DANIEL GUEBEL SE ANIMA A LA REESCRITURA DE "LAS MIL Y UNA NOCHES"

Artilugios de un orientalista

En su último libro, Tres visiones de Las mil y una noches, Daniel Guebel reúne una tríada de relatos que se embeben del orientalismo -un tema que lo convoca desde hace tiempo- y que revisitan esa clásica obra a partir de un artilugio narrativo que le permite revertir el mito y postular una suerte de reescritura ficticia a lo que podrían ser los textos originales.

Los tres relatos publicados por Eterna Cadencia -dos inéditos, "Las noches de Shahryar" y "Problemas de exotismo", y el otro "Los padres de Sherezade", que dio título a un libro de cuentos- recuperan ese "asunto obsesivo" que es para Guebel (Buenos Aires, 1956) el orientalismo y configuran una trama hilvanada por la recopilación literaria más icónica, en términos occidentales, de Oriente: Las mil y una noches.

En realidad, lo que Guebel (distinguido en octubre último con el premio de la Academia Argentina de Letras por su novela El absoluto) retoma aquí es la estructura narrativa para proponer una nueva forma y seguir indagando en los orígenes históricos y los usos modernos del orientalismo. De esa apuesta literaria conversó en entrevista reciente con la agencia Télam.

-¿Cómo aparece su interés por lo oriental?
-No hay un por qué, hay tópicos de la infancia que están clavados en el psiquismo de un autor y en el fondo sus ampliaciones constituyen su universo narrativo. Borges contaba que en una lata de galletitas había encontrado la imagen del infinito, que es el asunto de algunos de sus mejores textos. Yo en mi infancia me acuerdo de una reproducción falsamente oriental colgada en la pared, recuerdo que había un plato sopero de porcelana y en el fondo había un chinito, y mi madre tomaba clases de ikebana, dentro del seno de una familia de clase media baja de los suburbios. Mi Oriente viene de allí, y luego de las lecturas.
-¿Y en su obra?
-Lo oriental se abre en mi segunda novela, La Perla del Emperador, por motivos inexplicables. La narradora es como una especie de Sherezade cuyos cuentos se autonomizan y funcionan solos. Ahí hay un motor que reaparece en mi novela Ella, donde hay un viaje a Oriente y también otras cuando escribo El absoluto. Lo último es "Las noches de Shahryar", un texto pequeño que pienso que puedo publicar en una pequeña edición. En algún momento quiero ampliar el efecto de Oriente en Occidente, y lo que me llama la atención es una de las prácticas que define al Occidente del siglo XX: el psicoanálisis. Así, quiero escribir el modo en que Las mil y una noches construyen el modelo del psicoanálisis occidental. 
-¿A qué se refiere?
-Freud es un coleccionista de antigüedades en el momento en que Occidente se ocupa de destrozar el Oriente que conoce. Descubre el modelo del inconsciente como serie de capas arqueológicas, es un admirador del tipo que trabaja sobre las ruinas de Troya. Y cuando empieza con el psicoanálisis hace reposar a sus pacientes sobre un diván. El diwan-diván en Oriente es un lugar donde se debatían los asuntos de gobierno, se conversaba, se sociabilizaba y se hacía el amor, era el salón de usos múltiples. El modelo psicoanalítico es un modelo de narración e interrupción, donde la narración en un tiempo acotada reproduce a escala reducida el modelo de Sherezade, que es un cuento interrumpido estratégicamente para impedir la muerte; en el caso de Freud es para suspender el relato y permitir el trabajo del inconsciente hasta la sesión siguiente. Así encuentro también algo que me permite salir de un orientalismo puramente estético.
-¿Qué quiere decir con "puramente estético"?
-Esa especie de fascinación acrítica por el orientalismo. ¿Qué es el orientalismo sino la pasión estética, científica y lingüística de Oriente como un reservorio a ser explotado, invadido y expoliado?
-¿Y cómo funciona específicamente Las mil y una noches en este libro?
-El real maravilloso de esas narraciones me parece más fascinante por mecánica que por relato. Son cuentos un poco infantiles...lo que me fascina es la concepción arquitectónica. Mi apuesta como escritor es contar un relato que problematice un texto icónico de la literatura y cuya lectura resulte tan fascinante como lo fue para sus contemporáneos, y así dentro de mil años habrá alguien que lea mis Tres visiones y diga "voy a recontar esos cuentos".
-En uno de los relatos, un personaje dice que la literatura fabrica realidad en referencia a la occidentalización de los cuentos de Las mil y una noches. ¿Cree que la ficción sigue teniendo ese peso?
-Por vías indirectas. La literatura forma parte central de artes combinadas como el teatro y el cine. En las series, que es el modo de producción estéticamente dominante y consumido, uno podría prescindir de las imágenes y leerlas como folletines del siglo XIX. La lógica narrativa de las series es el folletín miliunanochesco, que es producir una narración que se interrumpe por interés para ser continuada en otro momento. ¿Qué son las series sino el hijo bobo de Las mil y una noches? Yo, igualmente, descreo del realismo.
-¿Por qué?
-Es muy simpático lo que dice (Vladimir) Nabokov sobre Madame Bovary, de que se la toma como un modelo de novela realista cuando es un cuento de hadas: una señora de un pueblo provincial le es infiel al marido, nadie se entera nunca. Es una fábula. La misión de un escritor no es la realidad sino construir verosímiles que le permitan al lector creer que lee aquello que quiere estar leyendo, y no lo que el autor quiere contar. ¿Qué es la escritura sino la máquina que permite poner el cerebro en la mayor cantidad de conexiones posibles? Una máquina de producción de significados y de descubrimiento de universos. La lectura te reenvía a buscar en tu biblioteca textos necesarios para lo que estás escribiendo, te arroja al azar para descubrir lo inesperado. Es el lugar de la pura potencia del descubrimiento, cuando el resto de la vida para mí es bastante infeliz. La salsa insatisfactoria de la vida es cruzada por el rayo de luz de la producción estética.