Mirador Político

La próxima batalla


María Eugenia Vidal tardó cuatro días en cuestionar a Sergio Massa por su proyecto sobre
el impuesto a las Ganancias, a pesar de que le hace un importante agujero fiscal a la provincia que gobierna. Sólo después de que Mauricio Macri lo llamara ‘impostor’, ella dijo que era
‘‘poco serio y poco responsable’’. 

La reacción con ‘delay’ obedece al hecho de que para controlar la Legislatura provincial necesita
del massismo.

El silencio con que Massa le respondió obedece al hecho de que Vidal tiene 70% de imagen positiva y embestir contra ella significa hoy sería un suicidio político.

Massa podrá ser poco confiable, pero sabe con quién meterse y con quién no. A Macri lo desgastó la gestión económica, a Vidal, no.

La capacidad de discernimiento del ex intendente de Tigre no evita, sin embargo, que
el escenario político tienda a una polarización con bandos cada
vez más nítidamente definidos.

De un lado el peronismo K y no K; del otro, el macrismo y sus aliados no peronistas. O, en algunos casos, peronistas que no pertenecen a la burocracia partidaria en funciones.

La jugada de Massa en la Cámara de Diputados, donde un bloque de apenas 35 miembros
le permitió liderar una rebelión exitosa contra el Presidente, puso fin a una falsa situación: el
entendimiento entre dirigentes que se disputan el liderazgo nacional; sinceró la lucha por el poder.

La batalla política que se avecina se librará, por lo tanto, en términos parecidos a la del año pasado. 2017 no será una elección parlamentaria, sino otra presidencial. De un lado la dirigencia política tradicional que gobernó durante los últimos doce años y del otro la ‘nueva’ política que plantea el macrismo: sin aparato, sin toma y daca, en contacto directo con los votantes, gestionada por profesionales (CEO’s), con globos amarillos, timbreo y cumbia.

No es que el Gobierno no haya hecho acuerdos en la más rancia tradición del trapicheo
político con gobernadores, sindicalistas y piqueteros, sino que a la hora de la polarización los
grises desaparecen y el enfrentamiento tiende a ser en blanco y negro. Ese es el terreno en el
que el denostado Jaime Durán Barba, artífice indiscutido del fenómeno Macri,
se halla más cómodo.

Al macrismo se lo cuestiona por no ‘hacer política’, esto es, evitar la transa con el establishment político, pero en la Casa Rosada desechan la crítica. Dicen que ya dieron demasiado, pusieron en riesgo la situación fiscal y que los peronistas son insaciables.

Los peronistas replican que Macri es soberbio. Cualquiera sea la respuesta correcta para esta discusión, lo cierto es que el conflicto se adelantó. Se esperaba para la campaña del año próximo, pero probablemente la ansiedad traicionó al jefe del Frente Renovador. 

Macri seguramente la pasará mal en el Congreso el año próximo con mayorías opositoras sólidas y beligerantes en ambas Cámaras, pero tiene algo a favor: su pelea con los políticos se da en el
marco de una crisis de representación abierta desde 2001.

Así como Vidal (a quien ya nadie se atreve a llamar ‘Heidi’) tiene un 70% de opiniones favorables, los políticos tienen un 70% de desfavorables. La debilidad institucional podría entonces quedar compensada por la opinión pública, pero para que eso suceda habrá que esperar que se abran las urnas.