El enigma del hombre detrás del personaje

 

 

Grigori Rasputín
Por Alexandre Sumpf
El Ateneo. 336 páginas

"Rasputín solamente puede ser interpretado e incluso juzgado bien o mal". La unión de estas once palabras escritas por Alexandre Sumpf se antoja como la más acertada síntesis para explicar quién fue Grigori Yefimovich Rasputín, un actor de la historia rusa devenido en multifacético personaje muy difícil de abarcar y que supo cosechar legiones de adoradores y detractores en sus 47 años de vida. 
Religioso a su manera, profeta según los dictados de la conveniencia, inculto pero astuto, alcohólico desenfrenado, poseedor de un don para la sanación que se aplicaba mejor para recuperar a miembros de la cúpula dirigente, hombre de campo que desdeñaba las tareas del campo, sibarita sin límites; Rasputín ocupó un rol central en los años previos a la caída del zarismo. Y en la obra de Sumpf, ese controvertido papel es escudriñado con esmerada profundidad para tratar de dar con una caracterización que recorra todas las facetas de esa existencia plena de visiones contrapuestas.
Tan antagónicas son esas miradas como para avalar esta idea final: "¿Y si Grigori hubiese ido a la escuela? Se habría convertido, por influencia de las fuerzas culturales locales esclarecidas en un cooperador del primer orden, muy apreciado por su capacidad sin igual para convencer a los campesinos de unírsele en empresas colectivas. Con su flauta de Hamelín, los habría llevado a la vanguardia en el esfuerzo de guerra, habría sostenido el monopolio de los granos decidido en 1916, tal vez se habría enriquecido verdaderamente. Con sus dones, su perspicacia, habría subido rápidamente los escalones del Partido Socialista-Revolucionario y, quién sabe, incluso habría tenido el honor de que lo eligieran en la Constituyente de fines de 1917. A menos que, atrapado por el atávico alcoholismo, finalmente hubiese llevado una vida sin historia..."