EQUILIBRADA BIOGRAFIA DE ALVEAR, UN DEMOCRATA EN TIEMPOS AUTORITARIOS

Un patricio antioligárquico

El último presidente de la Argentina próspera luchó en franca minoría contra el caudillismo, el militarismo y el menosprecio por las instituciones republicanas.

En 1913 la Argentina era la décima economía del mundo de acuerdo con su PBI per cápita. En 1928, la sexta. Superaba, entre otras, las de Alemania, Francia e Italia. Su PBI era un tercio del de los Estados Unidos y un 50% del de América latina. Pocos después entró en decadencia y recorrió un camino del que no se conocen otros antecedentes: el del desarrollo al subdesarrollo.

No hay una explicación integral para este fenómeno, sólo hipótesis convergentes. Una es el ocaso de la globalización que favorecía a la Argentina y en el que, como es obvio, no tuvo ninguna responsabilidad la dirigencia nativa. Pero otra es la catástrofe institucional de la que la que la clase política fue protagonista con su participación en los golpes de estado y con el abuso de prácticas retrógradas como el caudillismo, la demagogia y el fraude.

Marcelo T. de Alvear fue el único presidente electo por el voto popular en comicios inobjetables que puede ser considerado una excepción a esas tendencias que contribuyeron de manera decisiva a la decadencia argentina. Candidato a presidente por decisión de Hipólito Yrigoyen, gobernó entre 1922 y 1928 con un gabinete en el que predominaban los antipersonalistas, secta radical adversa al caudillo. Tuvo una política internacional abierta, una economía en ascenso, una gestión descentralizada y cuestionó a su mentor con dureza por haberse apartado del ideal republicano de la revolución del 90 de la que ambos habían participado.

ENFRENTAMIENTOS

También cuestionó al general José Uriburu que derrocó a Yrigoyen y pretendió instaurar un régimen reaccionario de corte fascista. Alvear fue el principal enemigo de Uriburu que lo proscribió, lo encarceló en Martín García y lo expulsó del país.

Entre 1928 y su muerte en 1942 Alvear tuvo que enfrentarse a lo peor de la política criolla. En su partido, a los incondicionales del Peludo que pretendían volver al poder mediante golpes militares siempre fallidos. Populistas y abstencionistas, se negaban a luchar dentro del sistema contra un régimen sostenido por el Ejército y gerenciado por la dirigencia conservadora reagrupada en la Concordancia.

Fuera de su partido tuvo que lidiar con el "régimen falaz y descreído" de Roca que había combatido junto a Yrigoyen y que para entonces tenía nuevas caras: las de Agustín Justo, Roberto Ortiz y Ramón Castillo. Las de Duhau, Melo, Pinedo, Gallo, etcétera. Ortiz intentó desarmar el "fraude patriótico", pero debió renunciar a la presidencia por enfermedad y Castillo, su sucesor, lo mantuvo.

Contra los populistas defendió la república; contra los autoritarios, la democracia. En ambos casos fue derrotado, porque nadaba contra la corriente. Contra el militarismo, contra el peronismo "avant la lettre", contra la demagogia, contra el "forjismo" y el antiliberalismo de derecha e izquierda. Contra los que golpeaban las puertas de los cuarteles y contra los que ganaban elecciones a punta de pistola.
Hizo esto tal vez porque tenía un pésimo concepto de la clase política, pero era optimista respecto de la sociedad. El espíritu de la época había cambiado, pero él no pareció haber detectado el fenómeno.

La Constitución de 1853 que había dado marco al desarrollo del país quedó suspendida de hecho durante los siguientes 50 años. El patriciado que había protagonizado ese desarrollo, devino en oligarquía y Alvear, al defender las instituciones, en una anomalía política.

Así murió derrotado, sólo, pesimista y dejando a la dirigencia radical en camino a su declinación. Si la UCR desertaba de su misión histórica, el cumplimiento de la Constitución, no tenía destino. Para gobiernos populistas había otros muchos anotados.

Ser un patricio antioligárquico, lo hizo sui generis. Lo convirtió en una figura inclasificable. No existía esa categoría en las binarias ideologías de su época. Pero los hechos hablan un lenguaje más elocuente que el de los ideólogos. La democracia terminó por colapsar. Los militares a los que había abierto la puerta la calamitosa segunda presidencia de un Yrigoyen senil sólo pudieron ser desalojados medio siglo más tarde con el auxilio tan decisivo como poco recordado de la British Navy.

Para entender el papel histórico y la personalidad de Alvear hay que alejarse de radicales que escribieron sobre él como el forjista Gabriel del Mazo o el frondicista Félix Luna. Los radicales nunca se olvidan de la interna y mucho menos cuando se ocupan de la historia.

Por eso resulta de especial interés esta biografía del historiador Leandro Losada (*) que aporta una visión equilibrada y exhaustiva de un dirigente que en tiempos como los actuales en que la democracia es considerada un valor positivo debería ser reivindicado. Un político que defendió la república en una época en que la mayoría soñaba con el hombre providencial, glorificaba la violencia y cortejaba generales o coroneles del pueblo.


(*) Marcelo T. de Alvear. Revolucionario, presidente y líder republicano. Edhasa. 349 páginas