La dislexia no es un problema de inteligencia

Durante mucho tiempo, hablar de dislexia -una afección que padece entre el 3 y el 5% de la población mundial- era hablar de un síntoma indicador de una problemática emocional, que afectaba el progreso de algunos chicos en edad escolar.

Sin el avance tecnológico que permitía dar cuenta de las reacciones a nivel del cerebro ante ciertas estimulaciones, este tipo de disfunciones caían en una generalización, falta del diagnóstico específico y de la intervención profesional adecuada. Hoy día, la tendencia es catalogarla como una disfunción neurobiológica que acompaña a la persona a lo largo de toda su vida.­

En el Hospital de Clínicas, el equipo de psicopedagogas está integrado por las licenciadas Rosamarina Alvarez, Marina Croceri, Patricia Pasqua y Karina Estigarribia, quienes reciben las consultas e intervienen en cada caso. Para ellas, la dislexia no es un problema de inteligencia, sino una afección que tiene que ver con el aprendizaje.­

"Para el chico con dislexia, todo se hace un poco cuesta arriba. Porque la lectura y la escritura son cosas con las que se va a enfrentar toda la vida", afirma Alvarez.­

"Estamos ante una persona que cuando se encuentra con un escrito, no encuentra ninguna representación. Es como intentar leer un idioma totalmente desconocido que para él no tiene lógica, no lo puede descifrar", completa Croceri.­

La clave está en el diagnóstico adecuado en el momento preciso: "Se necesita que el chico tenga algunos conocimientos sistemáticos sobre lenguaje, lectura y escritura para estar seguros que es dislexia. Tiene que avanzar en la escolarización, por lo menos hasta segundo o tercer grado. Sin embargo, hay que prestar atención a los progresos desde el jardín, porque se manifiesta desde muy temprano", explica Pasqua.­

"Esto es algo que va a acompañar al chico casi toda la vida, pero que puede aprender a compensar muy bien", afirma Alvarez. "Lo principal es la familia. No solo el acompañamiento que brinda, sino cómo impacta el diagnóstico. Hay que aprender a manejar la presión que los padres ponen en el chico cuando pasa el tiempo y no aprende a leer y escribir. También lo dispuestos que están a pedir ayuda, muchas veces se escudan en otras capacidades y le restan importancia", puntualiza Croceri. Lo importante es "que comprendan su situación real", completa Pasqua.­

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TRATAMIENTO­

El tratamiento que llevan adelante la psicopedagogas está orientado a dos objetivos, en primer lugar, reforzar el autoestima del paciente y potenciar las otras capacidades que pueda desarrollar, fortaleciendo aspectos positivos. En segundo término, comienza un abordaje re-educativo, con estimulación y trabajo sobre las funciones que presentan dificultad.­

"El potencial puede no estar puesto en la lectura o la escritura, pero si en otras habilidades innatas, hay chicos disléxicos que son muy hábiles para las matemáticas, por ejemplo", subraya Alvarez.­

Y por último, se trabaja en conjunto con la escuela. "Dependiendo de la etapa escolar en la que esté será el tipo de ayuda. A partir de 4º o 5º grado será tal vez una maestra integradora. También la cursada debería respetar las necesidades del alumno, quizás se le tenga que tomar más lecciones orales y no tanto pruebas escritas, por ejemplo", sostiene Pasqua y especifica: "Si empezamos a observar la dislexia en un alumno de preescolar o de sala de 4, el trabajo de las psicopedagogas será estimular todo lo que es la conciencia fonológica, a través de juegos, rimas, versos, cantos. Una cosa mucho más lúdica donde se puede abordar esta problemática en etapa temprana"

"La escuela tiene que tomar conciencia de la existencia de la dislexia y otras disfunciones similares. Los chicos diagnosticados tienen que seguir teniendo su matrícula y su espacio en la escuela a la que asisten y la misma se tiene que comprometer en ayudar y brindar las herramientas para poder asistir a sus necesidades", concluye Croceri.­

En consonancia, en 2016 se aprobó la Ley 27.306 sobre Disfunciones Específicas del Aprendizaje (DEA) que entre otras obliga al sistema de salud a cubrir la detección temprana, el diagnóstico y el tratamiento de las DEA, además de la capacitación docente, la cobertura de necesidades por parte de los establecimientos educativos y la difusión masiva con campañas a la comunidad.