Las repercusiones culturales del 8N

El triunfo del magnate republicano fue un golpe formidable a la corrección política.

Entre otras muchas interpretaciones posibles, el triunfo de Donald Trump debe ser leído como un golpe a la corrección política. ¿Qué se entiende por esta expresión, political correctness en inglés? Una forma eufemística de referirse a minorías raciales, religiosas, sexuales o a grupos que padecen alguna desventaja. Quienes la practican llaman a las prostitutas "trabajadoras sexuales", a los negros "gente de color" y a los retrasados mentales "personas con capacidades diferentes". Pero se trata de mucho más que de un fenómeno lingüístico y ha tenido fuerte impacto en la cultura política, particularmente en la Argentina.

Sus premisas se han convertido en los últimos años en un credo compulsivo, obligatorio. El que no las acepta sufre la execración y el castigo de la prensa. Es un dogma faccioso, que los medios extendieron de grupos muy minoritarios a porciones crecientes de la población. Sus rasgos más notorios son la intolerancia y con frecuencia la furia contra el que piensa distinto o simplemente se atreve a ejercer la crítica. Constituyen una nueva forma de fanatismo ejercida curiosamente por los que se presentan como abanderados de la diversidad.

IMPERATIVO MORAL

La corrección se basa en un presunto imperativo moral, los derechos de algunas minorías por sobre los del resto de la sociedad, un principio antiigualitario y antidemocrático por excelencia, si se entiende por democracia el respeto del derecho de las mayorías a decidir y gobernar. Es una forma de discriminar pero en una dirección contraria a la habitual. Proclama, por ejemplo, que sólo pueden ser racistas los blancos, jamás los terroristas musulmanes.

Para los bienpensantes que la practican los blancos pobres que votaron por Trump en defensa de sus intereses y para salir de una mala situación económica cometieron una monstruosidad tan inconcebible como anacrónica.
Así como no conviene reducirla a simple mojigatería verbal, la corrección política tampoco debe ser confundida con una postura moral. Proviene de las luchas de las minorías negras norteamericanas de mediados del siglo pasado y fue aprovechada por la izquierda. Aunque esas luchas terminaron hace rato, la corrección sigue siendo útil como arma para distintas minorías. Entre ellas algunas irónicamente muy poderosas como el lobbie judío, ya integrado por completo al establishment norteamericano.

Representa un riesgo apenas encubierto para las democracias no sólo por su intolerancia. Tiene componentes característicos del totalitarismo como la búsqueda del "enemigo objetivo", fenómeno descrito de manera exhaustiva por Hanna Arendt. El primer enemigo fueron los opresores de los negros, después los machistas, más tarde los que se opusieron al matrimonio gay, hoy los que quieren controlar la inmigración. Siempre hay un grupo contra el cual embestir para mantener viva la lucha y el poder que de esta situación deriva.
Los políticamente correctos practican además la paradoja. Se asumen pacifistas, pero sus reclamos suelen terminar en desórdenes, agresiones y violencia.

CONTRA LA VERDAD

La corrección suele además funcionar como un arma letal contra la verdad. En Argentina eso ocurre respecto del número real de los desaparecidos. Si los registros estatales contradicen el dogma de las organizaciones privadas los funcionarios son acusados de "negacionistas", vituperados y forzados a renunciar. El mito es sostenido a cualquier precio y a pesar de que la realidad lo refute groseramente. Los desparecidos tienen que ser 30 mil, aunque los casos probados no lleguen a 8 mil. La conducta inquisitorial de estos bizarros defensores de los derechos humanos es aceptada en silencio por casi todos.

Más allá de falsedades y manipulaciones y volviendo a los eufemismos, la pregunta central es si su uso termina incidiendo sobre la realidad. La idea central de la corrección es que si se eliminan las palabras, los conceptos que hay detrás de ellas terminarán desapareciendo. Esto equivale a creer en un poder mágico, incantatorio del lenguaje; orwelliano para decirlo en términos más actuales. Nada permite sostener esto último, aunque un determinismo lingüístico más moderado admite que el lenguaje no sólo describe, sino que también influye en la manera en que se percibe la realidad.

Cualquiera sea finalmente la manera en que se resuelva la discusión teórica, lo cierto es que la corrección sufrió un revés de repercusión global en las presidenciales de la democracia más grande del planeta. El rey está desnudo, fue el mensaje de los votantes. La pregunta que surge de este episodio es si una etapa política abierta en los 50 por la lucha de los derechos de los negros habrá quedado o no definitivamente atrás. Si los políticos, que siempre navegan aprovechando los vientos favorables, toman nota de lo ocurrido con Trump, el Brexit y el reciente referéndum colombiano, la respuesta será necesariamente afirmativa.