De la ilusión al desencanto

DOCE LIBROS SOBRE EL ASCENSO, APOGEO Y DERRUMBE DEL FENOMENO COMUNISTA

1. Diez días que conmovieron al mundo, de John Reed (1919). Fue de las primeras obras que construyeron el mito de la revolución triunfante. Periodista e hijo de una acaudalada familia estadounidense, Reed viajó a Rusia y vivió los hechos que relata, por eso el libro desborda de intensidad y cercanía. Su punto de vista es el de los bolcheviques, a quienes pinta con tonos luminosos (la primera edición incluía un prólogo de Lenin). Reed fue el prototipo del "compañero de ruta". Se incorporó a la Internacional Comunista pero pronto se retiró, disconforme con sus prácticas autoritarias.

2. Teoría y práctica del bolchevismo, de Bertrand Russell (1920). Aunque no siempre fue un modelo de probidad intelectual, Russell exhibe en este libro un apego a la verdad que es raro entre los miembros de su especie. Como tantos otros, el británico quiso conocer de primera mano el experimento bolchevique. Y lo que vio no le gustó. En estas páginas registra su desencanto y el carácter esencialmente despótico de los gobernantes de la nueva Rusia, a quienes compara con musulmanes o puritanos. También objeta el uso que hacían de la guerra civil para justificar la violencia y los atropellos. Pocos repararon en su diagnóstico exacto y temprano.

3. Nosotros, de Yevgueni Zamiatin (1921). Este mundo de pesadilla es el antecedente más claro de todas las distopías literarias modernas, en especial 1984, de George Orwell. La crítica al comunismo es obvia. Se trata del Estado Unico donde reina el Bienhechor. Allí las personas quedaron reducidas a números y los individuos se fundieron en un "nosotros" inabarcable. El amor ha sido desterrado y sólo impera el "bienaventurado yugo de la razón". La contracara es la antigua fe: en su adoración al Estado, el nuevo poder quiere presentarse como una religión secular, con su liturgia y sus dogmas. Zamiatin escribió esta obra corrosiva entre 1919 y 1921 pero sólo en 1988 se conoció en la URSS.

4. La condición humana, de André Malraux (1933). Esta novela impresionante que cimentó la reputación de su autor, contribuyó también como pocas a asociar la figura del revolucionario a la del héroe. Sus protagonistas, valientes y abnegados, son comunistas que luchan y mueren para tomar el poder en China. Representan a la vez un cierto nihilismo de Malraux y su compromiso con la causa, a la que adhirió hasta fines de la década de 1930. Según Pierre de Boisdeffre, "el comunismo fue para él, como para tantos otros, la única religión capaz de llenar el vacío creado por la agonía del cristianismo". 

5. Stalin, de Boris Souvarine (1935). Fundador del comunismo en Francia, Souvarine rompió con el partido en 1924. Un decenio más tarde publicó este libro monumental, que es más que una biografía -la primera, por otra parte- del entonces líder máximo soviético. Sus capítulos historian el movimiento revolucionario ruso, el éxito en 1917 y los desvaríos iniciales de sus líderes. Con paciencia y abundante información, cuenta cómo hizo Stalin ("intrigante y maniobrero consumado") para encaramarse hasta la cima, en esa "marcha lenta y prudente hacia el poder exclusivo y absoluto".

6. Regreso de la URSS, de André Gide (1936). Simpatizante tardío del comunismo, Gide hizo en 1936 el viaje obligado a la patria de la Revolución. A su retorno escribió este librito en el que deslizó tibias críticas a lo que conoció de primera mano. Gente haciendo horas de fila para conseguir almohadones, hogares despersonalizados con "la misma fealdad en muebles, el mismo retrato de Stalin y nada más", un pueblo pobre y sumiso. "Dudo que hoy en ningún otro país, aun cuando fuera la Alemania de Hitler el espíritu sea menos libre, más doblegado, más temeroso (aterrorizado), más avasallado", escribió. Gide pagó cara su rebeldía. De la noche a la mañana pasó de ser un escritor festejado por todo el aparato comunista a un "monstruo fascista" y un "autodeclarado burgués decadente". Gajes de la disidencia. 

7. El cero y el infinito, de Arthur Koestler (1940). En esta novela Koestler dramatiza su propia ruptura con el comunismo, al que por años sirvió como un brillante soldado. Su tema es el de los llamados "Procesos de Moscú". Un viejo comunista, Rubashov, es obligado mediante largos interrogatorios a admitir las falsas acusaciones que le endilgan los esbirros del "Número Uno". Las interminables discusiones al final giran en torno al dilema básico sobre los fines y los medios. Como Rubashov, Koestler había dejado de creer que "una necesidad colectiva justifica todos los medios". Su principal objeción al comunismo ya no era política o ideológica, sino moral. 

8. 1984, de George Orwell (1949). Aunque el paso del tiempo y una interpretación interesada convirtieron a esta novela en una denuncia de todas las dictaduras, Orwell la escribió con la idea precisa de cuestionar a los regímenes del modelo soviético. Su distopía apenas exagera rasgos concretos de la Rusia estalinista. La reescritura del pasado, el uso distorsionado del lenguaje, la obsesiva demonización de ciertos enemigos, la vigilancia permanente del Gran Hermano existieron y fueron padecidos por cientos de millones de personas en las tiranías marxistas. El gran mérito de 1984 es haber mostrado hasta qué punto ese control totalitario buscaba -y conseguía- deshumanizar a sus víctimas.

9. El testigo, de Whittaker Chambers (1952). Olvidado ya en el mundo de habla hispana, este libro es un clásico que se sigue leyendo en Estados Unidos. Es la formidable historia de un espía comunista, el propio Chambers, que se dio vuelta y delató a sus jefes y cómplices y la vasta conspiración oculta que integraban. Uno de ellos era Alger Hiss, subsecretario de Estado en los años finales de Franklin Roosevelt, y quien hasta el día de su muerte se negó a admitir la acusación de espionaje. Desacreditado en su momento por una intensa campaña de prensa, el testimonio de Chambers contra Hiss se demostró exacto tras la caída de la URSS y la apertura de sus archivos secretos. Uno de los rasgos que más impresiona de su vida es la convicción de que la pugna contra el comunismo era, en el fondo, un combate espiritual. En su caso, la ruptura con la ideología fue el primer paso de una profunda conversión religiosa.

10. Archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitsin (1974). En buena parte de los círculos culturales de Occidente fue necesaria la tardía aparición de este libro para romper al fin con el mito comunista. Mezcla de memorias, diario personal, crónica, historia oral y cuaderno de notas, Archipiélago Gulag reveló con toda crudeza la magnitud del totalitarismo soviético y el espantoso destino de sus víctimas en los campamentos de trabajo forzado de Siberia y el Artico. Solzhenitsin combinó sus recuerdos personales de prisionero con incontables testimonios de esas "riadas" humanas que abastecían la maquinaria opresiva. Su aporte ayuda a entender por qué también el comunismo fue un crimen contra la humanidad.

11. Mea Cuba, de Guillermo Cabrera Infante (1993). En la segunda mitad del siglo XX, Cuba fue la nueva meca revolucionaria. Ninguna obra desenmascaró mejor ese invento de propaganda que esta colección de artículos y ensayos de Cabrera Infante. Con apasionado ingenio, el notable escritor exiliado, antiguo líder del movimiento que tomó el poder en 1959, refuta las mentiras y los engaños del castrismo, "la Castradura que dura", y se trenza con los pertinaces defensores del régimen caribeño entre la intelligentsia de Europa, Estados Unidos y América latina. Merece destacarse su respuesta antológica a uno de ellos, Rodolfo Walsh, en "Invitation to Walsh", de 1968.

12. El pasado de una ilusión, de Franois Furet (1995). En este ensayo brillante, que es de lo mejor que se escribió sobre el fenómeno comunista en el siglo XX, Furet no se propuso trazar la historia del comunismo o la URSS, sino la del influjo de la idea comunista sobre la política y la cultura: su "recorrido imaginario", que "es más misterioso que su historia real". Para generaciones de militantes y simpatizantes el comunismo fue, ante todo, una ilusión inmune a los percances de la realidad. Ese hechizo explica su vigencia y la cerrazón de sus adeptos ante los innumerables horrores que provocó. También permite comprender por qué sigue siendo una opción viable para minorías tan ruidosas como obcecadas.