LA MIRADA GLOBAL

El bando de la guerra civil

Envalentonado por la marcha del 1A, el gobierno de Mauricio Macri se declara dispuesto a librar las batallas que no quiso afrontar al comienzo de su gestión. Responde así, con 15 meses de demora, al reclamo que desde la asunción del poder le venía haciendo su heterogénea base electoral. La reacción fue tardía pero positiva. Lo que no queda claro es si los generales del oficialismo saben a lo que se enfrentan.

En principio deberían comprender que sus rivales no se reducen al kirchnerismo. Esa fuerza política es sólo el apéndice degradado y oportunista de una tradición mucho más amplia y eficaz. Del otro lado forma filas un vasto frente progresista o de izquierda -populista o no- que tiene dos siglos de práctica combativa. Su punto fuerte ha estado siempre en la creación de ideas, de consignas, de símbolos y de causas. Cada vez que la realidad los contradijo (y fueron muchas), aprendieron a ignorarla, porque su divisa es la Utopía, que por definición no llega a realizarse y se preserva idealizada a perpetuidad. Su modo de acción ha sido el conflicto, la contradicción, la división. La grieta no fue un invento kirchnerista. Tampoco el deseo de que estalle una "guerra civil". Ya otro antes que ellos inventó el concepto de "lucha de clases" y edificó toda una filosofía alrededor de ese lema que por más de un siglo tuvo en ascuas al mundo.

La izquierda es la ideología de las víctimas. Ese es el dato clave. Todo el que la enfrente se convierte al instante en victimario, al margen de cuáles sean sus intenciones reales. Poco importa que los más grandes asesinos del siglo XX, el siglo genocida por excelencia, hayan sido regímenes de izquierda, de semilla marxista y variaciones leninistas, estalinistas, maoístas o castristas. Al utopista, al revolucionario, al "luchador social" esa realidad histórica le resbala. Por eso incluso hoy, en los medios culturales de Occidente, llamar a alguien "facho" es insultarlo, mientras que la palabra "comunista" goza de una razonable respetabilidad, inmune a todo descrédito.

Esa tradición cultural logró cosas que vistas desde este siglo parecen inconcebibles. Sus partidarios impusieron el mito de la revolución redentora, ocultando o negando sus matanzas y sus mentiras. Glorificaron a regímenes impresentables, como la Unión Soviética de Stalin o la Cuba de Castro, bajo el argumento extorsivo de que criticarlos equivalía a "hacerle el juego a la derecha". Se valieron de la injuria, la discordia y el engaño. Fueron los engranajes de lo que el disidente cubano Guillermo Cabrera Infante denominó "La Extraordinaria y Eficaz Máquina de Fabricar Calumnias".

En toda América latina justificaron la violencia y la toma del poder por las armas hasta que fueron derrotados y exterminados. Entonces cambiaron de discurso, se victimizaron y procedieron a reescribir la historia. Hoy en la Argentina es su versión de los hechos la que se enseña en las escuelas, se repite en los medios y se dictamina en la Justicia. Y la que por estos días quiere imponerse por ley en la provincia de Buenos Aires.
¿Serán conscientes en el Gobierno del espíritu profundamente artero y falaz del adversario que los desafía? A juzgar por el candor desideologizado que hasta hace poco exhibían sus estrategas, parece que no. De ahí que si el 1A les insufló nuevos bríos, tal vez deberían acompañar esa renovada energía por un curso acelerado de historia. La sanguinaria década del 70 podría ser un buen lugar para empezar el repaso.