Preciso retrato del desamor

Sombra vana
Por Jane Hervey
La Bestia Equilatera. 272 páginas

Jane Hervey compuso Sombra vana a comienzos de los años cincuenta y no volvió a escribir otra novela. Esa obra, que ahora llega al español, le costó el desaire de su familia. Muchos creyeron reconocerse, según se nos cuenta, y le quitaron el saludo durante años. La crudeza de los retratos permite deducir por qué.

Hervey, seudónimo que usaba Naomi Blanche Thoburn McGaw, narra cuatro días en la vida de una familia inglesa a partir de la muerte del tiránico patriarca, el coronel Alfred Winthorpe, en 1961. La noticia reúne otra vez a todos en la casa de Otterley Hall, una finca de ochocientas hectáreas en el condado de Derbyshire. A la viuda se unen los tres hijos varones, dos nueras y una nieta ya adulta, descendiente de otra hija fallecida, junto a su esposo.

El tiempo que permanecen juntos para asistir a los funerales expone pronto un mosaico de frialdad, codicias y egoísmos. La viuda solo es despertada por la mañana con la novedad de que el coronel murió horas antes y todo lo que siente es alivio. Con su hijo Harry se tranquilizan pensando que hicieron bien en dejarlo solo con una enfermera para "evitar escenas de lecho de muerte".

Cuesta encontrar rastros de amor, ternura o dolor. Todos parecen más preocupados por cumplir hasta el detalle con el protocolo de las ceremonias programadas, cuando no por hacer planes sobre su propio futuro. La viuda sueña con esa redecoración del baño en tono durazno que finalmente podrá hacer; los hijos no ven la hora de leer el testamento para saber qué les tocó en suerte; una de las nueras sueña quedarse con la casa.

Las conductas no son muy edificantes. Pero Hervey, una aguda observadora, traza un retrato preciso de cada personaje, hasta con gestos y manías, como así también de las relaciones entre ellos. Y es algo que logra a partir de los diálogos, pero sobre todo de lo que pasa por sus mentes. El dominio que muestra para intercalarlos, para corporizar recuerdos y volver a conectar con el presente, es notable. El resultado es un cuadro muy vívido.

Esa mirada al universo interior, poblado de celos, exasperaciones y frivolidades, con sus pinceladas de humor, resalta el contraste con el exterior. Como ocurre con el sermón fúnebre, que anuncia a todos en la cara, en medio de tanta ambición, la inevitable destrucción de su carne mortal y la pérdida de todo el tesoro que acumularon.

Contrastes que resaltan las diferencias. Como entre los dos principales personajes femeninos: la viuda y la nieta. Ambas con matrimonios infelices. Una, sometida como el resto de la familia a la tiranía del coronel, que la fulminaba con la mirada, le ladraba, y que sin embargo se mantuvo a su lado, y la otra que está a punto de cubrir de escándalo a la familia.

El cambio de época, que se insinúa en esa nueva forma de pensar y en otros muchos detalles, es el telón de fondo de la novela. Se diría que la muerte del coronel es una metáfora del mundo que se va. La finca de los Winthorpe es testigo. El personal que queda, lejos de los tiempos de esplendor, continúa con su ritmo habitual. La señora Uphorn se las arregla para servir el té y cocinar, el señor Brown llega por la mañana con su cesta de verduras y frutas, que deposita en la cocina, el señor Lipton se ocupa de la leche, la manteca y la crema. Pero más cambios se avecinan también para la casa.