Un riesgoso experimento

El que mueve las piezas

Por Ariel Magnus
Tusquets. 275 páginas

Si la literatura lo permite casi todo y la novela es uno de los formatos donde los autores gustan de darse a la experimentación, pues entonces lo que hizo Ariel Magnus fue jugar con su imaginación, corriendo los riesgos del caso. Que haya o no salido airoso de la empresa muchas veces es, también, cuestión de gustos.

El que mueve las piezas pudo haber sido una narración lineal, sencilla, y entonces quizás se hubiera transformado en un libro poco llamativo. Una historia de amor fallido forjada a las sombra de un torneo internacional de ajedrez jugado en Buenos Aires, durante los albores de la Segunda Guerra Mundial, no es un tema que atrape en sí mismo.

Pero entonces surge lo inesperado: Magnus juega con el tiempo y el espacio, mantiene diálogos con su abuelo muerto al que no llegó a conocer, y que es el personaje protagónico de la novela, e interactúa con otras figuras que toma prestadas de libros consagrados, escritos por plumas no menos famosas.

En esa mezcla de recursos el argumento deja de ser lineal, se vuelve más atractivo, pero también más confuso. Las interrupciones, las aclaraciones, las ideas y vueltas le ponen un freno de mano al desarrollo. Como un río torrentoso que corre entre rápidos y, de repente, desemboca manso y anodino.

Parte de la ficción o no, el autor confiesa que a la hora de narrar actuó a pedido: escribir sobre el diario de su abuelo y sobre el ajedrez. Unió ambas partes y creó una historia repleta de matices. Siempre resultan atractivas la vida de los ancestros, el pasado sepia de Buenos Aires y las enrevesadas tramas políticas. Y siempre ha sido una tentación para los escritores tejer sobre el tablero, una ecuación que casi nunca falla.