Irreverencias con la literatura

Jean Echenoz vuelve en "Enviada especial" a la ficción pura y disparatada. La novela cuenta en tono de parodia una inverosímil conjura internacional para desestabilizar al régimen de Corea del Norte. El humor borronea los géneros y se ensaña con los trucos del oficio literario.

El juego literario, la irreverencia frente a los géneros, el humor a cada paso distinguen a Enviada especial (Anagrama, 255 páginas) la última novela del francés Jean Echenoz, divertida parodia que es mucho más que una burla de las historias policiales o de espías. Podría pensarse que el ejercicio mismo de la literatura, con todos sus trucos y mañas, es el blanco de esta deliberada tomadura de pelo.

Para lograr su cometido Echenoz (Orange, 1947) desarrolla un argumento disparatado desde la primera línea. Imagina una gran conjura internacional ideada por un general retirado de la inteligencia francesa cuyo objetivo final es nada menos que desestabilizar al régimen de Corea del Norte.

Como punto de partida el general ordena secuestrar a una joven y atractiva mujer parisina que sirva como nueva Mata Hari para infiltrarse en la hermética dinastía comunista y seducir a uno de sus burócratas. Una mujer cualquiera, atrapada en la calle, al parecer al azar (pero pronto sabremos que casi nada es azaroso en el mundo narrativo de Echenoz).

Toda la trama urdida por el militar jubilado, que empieza en las calles de París, se traslada al campo en La Creuse (donde la mujer será retenida en aislamiento antes de la misión) y desemboca por fin en el regimentado estado asiático, va a estar delegada, o tercerizada más bien, en personajes secundarios que tampoco son lo que parecen, y que siguen sus propias motivaciones dentro del plan maestro. Entre ellos abundan los alias, las máscaras y las identidades falsas, rasgo típico del género de espionaje en su versión más ridícula y que el autor maneja con ingenio para dosificar la confusión y la sorpresa de su propio argumento.

TONO DE BROMA

Ya desde la ambigua primera frase ("Quiero una mujer, profirió el general") comprendemos que el libro entero será una broma. El tono del chiste lo dictará la voz del narrador, el verdadero protagonista de la novela, que actúa como un relator en off que anuncia lo que va a pasar, presenta a los personajes, los define y evalúa. Por momentos se parecerá al conductor de un programa de televisión, en otros sonará como un apuntador teatral o como un guionista ante el borrador de su película (hay mucho de cinematográfico en Enviada especial). Será uno o muchos, porque su punto de vista es solidario con el de los lectores, con quienes se burla de la presunta omnisciencia del autor.

"Pero nosotros, siempre más informados que nadie, sabemos muy bien donde está...", comenta sobre el paradero de un personaje al que se abandonó unas páginas atrás. Perezoso, más de una descripción -corresponda a situaciones o personas- la termina con un simple "etcétera" que subraya lo previsible del relato. Se resigna ante una escena amatoria: "Era inevitable que un día u otro, explícitamente, apareciese un poco de sexo en este asunto...". Antes, frente al secuestro de la mujer (Constance) y el posterior pedido de rescate a su esposo (Tausk) so pena de mutilarla, el hombre acude a su hermanastro (Hubert) en busca de ayuda. La voz confiesa entonces que "estamos todos un poco incómodos: Tausk por su humillante petición a su hermanastro menor, Hubert porque Tausk ha venido de nuevo a tocarle otra vez las narices de gorra, yo mismo por una trama tan convencional".

MISION INSOLITA

Los ejemplos podrían seguir. El narrador no quiere que nos tomemos en serio lo que está contando. Y sin embargo, pese a sus comentarios desencantados y a la acumulación de casualidades, encuentros fortuitos, coincidencias impensadas y repetidos cambios de identidades, la historia consigue avanzar y el lector termina por identificarse con los insólitos conspiradores y con la misión de Constance como infiltrada entre la elite gobernante norcoreana.

Su exitosa penetración entre las máximas jerarquías de la oligarquía comunista es tan increíble como su posterior fuga hacia el sur a través de la zona desmilitarizada, uno de los momentos más altos de la novela, que Echenoz cuenta con todos los lugares comunes de las películas de acción, sin olvidarse de entremezclarla con el nacimiento de una cálida relación amorosa.

Con Enviada especial, Jean Echenoz señala su retorno a la literatura de pura ficción después de tres biografías ficcionales sobre figuras del siglo XX (Ravel, Zatopek y Tesla) y de 14, novela en la que condensaba en menos de cien páginas el desarrollo de la Primera Guerra Mundial. Aunque es cierto que a Echenoz la categoría de "literatura pura" no lo convence del todo. "¿Podemos hablar de ficción pura? ¿Acaso no tiene todo lo que escribimos algo de nosotros? -declaró hace poco al diario El Mundo de Madrid-. Es evidente que todo lo que escribes tiene algo de ti, por más que no lo parezca".
Arisco a la literatura contemporánea y a sus camarillas y lector fervoroso de Flaubert, Beckett, Proust, Joyce y del Dickens de Grandes esperanzas, que en parte fue el libro que lo convirtió en escritor, Echenoz volvió a la ficción después de cuatro obras en las que notó que los temas históricos se le daban con demasiada facilidad. "Y lo fácil es peligroso, así que tuve que dejarlo", explicó.

Para Enviada especial trató de seguir un hilo conductor, pero admite que a la hora de escribir no es muy organizado, "por no decir que soy demasiado caótico". Un caos creativo que se nota y se agradece en la novela, donde la forma y el fondo se complementan en su carácter aleatorio, caprichoso. "Escribir pone en marcha una especie de maquinaria de casualidades, y de repente, todo encaja", resumió.

Todo pudo haber salido muy mal en esta falsa novela de espionaje en la que se corta un dedo como prueba de vida, hay un suicidio, un desastroso robo a un banco y una vasta conjura internacional, mientras se incuban afrentas y romances de fábula. Pero es un testimonio del oficio y el buen criterio del autor que, al final, y a despecho de todas las advertencias en contra de la irrespetuosa voz narrativa, su historia tomada en solfa nos convenza tanto como si hubiera salido de la más seria de las plumas.