AMADO Y ODIADO, JORGE ASIS REPASA UNA VIDA DE FANTASTICOS ALTIBAJOS, CON LOS CAMBIOS EN EL PAIS COMO TELON DE FONDO

Recuerdos de un escritor maldito

En "Memorias tergiversadas", el novelista cuenta sus peripecias con ironía y ajusta cuentas con un ambiente literario que nunca lo reconoció. En este divertido anecdotario se cruzan otros autores, sus romances y sus lecturas.

La literatura es hoy una actividad marginal para el multifacético Jorge Asís, devenido en un influyente analista político. Cada dos o tres años vuelve a ella, aunque convencido de que sus libros ya no se leen, ni se comentan en los suplementos literarios. Esta vez, al cumplir setenta años, regresa con unas memorias tan singulares como él mismo. Un libro donde saca lustre a su chapa de escritor, ajusta cuentas con sus adversarios y se muestra desafiante, irónico, irreverente. Incluso con su autorretrato.

Memorias tergiversadas (Sudamérica, 304 páginas) es un texto inclasificable donde Asís "se cuenta, se recrea, se novela", se ufana de la "epopeya módica" del vendedor domiciliario que llegó a best seller, quedó en la lona y luego fue embajador, con los cambios en el país como telón de fondo. Un libro escrito en tercera persona, que por momentos se dirige a otro interlocutor, por momentos alterna pasajes novelados, e inserta al final tres cuentos inéditos.

Asís (Avellaneda, 1946) centra su relato en Madrid, testigo mudo de numerosas de sus peripecias.
El punto de partida es una visita que realizó a la capital española en 1981, casi diez años después de su debut literario.

Para entonces se había consagrado ya con Flores robadas en los jardines de Quilmes, novela por la que -dice- fue amado y odiado prematuramente. Tenía otras cinco obras escritas, definidas aquí como "perdonables", de cuando era "un izquierdista vocacional que no se tomaba en serio la mística revolucionaria". Y se disponía a presentar Carne picada, un futuro best seller que por esos días estrenaba una tirada inicial de 30.000 ejemplares, cifra que hoy se regodea en calificar de "infamante" para sus colegas instalados en el exilio.

Empezar por esa fecha, un período de su vida que considera "artificialmente ejemplar", le permite entrar de lleno en la polémica. Cuando el ambiente literario local, que nunca lo reconoció, lo espera para pasarle factura por su éxito en plena dictadura.

VACIO

Con la estampilla pegada de "colaboracionista", rememora el vacío que le prodigaron sus colegas y las operaciones que éstos hicieron sobre intelectuales y periodistas españoles para denigrarlo.
Asís se va construyendo la imagen de maldito, la de "un Céline sudamericano", dirá él, una suerte de enviado de literario del general Videla.

Claro que, lejos de disculparse, comete aquí la osadía de desafiar el discurso dominante y asegurar que nunca tuvo más libertad para escribir que entonces.

Esa es apenas una primera estocada a la corrección política. Porque Asís se solaza burlándose de "los heroicos resistentes que necesitaban que en Argentina no se escribiera nada digno, para justificar su posicionamiento", y luego de los "valientes repentinos" que denunciarían "aceleradamente las peores torturas". Lástima que este ajuste de cuentas, con pistas más o menos reconocibles, quede envuelto en la neblina.

A ese período de éxito, que duró poco más de dos años, le seguiría, en sus palabras, la "caída escalonada", sólo precedida por la publicación de Diario de la Argentina (1984), el libro que cree que lo trascenderá pero que lo llevaría al ostracismo.

En esa obra, que hoy define como un suicidio, Asís reproduce la lucha por el poder que se daba en el interior de Clarín, el diario para el que trabajó entre 1976 y 1982 y donde llegó a convertirse en redactor estrella.

Por ese libro, los tres directivos del diario lo persiguieron, según dice, hasta expulsarlo de la literatura. Objetivo logrado gracias a la ayuda de los radicales alfonsinistas que, en su opinión, se compraron el conflicto y no le daban aire por temor.

De allí las memorias nos devuelven a Madrid, adonde Asís viaja con el deseo de radicarse cuando lleva ya dos años en esa pendiente. Fue en el 86. Exilio voluntario que emprendía, a contramano, cuando todos volvían. En plena celebración de la democracia, y cuando -anota- los que se quedaron saltaban en bloque al alfonsinismo. Son, esos, días sin rumbo para él. Un derrumbe del que ya se ocupó en Cuaderno del acostado (1988), que aquí deplora por su franqueza excesiva, y del que lo salvó Menem cuando lo llamó para ser embajador ante la Unesco en París.

A este renacimiento por la política, Asís lo presenta como el reverso exacto de sus inicios, cuando llegó a la literatura desde la militancia en el Partido Comunista, el "frente cultural".

El vuelco en su vida es completo. Deja los pinchos de tortilla por refinados restaurantes, dispone de chofer y se viste como un dandy. Un Tom Wolfe en versión autóctona, se ríe hoy. Pero es una época en que no podía escribir, su obra le molestaba, sentía que nada tenía que ver con su actualidad.

El recuento de sus peripecias divierte por los fantásticos altibajos y por los enemigos que siempre se multiplican. Porque ahora podía gozar de una vida acomodada, pero su condición de maldito no lo abandonaba. Incluso se profundizaría con el menemismo, "la barbarie", que él se empecinaría en defender, hasta el punto de ser considerado su "ideólogo".

Quien busque un alegato del menemismo saldrá decepcionado. Lo que Asís ensaya aquí es una interpretación sobre por qué apoyó ese proceso. Admite que primero fue por "divertimento intelectual" y después por respaldo al "proceso de transformación económica". Pero la justificación orilla lo psicológico.

"Sentía que mientras lo defendía a Menem se defendía a sí mismo", se interpreta en tercera persona.
Su paso como embajador ante la Unesco que, como todo, se toma con humor, le inspiraría Excelencias de la Nada (2000), novela que a su entender es más grave que Diario, sólo que aún no fue descubierta.
Esta segunda parte del libro es más política que literaria. Abarca su fugaz experiencia como secretario de Cultura, con entretelones de su insólito proyecto que le costó el cargo; el año que vivió como ñoqui; su posterior rescate cuando fue designado embajador en Portugal y más tarde su pintoresca candidatura a la vicepresidencia.

Los recuerdos del menemismo son más sombríos de lo que podía suponerse. Tienen un cierto sabor a amargura, a desencanto. De esos años surgirá La línea Hamlet o la ética de la traición, novela en clave que -señala- nadie entendió.

No es que Asís busque la complicidad de los intelectuales opositores, a quienes llama, entre otras lindezas, "choripaneros del lenguaje", adheridos a "la ficción del progresismo". Pero se nota que es consciente de que, desde entonces, devaluado en su prestigio, ya no se reconciliaría con el ambiente "mitificado" de las creaciones.

Lo que seguirá después de los noventa es "el naufragio", los escraches que mereció y su recuperación a través del periodismo artesanal.

El recuento de su vida, episódico, por momentos desopilante, se entrecruza con figuras como Haroldo Conti, Horacio Salas, Guillermo Cabrera Infante, Héctor Magneto o el imán Moughnieh, e incluye su intimidad sentimental. Y al final de cada capítulo novela sus caminatas por París para visitar librerías, lo que permite recorrer con él los anaqueles, conocer sus gustos literarios.

La pluma filosa de Asís se divierte con su pasado. Pero, aunque su "malditismo" pueda servir en parte a su construcción literaria, también es real, y un recordatorio del precio que pagó por su desafío.