LECTURAS DE AUTOR

"Desde que aprendí a leer, leo de todo, sin pensar en géneros"

Vlady Kociancich destaca la "linda sorpresa" que le resultó descubrir a Patrick Modiano gracias al Premio Nobel. Lamenta el olvido de Marco Denevi o Isidoro Blaisten, y admite que debió batallar años para disfrutar a Proust. 

-¿Qué libros está leyendo ahora? ¿Suele leer varios libros a la vez?

-No puedo leer varios libros a la vez. Los leo en fila. En este momento releo por puro placer a Marcel Pagnol, autor francés de Jean de la Florette. Son memorias de su infancia en la Provenza que divide en tres volúmenes deliciosos: La gloria de mi padre, El castillo de mi madre y El tiempo de los recuerdos. Además de la fuerza y realismo de todos los personajes la escritura es admirable. 

-¿Qué autor nuevo o clásico descubrió últimamente? ¿Por qué motivos la atrapó?

-Patrick Modiano. Una linda sorpresa. Los Premios Nobel son mediocres salvo raras excepciones. Me gusta su mesurada y profunda búsqueda del pasado y de una identidad en calles de París, el estilo que traza, cuadra por cuadra, una ciudad que ya no existe.

-¿Podría mencionar un autor argentino de cualquier época que considere olvidado, ya sea por los medios culturales o por la crítica?

-En nuestro país y en estos días, cuando los medios culturales se han reducido tanto como la cantidad de lectores, olvidar a excelentes escritores argentinos es más bien un destino irrevocable y a corto plazo. No me sorprende que casi no se mencione a Marco Denevi o a Isidoro Blaisten, dos ejemplos en una muchedumbre de autores que marcaron su época. 

UN CLON

-¿Algún autor contemporáneo o clásico en cualquier lengua que le parezca sobreestimado, o que no haya estado a la altura de sus expectativas como lectora?

-Entre los extranjeros, Paul Auster. Nunca me atrajo. Quizá porque lo veo como un clon de autores estadounidenses de los sesenta, encabezados por John Updike y una serie de otros que siguieron contando la misma historia narcisista y pretensiosa. Hace muy poco, para no ser injusta, intenté releerlo. Confirmo mi primera opinión. Entre los nuestros, Saer. Juro haber buscado interés en sus libros como el zorro la madriguera de un conejo. Inútilmente. Lo pierdo a la página 30. Debe ser una falla de mi instinto literario porque es el dios más venerado del panteón de consagrados de la crítica académica. Bueno, tal vez se lo merezca.

-¿Lee en dispositivos electrónicos? ¿Lo recomienda? ¿Lo reprueba?

-Soy una lectora del siglo XX. Necesito el tacto y el aroma del papel, la forma cómoda, perfecta, del libro. Por supuesto que no repruebo ningún avance tecnológico que permita una nueva forma de leer o de escribir, sería como rechazar la máquina de escribir cuando se inventó. Y es muy útil. Mis propios libros están en ebooks. 

-¿Visita librerías de viejo, ferias, librerías de saldos? ¿Podría mencionar alguna favorita?

-Me gustan las librerías de viejo, siempre encuentro una joya perdida. Hace poco, cuentos de Colette, maravillosos, una prosa poética. No se han reeditado, qué pena. 

-¿Es lectora de literatura de géneros? ¿Hay alguno que prefiera o rechace sobre otros? ¿Alguno en el que nunca se internó?

-La buena literatura no se encierra en un género, ni siquiera el más popular, el policial. Los mejores libros saben huír del encasillamiento a que los sometemos con esas etiquetas que son como un cartel de vialidad. Los mejores autores crean caminos laterales fuera de la autopista que muestran los paisajes más ricos, más inesperados y sin límite para la curiosidad y el placer. Como escritora y desde que aprendí a leer, leo de todo sin pensar en géneros. La literatura tiene la gracia de la exploración de un continente donde hechos, imágenes, palabras, siempre suceden por primera vez para asombrarte de que no los hayas visto ni descubierto antes. Cuando el presente me abruma leo a historiadores clásicos, griegos o romanos. Increíble cómo seguimos cometiendo los mismos, atroces errores. 

-¿Recuerda uno o más libros consagrados que se le resistieran y no haya podido terminar de leer?

-Recuerdo una batalla con En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Duró años de embatir contra lo que me parecía un muro de palabrería sofisticada. Hasta que un día de verano, en el crucero de un amigo, en un río del Tigre, probé otra vez porque el único libro que tenía ahí era Por el camino de Swann. Me deslumbró. Hoy es uno de mis escritores favoritos. Conozco a sus personajes como si los hubiera tratado, sé de memoria escenas de cada uno de los volúmenes. La lucha contra Proust me enseñó que hay que evitar los juicios apresurados.

POESIA

-¿Lee poesía? ¿Podría mencionar sus poetas favoritos? ¿Han ido cambiando con los años?

-Claro que sí. Leo poesía sin método. Para mí conserva todavía la música y el canto de sus orígenes, el momento propicio, celebratorio o melancólico. Versos de W.B. Yeats, de Borges, poemas de Walt Whitman, Olga Orozco, Kavafis, van y vienen por mi memoria. Son tantos. Creo que hay en la poesía el único reflejo de inmortalidad al que podemos acceder, leve y fugaz pero que se expande en nosotros como las ondas que produce la piedra que arrojamos al agua.

-¿Qué otro escritor de cualquier época le hubiera gustado ser, ya sea por su obra o por su vida?

-A esta altura ya estoy resignada a ser quien soy. Lo que me hubiera gustado es tener las virtudes o talentos de escritores que admiro. La inteligencia y humor de Bernard Shaw, la prosa de Joseph Conrad, la genial concisión de Marguerite Duras, la generosidad personal de George Sand, el magistral estilo de Tácito y como el personaje del film El paciente inglés, la humanidad de Herodoto, el Padre de la Historia. Me refiero a las obras. En cuanto a las épocas, el atractivo del pasado es un mito. La salud, por ejemplo. Nacida en ésta, no tendría defensas. Hasta la vida de los privilegiados era una tortura para el cuerpo. Yo no duraría mucho en ninguna. 

-¿Lee biografías de escritores? ¿Qué busca y qué encuentra en ellas? ¿Alguna especialmente memorable?

-Empecé a leer biografías de escritores después de haber recorrido sus obras, en busca del contexto histórico, más importante que los datos de la vida privada. En conjunto, encuentro que esas vidas dedicadas a la literatura han sido heroicas. Asombra la cantidad de obstáculos, miseria, enfermedades, persecuciones políticas, rechazos editoriales, que no les impidieron escribir obras maestras. Las buenas biografías son las que proveen información certera sobre las circunstancias del autor. Las malas y peligrosas son aquellas en que el biógrafo se larga a interpretar la vida personal como disparador de la obra, en un torpe análisis psicoanalítico o social. En un curso que di sobre los mejores cuentistas norteamericanos como Scott Fitzgerald, Carson McCullers y otros grandes, con una breve reseña de sus vidas, alguien exclamó escandalizado: "¡Pero todos eran borrachos!". Así suena la estupidez de algunos biógrafos de moda. 

-¿Regala libros, presta libros, devuelve los que le prestan?

-Regalo y devuelvo los inhallables que me prestan...

-¿Ha vuelto a leer de adulta alguno de esos libros que a todos nos facinaron en la infancia? ¿Cuál fue y qué impresión le causó?

-La primera novela que leí fue Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain. Soñaba con navegar el Misisipi. Tengo la suerte de que mis más hermosos deseos se cumplan, quizá porque no han sido tantos. Años después, en un viaje de trabajo, me encontré surcando ese río en uno de los barcos a rueda. Mi emoción fue tan intensa como el asombro. Al fin era una de la banda aventurera de Tom y Huckleberry Finn. Conservo aún ese libro que me hizo viajar por primera vez desde la vereda de mi casa, lo he releído y me encanta.

-Por último, si es imposible ser escritor sin ser primero lector, ¿qué libro siente que la convirtió a usted en escritora?

-A los ocho años leí Tarzán de los monos, de Edgar Rice Burroughs. La selva y el Tarzán niño que aprende a leer solo en un manual infantil que halla en la cabaña donde murieron sus padres, me emocionó por esa magia de la lectura. De ahí a la escritura hubo un solo paso. Selva, soledad, lectura, escritura. Creo que Burroughs me marcó el camino que he seguido. No fue Mujercitas, el clásico obligatorio para niñas.