Recuerdos de un pasado incómodo

"Volar en círculos" registra las discretas memorias de John Le Carre. El espía convertido en escritor evoca más de medio siglo de carrera literaria en una sucesión de anécdotas y viajes. Sin revelar grandes secretos, ofrece un retrato descarnado de sus primeros años a la sombra de un padre estafador y violento.

John le Carré ha escrito por fin sus memorias. El ex espía inglés y autor consagrado de una treintena de libros vuelve la mirada al pasado en Volar en círculos (Planeta, 464 páginas), libro que, con una excepción notable, hace honor en todo momento a la frase suya que los editores destacaron en la contratapa: "Un buen escritor no es experto en nada salvo en sí mismo. Y sobre ese tema, si es listo, cierra la boca".

Le Carré, es decir, David John Moore Cornwell, nacido en 1931, alumno de Oxford y germanófilo emigrado a Suiza, profesor de Eton, agente del MI5 (seguridad interior) y del MI6 (inteligencia exterior), y desde hace algo más de medio siglo escritor de éxito mundial, no ha cometido la indelicadeza de revelar mucho de su vida. Su discreto temperamento inglés y la legislación vigente sobre los servicios de espionaje de Su Majestad le habrían impedido tamaña irreverencia. De ahí que sus memorias sean exactamente eso: una sucesión episódica de recuerdos y anécdotas sin orden cronológico pero con una cierta afinidad en los temas que definieron su vida y su obra.

El perfil que trazan esas líneas es el de un joven inconformista criado en un hogar destruido, admirador del idioma y la cultura alemana, que a los 16 años se fugó a Suiza y ya al año siguiente fue reclutado en Berna para hacer sus "primeros pinitos" en la inteligencia militar británica. Los recursos aprendidos en una infancia desdichada (ocultar su familia dislocada, fingir una vida normal) lo habían entrenado para el segundo oficio más antiguo del mundo. En 1956 ingresó en el MI5 y cuatro años después en el MI6. Se retiró en 1964 tras el éxito arrollador de El espía que surgió del frío. Desde entonces, asegura, no ha tenido nada que ver con el espionaje británico pese a que todo el planeta cree lo contrario.

Sus pocos años como agente en la Alemania occidental (su cobertura era la de segundo secretario de la embajada británica en Bonn) le dieron el material de sus primeros libros. Pero luego, ya retirado de la profesión y a causa de un error fáctico que encontró a último momento en las pruebas de galera de El topo, descubrió la necesidad de viajar para documentarse. Por eso estas memorias son, por momentos, una guía de turismo. Le Carré ha viajado mucho y siempre a zonas en conflicto. Camboya, Laos, Vietnam, Palestina, el Líbano, Israel, Rusia, Kenia, el Congo, Panamá, y la lista podría seguir. De cada uno de esos periplos ha extraído una novela y la fauna con la que se cruzó le sirvió de modelo para varios de sus personajes. Así, un aventurero periodista (y espía) británico fue la base del Jerry Westerby que aparece en El topo y protagoniza El honorable colegial, mientras que una francesa idealista y seductora que salvó a cientos de huérfanos de la guerra desde Camboya a Kosovo es la que, transmutada, reaparece en El jardinero fiel. ¿Y George Smiley? Le Carré confiesa que su mentor en Oxford, un manso profesor amante de los Alpes suizos, le "regaló" los elementos de la vida interior de su personaje más famoso.

Este escritor cosmopolita ha sido desde sus comienzos muy requerido por los poderosos de la tierra. Algunos de los mejores capítulos de las memorias -en ciertos casos, nacidos como artículos periodísticos independientes- son los que registran esos encuentros, siempre en vena irónica y distanciada. Le Carré exhibe su oficio en ellos al evocar con unos pocos trazos las personalidades de Margaret Thatcher, Yasir Arafat, Rupert Murdoch o Francesco Cossiga, y la infalible necesidad que tenían de consultarlo acerca del mundo del espionaje que, les juraba él, había trocado sin vuelta atrás por el ejercicio de las letras.

Reservado, viajero, codiciado por el cine (merecen notarse sus relaciones no siempre fructíferas con el séptimo arte y con directores de la jerarquía de Fritz Lang, Stanley Kubrick, o Sydney Pollack), hermano espiritual de los díscolos y los expatriados, escritor a la antigua que sigue escribiendo a mano, Le Carré, o mejor, Cornwell sólo condesciende a la intimidad cuando recuerda, hacia el final, la figura de su padre, Ronnie.

Toda su existencia fue, al parecer, una huida de ese hombre al que define como "mitómano seductor y persuasivo que se consideraba el hijo predilecto de Dios y destruyó la vida de mucha gente". Fue un estafador de leyenda, un mujeriego serial y un padre y esposo golpeador, aunque carismático a más no poder. Su retrato es la mejor parte del libro y el eje de la historia que cuenta. Si no hubiera existido, Cornwell no se habría convertido en Le Carré, y ni Smiley, Leamas o Karla, entre tantos otros, habrían venido jamás al mundo. El estafador creó al espía, que a su vez creó al escritor. Tres oficios con mucho en común.

"Ronnie, el timador, podía fabricar una historia de la nada, interpretar un personaje inexistente y pintar una oportunidad de oro donde no había más que humo -concluye Le Carré-. Podía cegar a la gente con detalles falsos o aclararle servicialmente una ilusoria complejidad, si no tenían rapidez mental para entender de entrada los aspectos más técnicos de su estafa. Podía guardar un gran secreto por no quebrar la confidencialidad y susurrárselo después a alguien al oído solamente porque había decidido que le caía bien (...). Ya me dirán si todo eso no forma parte del arte del escritor".