Volver a la belleza en el siglo XXI

El pensador alemán Dietrich von Hildebrand (1889-1977) abordó los temas clásicos de la filosofía occidental desde una visión personalista. Sus reflexiones eludieron a la vez los reduccionismos marxistas o mercantilistas.

POR FELICITAS CASILLO

La vida de Dietrich von Hildebrand presenta una continuidad asombrosa entre pensamiento y acción. Durante el siglo XX, atravesado por tensiones políticas y enfrentamientos sociales y bélicos, esta coherencia implicó sin dudas el riesgo de la propia vida. Una de las riquezas más consistentes del pensamiento de este filósofo es su visión integral sobre la persona humana, desde aspectos religiosos, éticos, afectivos, sociales y culturales.

Mientras otras corrientes contemporáneas se restringían a valoraciones parciales, Von Hildebrand tuvo la delicada inteligencia de desplegar ante sí la complejidad social. Al igual que otros personalistas, se refirió a las preguntas clásicas de la filosofía, como son la verdad y la libertad, la naturaleza del amor humano y el poder de la belleza.

De ascendencia alemana, Dietrich nació en Florencia en 1889. Sus padres fueron Irene SchŠuffelen y el escultor Adolf von Hildebrand. Pasó sus años de niñez y juventud entre Italia y Alemania. Para comprender la Estética, es necesario detenerse en la villa florentina de la infancia, donde creció rodeado de la magnífica cultura italiana. Artistas de diversos países visitaban su casa, como fueron Wagner, Rilke y Richard Strauss. 

En 1907 comenzó a estudiar filosofía en la Universidad de Munich. Luego, en Göttingen realizó estudios doctorales, dirigido por Edmund Husserl. Von Hildebrand se nutrió de la fenomenología pero después coincidió con el pensamiento de Adolf Reinach, quien subrayó la importancia de la interpretación realista. Otra de las personalidades relevantes durante sus años de estudiante fue Max Scheler. En parte por esta amistad, en 1914, Dietrich se convirtió al catolicismo. Es imposible comprender la luminosa profundidad de su pensamiento sin la experiencia de fe del autor. 

Años después, en 1933, dejó Alemania, y en la ciudad de Viena fundó Der Christliche Staendestaat, una revista abiertamente contraria al nacionalsocialismo. Al tiempo que ejercía una crítica férrea al régimen, se trasladó a Suiza y luego a Francia, donde enseñó en la Universidad Católica de Toulouse.

A finales de 1940, llegó a los Estados Unidos. Se desempeñó entonces como catedrático en la Universidad de Fordham, en New York, y se casó con Alice Jourdain, conocida luego como Alice von Hildebrand, filósofa y teóloga de origen belga. Dietrich murió el 26 de enero de 1977. Una de las últimas obras que escribió, al principio de la década del setenta, fue su Estética, en dos tomos.

VIGENCIA 

Fundada y dirigida por el filósofo John Henry Crosby, Hildebrand Project es una organización norteamericana con proyección internacional, dedicada a la traducción, exploración y difusión del pensamiento de Von Hildebrand. Algunas de sus traducciones son: Mi lucha contra Hitler (2014), Liturgia y Personalidad (2016), y el primer tomo de Estética (2016). Este año se llevó a cabo el séptimo seminario anual sobre el autor, cuyo tema fue el de la última obra traducida: un acercamiento filosófico a la belleza.

Para Von Hildebrand, la belleza aparece frente al hombre como un misterio y tanto la belleza artística como la de la naturaleza requieren de una compenetración espiritual para su aprehensión.

Un acercamiento reverente, dice el filósofo, lo contrario a las ideas con que solemos asociarla vulgarmente: belleza como sinónimo de algo simplemente bonito, belleza exclusivamente sensual o cosmética, o belleza como mero vestigio del pasado.

La belleza existe, sin embargo, como un valor intrínseco a la realidad, una cualidad en el objeto de conocimiento, y no una fantasía subjetiva, relativa a cada observador. Para el autor esto es evidente en el lenguaje. Cuando alguien se refiere a la belleza de un paisaje, por ejemplo, no expresa en primer término lo que el paisaje provoca sino que alude una cualidad de la realidad observada. El hablante naturalmente comprende que ante la visión de la belleza, lo realmente crucial es la belleza misma y no la reacción que provoca.

El enunciado "esto para mí es bello" aparece casi como una argumentación o una réplica, donde "para mí" sobra, porque la belleza "permanece activa" incluso cuando no es percibida. Quien la contempla no gira sobre sí mismo, sino que se vuelve hacia algo más allá de sí mismo. Por esta razón, la belleza es para el hombre una experiencia trascendental, y se relaciona más con la cultura, entendida como acción y reflexión humana, que con el término civilización, que sin ser negativo, implicaría el mundo de la utilidad y resolución cotidianas.

Suele relacionarse la experiencia estética con algunas tendencias parciales que la desfiguran, como son la consideración de la exclusividad de una elite culta o un lujo banal. Como meramente se focaliza en su experiencia de placer, el sibarita "es incapaz de acercarse con profundidad y humildad". Frente a esta tendencia, la reacción tampoco acierta. La más de las veces las obras perpetradas bajo lo que Von Hildebrand llama una "antipatía pseudo-democrática" hacia la belleza conducen al resentimiento, cuando no a la discriminación y a la oferta de sucedáneos mediocres.

Para Von Hildebrand la belleza, en cambio, es puro don, superflua en el sentido etimológico más alto del vocablo, esto es, que fluye por sobre. "Solo quien permanece enamorado", dice el autor, "puede esperar aprehender su esencia".

VALOR SUPERADOR

El marco personalista de Von Hildebrand permite reflexionar sobre la creación humana por fuera de corrientes ligadas tanto al marxismo como a las tendencias de la industrialización total de la cultura. Ambas visiones reducen la creación a términos economicistas.

Por un lado, el materialismo histórico concibió la cultura como reflejo de las fuerzas de producción. Esta visión fue superada en la evolución marxiana, que sin embargo permanece en una descripción parcial al abordar la cultura meramente como parte de esa base productiva. Por otro lado, la reducción de la cultura a la industria asume la mercantilización total como algo necesario. La recepción de la obra se restringe a mediciones de audiencias y contabilización de ganancias.

La visión de Dietrich Von Hildebrand, lejos de la mirada nostálgica, parece propiciar e iluminar una tercera posición, no en el medio, sino por sobre las anteriores: la posibilidad de considerar la creación humana, no solo como labor humana, tampoco únicamente como motor de desarrollo social, sino también como acción de trascendencia, búsqueda de verdad y encuentro humano.