Humoradas de una nueva derecha

TWITTER, EL PENDULO IDEOLOGICO Y EL "MANUAL PARA DEMOLER PROGRESISTAS"

Por años ha sido un lugar común en nuestro país hablar del supuesto péndulo de la política que cada tanto oscila a izquierda y derecha. Si es que ese péndulo existe, es evidente que ahora ha virado a la derecha.

El cambio se ha visto reflejado en la elección presidencial de 2015 y en las primarias y las legislativas de este año. Pero antes se lo pudo percibir en las redes sociales, específicamente en Twitter. Se lo notó en su capacidad de crítica y movilización en los tiempos adversos del kirchnerismo, y se lo ve hoy día en la velocidad y contundencia con la que algunos de sus usuarios más agudos pudieron refutar obvias manipulaciones ideológico-mediáticas como la del caso Maldonado. En su oscilación el péndulo de las redes no sólo liquidó al kirchnerismo; también se está llevando puesto a buena parte del periodismo progresista del país.

Otra señal de ese viraje es la aparición de libros como Manual para demoler progresistas (Edhasa-Libros del Zorzal, 192 páginas), del tuitero conocido con la identidad de Gustavo Beaverhausen. Fue Beaverhausen (@MisOdios) una de las grandes estrellas del universo antikirchnerista de Twitter junto con la Dra. Pignata, el Coronel Gonorrea, Coculo o Malcom Gómez (que firma presentación de la contratapa), entre otros. Todos ocultos detrás de perfiles inventados, una razonable prevención en horas hostiles, que sin embargo se ha mantenido en el tiempo. Los progres creen que ese ocultamiento se debe a que todos son agentes o miembros del gobierno de Cambiemos, lo que podría ser cierto. Como también que detrás de esos antifaces se escondan periodistas, guionistas o humoristas que así hallan libertad para ser políticamente incorrectos.
Sobre todo humoristas. Twitter es su territorio y todos los perfiles antes nombrados brillaron (y brillan) por su ironía destructiva. "El progre es aburrido", dictamina Beaverhausen en su libro, antes de aconsejar a su hipotético discípulo: "Usted, en cambio, debe entretener". El Manual... cumple la regla a la perfección. Su fuerte no está en los conceptos, que son más bien simples, sino en las bromas: es en verdad un libro humorístico que, "digamos todo", antes que demoler al progresismo se dedica a relatar y condenar la década k y sus desastres.

Es fácil caer en esa confusión (progresismo=kirchnerismo) y Beaverhausen no la elude aunque en alguna página establece la distinción, que después no respeta. Otra bolsa en la que cabe todo es la del peronismo. A juzgar por Twitter, este nuevo giro del péndulo hacia la derecha será también claramente antiperonista. No faltan motivos para ello. Sin embargo, parece claro que Kirchner no fue lo mismo que Menem, ni el Perón de 1973 un calco del de 1955 (idea que Beaverhausen rechaza confundiendo los años del Perón malo y el Perón bueno). Es cómodo fustigarlos en bloque, pero hay que recordar que Menem se rodeó de liberales y trató de reformar la economía siguiendo esas ideas. Kirchner, en cambio, parecía obsesionado al principio de su gobierno con ser el opuesto exacto del riojano. Por eso lo primero que hizo fue vender el alma al periodismo progre y a los organismos de derechos humanos, que lo cubrieron con su manto protector. Menem nunca gozó de esa cobertura, y así le fue. Beaverhausen escribe: "Los kirchneristas fueron re sabios. Resabios del menemismo". Es un buen chiste, pero no es verdad.

Esa frase revela una debilidad que excede al libro y que termina por demostrar el poder que retiene el progresismo pese a su obvia decadencia. Corrió demasiada agua kirchnerista bajo el puente, pero el menemismo sigue tan demonizado como hace quince años. Por eso un tuitero fogueado en mil batallas entiende que es más fácil aceptar esa demonización que intentar desmontarla. Repite la operación en otros pasajes en que, para criticar a las militantes feministas, advierte que ese "es un tipo de feminismo, no todo el feminismo" y lo completa con esta explicación: "Y aclaro tanto que es un feminismo y no todo el feminismo porque el progre se encargó de llevar el debate al terreno que le queda más cómodo: la superioridad moral. Entonces, ya no se puede hablar de feminismo sin aclarar la obviedad de que el feminismo está bien. Como cuando hablás de los guerrilleros en los años setenta y tenés que aclarar que el terrorismo de Estado está mal". Nótese el peso de plomo con el que cae ese verbo del final: tenés.

"Recuerde siempre que la única obsesión del progre es la mirada del otro", enseña Beaverhausen en una nota a pie de página. Aclaraciones como las citadas en el párrafo anterior demuestran que esa tara no es patrimonio exclusivo del progresismo.