LOS INVERSORES AGUARDAN LO QUE DIGAN LAS URNAS

La economía llegará a las elecciones creciendo al 4%

POR RAMIRO CASTIÑEIRA *

El 2016 culminó con una caída del -2,3% del PBI según anticipó el EMAE, en tanto que los precios se elevaron cerca del +39% según estimaciones oficiales. El empleo privado descendió sólo un -0,7% en el año y casi no hubo impacto en la tasa de desempleo que cerró en 8,5%, según la última estimación del INDEC.

Más aún, la actividad dejó de caer en el tercer trimestre del año pasado, para repuntar y con notoria fuerza en los últimos meses del año 2016. Los primeros indicadores de 2017 advierten que la tendencia al alza en el nivel de actividad se sostiene.

Estimamos que la economía estará creciendo un +3% para el segundo trimestre de este año, y arriba de +4,0% al momento de las elecciones. El cuarto trimestre dependerá del resultado en las urnas.

El secreto para evitar un colapso en 2016 dada la herencia, e incluso hablar de rebote en 2017, fue liberar la economía y financiar lo que emerja con deuda externa. Parece lejos, pero Argentina estaba con déficit comercial y en default, viviendo a cuenta gotas de las reservas del BCRA, administradas con cepo y sin otro plan hasta que se agoten.

No era opción sostener la lógica heredada que culminaba en colapso macroeconómico cuando se agotan las reservas. Faltó poco, por cierto. Eliminar las restricciones, liberar los precios de la economía y recuperar el crédito permitió sincerar la realidad y financiar los déficits que emerjan con deuda externa.

Y lo que emergió fue un gasto público en récord histórico de 46% del PBI, un déficit financiero de 6% del PBI sólo considerando al Gobierno Nacional, un déficit externo de 3,0% del PBI y uno energético de 1% del PBI. Mientras se volvía al siglo XXI en prácticas y libertades económicas, el Gobierno recuperó el acceso al crédito para financiar los déficit sin asaltar al BCRA, y comenzar a dar lucha genuina contra la inflación.

Luego de pagar lo que se debía y financiar la emergencia del 2016, la deuda pública cerró en 46% del PBI el año pasado, pero neto de ANSES y BCRA fue de 21% del PBI. La deuda neta parte de números bajos dado que fue una carta que el Gobierno saliente en default nunca pudo usar, salvo los préstamos de Venezuela y China.

En definitiva, la recuperación del crédito externo fue la clave para financiar la emergencia del 2016 y liberar la economía, e incluso hablar de rebote en 2017. Pero es claro que financiar tamaño déficit fiscal con deuda externa tampoco conduce a buen puerto si se sostiene en el tiempo.

Peor aún, el financiamiento externo termina apreciando al tipo de cambio, haciendo que el sector privado pierda todavía más competitividad. Empresarios terminan cargando sobre sus espaldas la presión tributaria, el atraso cambiario y el riesgo país que impone la sobredimensión del Estado.

COMPETITIVIDAD

En este contexto pocas empresas logran la competitividad suficiente como para exportar, e incluso a muchas les cuenta defender el mercado interno ante una apertura comercial.
Es por ello que el Gobierno renovó los votos de atacar los déficits heredados y con ello encontrar una dinámica de deuda sostenible en el tiempo. La renovada estrategia fiscal es reducir el gasto público un 1% del PBI por año, mitad apoyado en recortes de gastos y mitad en crecimiento económico.

Específicamente la meta oficial para este año es reducir el déficit primario a 4,2% del PBI, y el financiero a 5,8% del PBI. El gradualismo responde a las limitaciones políticas de minoría en ambas cámaras, pero también a que la "lluvia de inversiones" no llegará hasta que Argentina no ratifique en las urnas el nuevo rumbo macroeconómico.

En efecto, tras la caída del muro de Berlín las economías emergentes apostaron al libre mercado y a la globalización como base del desarrollo. Argentina también se sumó en este último pelotón a principios de los noventa, pero tras el porrazo del 2001, decidió recular por más de una década. En pleno siglo XXI Argentina volvió a apelar a las recetas que el mundo abandonó para incubar estancamiento económico, inflación y un nuevo fracaso.

Es por ello que la mirada de los mercados no está en las cuentas públicas, aún cuando es central en el problema macroeconómico de Argentina. La mirada está puesta en un paso previo. Está en saber si la sociedad con su voto ratifica o rectifica la decisión de una economía con mayores libertades y procurar un Estado compatible con una economía abierta. Ambas condiciones son necesarias para que Argentina no se frustre nuevamente en este nuevo intento de integrarse al mundo.

En definitiva, en 2016 Argentina evitó su quinto colapso económico de sus últimas décadas (Rodrigazo, tablita, hiperinflación y crisis de la convertibilidad -todas por pisar precios y/o dólar, en contexto de déficit fiscal-). Logró liberar el mercado cambiario, el financiero, el comercial, los precios internos, salir del default, recuperar las estadísticas públicas y las relaciones internacionales. Todo ello permitió recuperar un piso mínimo de libertad económica.

Pero los factores estructurales continúan. A la sobredimensión del Estado con fuerte déficit fiscal, se suma el déficit externo y ahora nuevamente el energético. Factores que demandarán años solucionar. El gradualismo elegido por factores políticos, como por lo fresco de los traumas acumulados, exige financiamiento externo. Pero si Argentina dilata el gradualismo, o peor aún, amaga con volver a recular, se pondrá en riesgo el financiamiento, trayendo al presente la crisis que hace sólo meses dejó atrás.

Los inversores esperarán el resultado de las urnas hasta que Argentina ratifique el camino elegido. Las inversiones no son rentables en ambos escenarios.

En esta carrera de la globalización, Argentina se sumó en el último pelotón tras la caída del muro. Luego del porrazo del 2001, reculó más de una década y recién ahora pareciera que se propone volver a competir. Ya no hay un último pelotón al cual sumarse, pero no afecta ya que en todo maratón uno corre contra uno mismo.

* Economista jefe de Econométrica.