936 se crearía la Escuela de Filosofía, que llegaría a tener cien alumnos y cuya labor se extendería a otras provincias.
El impulso inicial que tuvieron los Cursos se mantuvo a través de los años, hasta que en 1939 pasaron a depender de la autoridad arquidiocesana. El último director fue el padre Luis M. Etcheverry Boneo, bajo cuyo mandato se transformaron en 1953 en el Instituto Argentino de Cultura Católica, el germen de la Pontificia Universidad Católica Argentina "Santa María de los Buenos Aires".
A casi cien años de su fundación, los Cursos parecen hoy cubiertos por un cierto olvido. Poco se ha escrito sobre ellos. Sin embargo, formaron parte de un renacimiento católico que cobró fuerza en los años 30 y su influjo fue perdurable. Fueron definidos como un cenáculo de irradiación de la cultura y de la inteligencia católica. Un lugar donde se fue perfilando una idea de patria renovada, que retomaba contacto con la tradición. Y para muchos jóvenes significaron la apertura a un horizonte intelectual y espiritual que transformó literalmente sus vidas.