Malvinas: Dios también estuvo en las trincheras

El padre Vicente Martínez Torrens, capellán del Ejército Argentino, arribó a las islas el 3 de abril y logró salir tras la rendición. Llegó a celebrar ocho misas diarias, entre otras tareas, que muchas veces excedían su función sacerdotal.

El padre salesiano Vicente Martínez Torrens nació en Alicante (España), en 1940, a los 8 años llegó a la Argentina y se instaló en General Roca, Río Negro, donde reside en la actualidad. Luego de ordenarse sacerdote, en 1970, se dedicó a la docencia. Su relación con el Ejército Argentino comenzó cuando estudiaba teología en Córdoba y daba clases de moral y religión a los soldados. En 1968 completó el curso de paracaidista y comenzó a desempeñarse como capellán del Ejército.

El 2 abril de 1982, con 42 años, se encontraba dando clases en el Colegio Domingo Savio del Barrio Pietrobelli de Comodoro Rivadavia, cuándo le comunicaron que tenía que partir rumbo a las Malvinas. Fue el primer capellán en arribar a las islas y el último en dejarlas tras la rendición.
En diálogo con La Prensa, el padre Martínez Torrens -declarado recientemente vecino destacado de General Roca y Ciudadano Ilustre y Personalidad Destacada de Río Negro- recuerda aquellos días que le tocaron vivir:

- ¿Cuándo llegó a las Malvinas?

- Arribé el 3 de abril en un Hércules C-130. Fui incorporado al Regimiento de Infantería 25 de Colonia Sarmiento (Chubut). Tenía a mi disposición un jeep y un soldado para movilizarme en la Isla Soledad. También disponía de un helicóptero Augusta para atender a las tropas acantonadas a 90 km (Darwin y Goose Green) y cruzar el canal San Carlos para animar a las acantonadas en la isla Gran Malvina. Las actividades estaban consensuadas con el jefe del regimiento Teniente coronel Seineldín. Mi primera misión, recuerdo, fue bendecir el ex cuartel de los Marines y preparar y realizar la Semana Santa.

- ¿Qué tareas específicas realizó?

- En la guerra hay que ser padre, hermano y amigo del combatiente. Además de lo específico de un capellán como celebrar la Santa Misa e impartir los sacramentos, hice de "psicólogo" para mantener alta la moral, para destrabar conflictos y evacuar consultas de soldados y cuadros. También llevé a cabo algo de primeros auxilios y trasladé con mi vehículo a algún herido hasta el hospital. Asimismo escribí cartas y contacté a los heridos con sus familiares. Me tomaba tiempo para ir hasta el pozo de zorro del soldado para llevarle algo olvidado, como el jarro para desayunos, la marmita, etc. Cuando me desplazaba en un vehículo siempre fui acompañado por el soldado Merlo y en muchas ocasiones también acompañado por el soldado médico Rubén Brodsky. Si el ambiente bélico era adverso y resultaba peligroso desplazarse con un vehículo, yo viajaba a pie y solo, pero no faltaba a la cita programada. También cumplí la triste, pero necesaria tarea de enterrar a nuestros muertos. Sufrí y me impresionaba ver esos cuerpos tan chicos y sus caras casi imberbes. Me consolaba la paz que les seguía.

- ¿Cuántas misas celebraba por día?
- Ocho misas diarias, así lo requerían las necesidades pastorales para cubrir el diagrama. Era una necesidad de toda persona que vive una situación límite. La necesidad de aferrarse a Dios. En una oportunidad me crucé con una Unidad de Artillería que cambiaba de posición y en medio de una torrencial lluvia me "exigieron" que les celebrara la Santa Misa y les diera la Comunión. Se sabía que esa noche iban a ser atacados con cañoneo naval y no habían tenido tiempo de cavar los pozos de zorro como refugio. Debían descansar a campo abierto. Me decían: "si morimos queremos morir en Gracia de Dios". Más que un tema, les daba los principios rectores de nuestra fe: "Dios -les explicaba- no se deja ganar en generosidad. Si nosotros lo adoramos como merece El cuidaría de nosotros y la Virgen nos protegería. No nos salvamos por ser bautizados sino por llevar una vida de bautizados". Demás está decir que en la zona del aeropuerto, confiada a la defensa del Regimiento 25, tiraron más de 120.000 kg. de explosivos y no tuvimos una sola muerte. Los valores de Dios, de Patria y de familia fueron los factores que mantuvieron al máximo los actos heroicos tanto de cuadros como de soldados. Uno de ellos al rezar el rosario puso esta intención: "Para que mis padres comprendan el por qué muero".

- ¿Cuál fue el momento más trágico que le tocó vivir?

- A partir del 1º de mayo, declarada la guerra, cada instante lo vivía como si fuera el último de mi vida. Las balas, las bombas, la onda expansiva y los campos minados no sabían que yo no estaba por la guerra sino acompañando, en nombre de la Iglesia, a los 14.000 hijos de Dios allí presentes. Las balas daban contra toda persona que se interponía en su trayectoria fuera este soldado, oficial, suboficial o civil. El miedo me hacía ser cauteloso. Había que superarlo y no caer en el pánico que paraliza.

- ¿Vivió algún hecho gratificante durante la guerra?

- La distinción más grande, después de la gratificación pastoral que me brindó la guerra, es la de haber sido el instrumento para que la bandera histórica del Regimiento Infantería 4 de Monte Caseros (Corrientes) que participó en las batallas del "Sitio de Montevideo", Tupiza, Los Pozos, Juncal, Estero Bellaco, Tuyutí, Humaitá, Lomas Valentinas, Guerra del Chaco y Malvinas, no cayera en manos de "ningún vencedor de la tierra", en palabras del poeta Belisario Roldán.

- ¿Cómo fue la historia?

- Sería oportuno recordar que varios siglos atrás las batallas se daban entre bandos no bien definidos por lo que se hizo necesario de un adalid que llevara un estandarte para indicar a su tropa el camino hacia la victoria. Esa tradición la hemos recibido en herencia en nuestra Patria. Así tenemos al tambor de Tacuarí que junto al abanderado animaba a las tropas nacionales. Así nos resignamos a perder una batalla, pero no la bandera. Cito las palabras del general Belgrano, según la historia de Mitre, después del revés sufrido en Vilcapugio: "Soldados hemos perdido la batalla; después de tanto pelear la victoria nos ha traicionado pasándose a las filas enemigas en medio de nuestro triunfo; no importa: aún flamea en nuestras manos la bandera de la Patria". Al saber que nuestro circunstancial enemigo trataba de hacerse con esa reliquia histórica del Regimiento Infantería 4, seguramente para ofrecer un canje por la que Liniers les arrebató en 1806, me juré a mí mismo que no la arrebataría el enemigo de mis mismas manos. De ahí toda la estratagema que lleve adelante para evadirme con ella y traerla en el Buque Hospital hasta el continente.

- ¿Cuándo dejó las islas?

- Desde el 14 de junio por la tarde, día del alto el fuego me desprendí del Regimiento y me puse en campaña para ubicar a heridos y trasportarlos por medio del buque mercante Yehuin al buque hospital Irizar. Este trabajo lo debía realizar en la noche cuando por efectos del alcohol el control del puerto (ya en manos británicas) no era muy escrupuloso. Las tormentas de esas noches traían un mar de fondo que hacían rolar al Irizar y esta acción no nos permitía evacuar a los heridos. Hubo que retornar a puerto varias veces. Finalmente, al recibir la orden de entregarnos decidimos navegar los 40 minutos que nos distanciaban del buque hospital, abordarlo como se pudiera y dejando al Yehuin poner rumbo a Comodoro Rivadavia.

- ¿En lo personal como lo marcó haber estado en la guerra?
- No creo que haya un solo hombre que haya ido a una guerra y vuelva igual. Por lo menos enfoco la vida como una segunda oportunidad. Uno sale convencido que la guerra es la lacra de la humanidad y el medio, por lo general, más injusto porque se gana en razón de la fuerza y no por la fuerza de la razón.

- ¿Sigue teniendo contacto con los veteranos y con los familiares de los caídos?

- Después de mi entrega a Dios por medio de la Iglesia es la opción fundamental de mi vida. Doy por bien gastada mi vida si logro salvar una vida del suicidio, fruto del estrés postraumático de la guerra. Solo me falta Jujuy por visitar y creo, Dios mediante, ha de ser este año.

- A 35 años ¿cómo analiza la gesta de Malvinas?

- Aplaudo el desfile del pasado 27 de mayo. Aplaudo ese reconocimiento que se va dando en todo el país. Lástima que la mayoría de las veces la reivindicación del veterano vino por esfuerzo propio y no por la parte gubernamental que, tardíamente, sólo se ha conformado con ofrecer plata. Malvinas es causa nacional. Debe ser política del Estado y debemos empezar a defenderla desde la enseñanza escolar.