FOTOS DE LA MISTERIOSA VIVIAN MAIER SE EXHIBEN EN UNA ANTOLOGIA EN LA FOTOTECA LATINOAMERICANA

Secretos de la eterna desconocida

La estadounidense fallecida en 2009 era una fotógrafa aficionada que se ganaba la vida como niñera y nunca quiso mostrar su trabajo. Sus miles de imágenes, descubiertas por casualidad en un remate, revelaron a una artista formidable.

Un espacio de 1200 metros cuadrados en el corazón de Palermo. La Fototeca Latinoamericana (FOLA), un lugar creado por Gaston Deleau para exhibición, diálogo y pensamiento sobre fotografía, tiene hasta el 11 de junio una nueva habitante. Se llama Vivian Maier. 

Son 55 fotos que habitan la sala principal de Fola en el Distrito Arcos (Godoy Cruz 2626, CABA). A la tal Maier, descubierta en un remate menor por John Maloof, que buscaba material para un emprendimiento personal, el mundo de la fotografía la ubica como un particular personaje en su historia.

¡Quién sabe si en el pedestal de Diana Arbus o Richard Quentin! Todavía queda mucho para develar de sus más de 150.000 fotos, que también abarcan lugares lejanos como Tailandia, India, Egipto, Yemen y parte de Sudamérica, donde un viaje en carguero la llevó, después de decirle a su empleador: "Me voy por ocho meses".

Ella es una casi desconocida que vivió y murió como niñera cuidando chicos ajenos. Calles de Nueva York y Chicago la vieron deambulando con su cámara colgada del cuello y una ristra de chiquilines, buena excusa para conocer lugares increíbles sin que nadie le preguntara por qué estaba ahí o "mejor no vamos porque puede ser peligroso".

Maier habría nacido en 1926 y se habría muerto octogenaria en 2009, un poco después de que el chico Maloof la descubriera por algo que nunca tuvo. Dinero. Cierto. La guardadora de muebles con parte de sus cosas no fue pagada y las cosas salieron por eso a remate, negativos, diarios viejos, colgantes, boletos de colectivo, cientos, miles.

ESPIA, FOTOGRAFA, DETECTIVE

La vida es una causalidad, porque una carencia, la falta de dinero, que la acompañó toda la vida (más de 50 años como nanny o en trabajos fabriles) hizo que el mundo la conociera. El asunto es, ¿habría querido ella ser conocida? ¿Como fotógrafa o como qué? Y uno piensa que sí, porque por la tarea que se tomó su descubridor Maloof y que culminó en un largometraje nominado al Oscar (se exhibe en la muestra), se puede escuchar su voz de giganta en grabadores elementales o films de Super 8 (parte del rico tesoro de Vivian junto con sombreros, botones o distintivos escolares) donde habla de ser espía, de que la llamen Smith y vecinos cuentan que con su metro ochenta y cinco interrogaba con grabador en el supermercado barrial sobre política o vaya saber qué otros temas.

Uno puede decir, al ver su obra, que fue una gran fotógrafa autodidacta (se sabe de una pionera francesa con la que habría compartido su vida en sus primeros años y de quien quizás haya partido alguna formación). Pero la existencia de un cortometraje de Vivian (también habitante de la guardadora de muebles) muestra su paso por todos los lugares que precedieron el crimen de una madre y su hijo, célebre en su época. En ese caso era la Vivian espía o la que emulaba a Sherlock Holmes, porque la noticia del crimen, como una señal, forma parte de los diarios guardados por ella. Esos que Vivian apilaba con sugestivas preferencia por crímenes, curiosidades o anomalías. Como otra creadora, nuestra Silvina Ocampo, que tanto acumulaba diarios viejos con violaciones, asesinatos y seres anómalos como bolsas de dinero que olvidaba en rincones o flores marchitas en libros de poesía.

RECORRIDO EN FOTOS

De la mano de Vivian, las obras que compartimos en Fola despliegan no sólo el mundo de una Chicago de los "50, muy a tono con el toque vintage del vecino Palermo Soho, sino también su mirada íntima. Hay solidaridad y ternura en los seres de color que asoman a la luz, ése abriendo el negocio, el otro mendigo en la calle, aquélla muy compuesta mirando a la cámara puro ojos, aros y tocado elegante. La simetría se apodera de la fotografía de los hombres en el colectivo, todos leyendo, todos con sombreros, todos ensimismados como en procesión. De espejos y transparencias hablan esas representaciones de la misma

Vivian Maier, casi ensimismada una y otra vez con su imagen reflejada, y hasta sonriente fijada en el espejo que el hombre trasporta por la calle. Confiada, tan distinta a la cotidiana que huía de todo contacto.

De los chicos, a los que amaba o no tanto, pero fueron su excusa para sobrevivir en un mundo de adultos con los que ella raramente hacia contacto, hay fotos entrañables como la de las amigas, la de la nena desafiante en quien su reloj de hombre y la firmeza de su brazo preanuncian como puro carácter, o la del inerme llorón de la mano de mamá, para finalizar con la del nene asomado a la enorme caja de cartón, ésas que Vivian con su talento de acumuladora juntó toda su vida aprisionando los pequeños recuerdos de los que sólo la muerte la separaron.

Quizás los sueños de Vivian tenían forma de señorita con estola, de espalda, rumbeando hacia un auto elegante o la dama de negro con sombrero y tul, como en una de sus obras. Lo que está claro es la falta y el deseo de amor. Las imágenes del deseo se cristalizan en parejas ancianas juntos para siempre, jóvenes en citas de té a las 5 tomadas en vertiginosas picadas o manos unidas en plano detalle sólo evidentes para sus ojos solitarios.

Hay una pregunta-reflexión que quedó grabada en uno de los tantos cortos de su vida de acumuladora y la dice ella misma a una de las criaturas que cuidaba en una película de Super 8, conservada en una de sus famosas cajas con las que llegaba a los hogares ajenos que marcaron su vida: ¿Cómo puedes vivir para siempre?

Vivian Maier, viajera inesperada, probable nena violada temerosa de la vida, hada y bruja de un ejército de niños, tenía, sin saberlo, el secreto de vivir para siempre. Desde su pequeño hogar de fresas salvajes, donde tres de sus chicos ya adultos la hicieron enterrar, sigue mostrándose, eterna desconocida a medida que se revelan sus imágenes.