Un giorno tristissimo

Italia no pudo con Suecia en el repechaje y será la gran ausente de Rusia 2018. Pagó un precio muy alto por cerrarles el camino a sus jugadores con contrataciones masivas de extranjeros. Eso, sumado a permanentes cambios de estilos de conducción, selló su fracaso.

"Siamo fuori della Coppa. Un giorno tristissimo..."  Los argentinos recordamos vivamente esta triste despedida pronunciada por el periodismo italiano luego de la eliminación de la squadra azzurra a manos del seleccionado albiceleste en 1990. En realidad, esas palabras fueron inventadas por una agencia publicitaria de nuestro país para la ingeniosa campaña de una empresa cervecera. Sin embargo, hoy en la península itálica las deben estar repitiendo una y otra vez. Inesperadamente, Italia no estará en Rusia 2018. Será el gran ausente del próximo Mundial. Una eliminación que constituye el lógico castigo para un fútbol que se sabotea a sí mismo desde hace muchos años.

Desde aquel ya lejano 9 de julio de 2006, cuando el remate ejecutado por Fabio Grosso en la definición por penales contra Francia terminó ingresando en el arco de Fabien Barthez para darle el título del mundo a Italia en suelo alemán, la involución de la siempre orgullosa selección azzurra ha sido evidente y sostenida.

Con la Copa del Mundo bajo el brazo, Marcello Lippi decidió dejar su puesto de técnico. Había tocado el cielo con las manos apelando a la tradicional fórmula del catenaccio que tan buenos resultados le había dado a Italia a lo largo de su historia. Ese sello distintivo de los representativos peninsulares que los hacía firmes en defensa y poco vistosos en el juego, pero tremendamente efectivos en ataque, les había permitido alcanzar el tricampeonato en España 1982, bajo las órdenes de Enzo Bearzot y con las atajadas de Dino Zoff y los goles de Paolo Rossi, y la cuarta corona en Alemania 2006, con Gianluigi Buffon en el arco, la firmeza de Marco Materazzi en el fondo y el talento de Andrea Pirlo y Francesco Totti en el medio. 

Lippi se fue e Italia perdió la brújula. Roberto Donadoni tomó las riendas, pero el otrora buen mediocampista del Milan en los "80 y "90 no logró continuar la obra de su antecesor. Pese a contar con un plantel integrado por varios campeones del 2006, no pudo con España en la Eurocopa 2008 y dejó el cargo muy rápidamente. 

CAMBIOS Y MAS CAMBIOS
La frustración provocó un rápido regreso de Lippi. Aunque se mantuvo a algunos sobrevivientes del equipo que estuvo en Alemania, el paso del tiempo y un planteo excesivamente defensivo -incluso para Italia- terminó en un rotundo fracaso. Primero fue un triste paso por la Copa Confederaciones en Sudáfrica, que acabó siendo un funesto anticipo de lo que pasaría un año después en el Mundial. La squadra azzurra sufrió la humillación de ser eliminada en la ronda inicial con apenas dos empates en tres partidos. Terminó última en el Grupo F, que compartió con rivales poco calificados como Paraguay, Eslovaquia y Nueva Zelanda.

Quizás entendiendo que el catenaccio había perdido su productividad, los dirigentes italianos recurrieron a Cesare Prandelli, un entrenador que, contrariando la tradición, apostaba por un fútbol más vistoso y con menor preeminencia de la marca y la destrucción. El comienzo de la gestión del nuevo allenatore no pudo haber sido mejor: el conjunto peninsular arribó a la final de la Eurocopa 2012, pero sucumbió ante una implacable España. Pese a la derrota, el equipo había dado señales de recuperación, con Pirlo como estandarte. El exquisito mediocampista hasta se había atrevido a picar la pelota en la definición por penales contra Inglaterra en cuartos de final.

La Copa Confederaciones de Brasil, en 2013, le renovó el crédito a Prandelli. Italia, con más juego y menos rigor defensivo, alcanzó las semifinales, en las que cayó desde los doce pasos con España. El consuelo fue el tercer puesto obtenido contra Uruguay en una definición por penales que volvió a demostrar que Buffon seguía siendo uno de los mejores arqueros del planeta.

Los buenos augurios para el Mundial 2014 no tuvieron eco en la cancha. Otra vez Italia padeció la afrenta de irse de una Copa del Mundo en la primera fase. Se impuso a Inglaterra y perdió con Uruguay -el día de la mordida de Luis Suárez a Giorgio Chiellini- y con una sorprendente Costa Rica. Eso marcó el final de la era de la reconstrucción que intentó Prandelli.

Antonio Conte, de gran labor en Juventus, se hizo cargo de la selección. Aparecieron nuevos nombres en el equipo, ya que de los héroes del 2006 apenas permanecían el eterno Buffon y Danielle Rossi (ya con menos protagonismo). El veterano arquero lideraba un plantel en el que emergían como figuras Chiellini, Matteo Darmian, Antonio Candreva, Lorenzo Insigne, Ciro Immobile y Graziano Pellé. No era precisamente un equipo de lujo ni mucho menos, pero aun así tuvo una prometedora tarea en la Euro 2016. Una retaguardia monolítica era el fuerte de ese seleccionado que se despidió contra la Alemania campeona del mundo en un partidazo de cuartos de final.

Pero lo bueno no dura para siempre. Conte tenía previsto alejarse no bien terminara ese certamen para asumir la conducción del Chelsea, y cumplió su palabra.

UN FUTBOL DE EXTRANJEROS
Lo sucedió Gian Piero Ventura, un técnico de no muchos laureles en una extensa carrera que incluía pasos por Cagliari, Sampdoria, Udinese, Napoli, Messina, Verona, Pisa y Bari en la Serie A. Su gran desafío era asegurar el boleto de Italia en Rusia 2018.

Confió en la base del pasado reciente y le sumó a los jóvenes que debían marcar el futuro de la selección. Aparecieron Alessio Romagnoli, Andrea Belotti, Marco Verratti, el joven arquero Gianluigi Donnarumma y Stephan El Sharawi, algunos con cierta experiencia internacional y otros apenas debutantes. 

El gran problema de Ventura era que desde hacía años la Liga italiana venía siendo dominada por una Juventus cuyas principales figuras no eran precisamente futbolistas italianos. Carlos Tevez, Paulo Dybala, Gonzalo Higuaín, el francés Didier Pogba fueron y son algunos de los estandartes de una Vecchia Signora que, al igual que la mayoría de los equipos del Calcio, se nutre de extranjeros y comunitarios para disimular la merma en la calidad de los jugadores peninsulares.

La actual Serie A tiene como goleador a Immobile, pero entre los diez máximos anotadores sólo aparece otro italiano, Fabio Quagliarella. Los principales artilleros llegan de otros países como Argentina (Mauro Icardi, Dybala e Higuaín), Bélgica (Dries Mertens), Bosnia (Edin Dzeko), Francia (Cyril Thereau) y España (Suso, Falque y Callejón).

Esta falta de talento ha obligado a hacerle lugar en la selección a Eder, un mediocre delantero brasileño de 30 años, para ocultar la falta de atacantes de nivel que pone en jaque a los azzurri. No hace mucho, sucedió lo propio con los argentinos Daniel Osvaldo y Gabriel Paletta, confirmación de que Italia escarba en cualquier lado para enontrar lo que no tiene.

Los seleccionados italianos cuentan con una larga lista de futbolistas de otros países integrados a sus filas. Ya en 1934 y 1938 fueron bicampeones del mundo con los argentinos Luis Monti, Raimundo Orsi, Enrique Guaita y Atilio Demaría, el brasileño Guarisi y el uruguayo Michelle Andreolo. En los `60 nutrieron su modesta selección con nuestros compatriotas Enrqiue Omar Sívori y Humberto Maschio y el brasileño Joao Altafini. En el pasado recurrìan a estrellas que les otorgaban un salto de calidad a sus planteles. Hoy, basta y sobra con que los nacionalizados se desempeñen en posiciones que no consiguen cubrir con jugadores nacidos dentro de sus fronteras. Basta recordar que el campeón de 2006 tuvo a Mauro Camoranesi... 

En la ruta hacia Rusia, la Italia de Ventura tuvo la mala suerte de toparse con España en una zona que completaban Israel, Macedonia, Albania y Liechtenstein. Estaba claro que era un mano a mano entre la squadra azzurra y La Furia Roja. España dio cuenta de todos sus rivales y selló su pasaporte con una espectacular goleada como local por 3-0 sobre Italia, con la que había igualado en la península itálica. 

Ese traspié envió a Italia al repechaje, donde se encontró con Suecia, un elenco de vuelo casi tan bajo como el azzurro. Pero este equipo de Ventura pagó un precio muy alto por el nivel cada vez más mediocre de los futbolistas locales, opacados por la invasión de jugadores de otras latitudes que pueblan la Seria A. 

El traspié por 1-0 a manos de Suecia en Solna fue imposible de revertir en el mítico estadio Giuseppe Meazza, de Milán. El 0-0 sepultó a Italia en un mar de lágrimas. Y cerró la campaña internacional del excepcional Buffon, que se quedó con las ganas de disputar en Rusia su sexta Copa del Mundo, lo que le habría permitido marcar un récord de participaciones.

Y esta vez no fue la picardía creativa de una agencia de publicidad. Para Italia, fue un giorno tristissimo...