Huellas de la fe en la literatura

La religión es una presencia esquiva ante un laicismo intolerante que busca borrar a Dios de la esfera pública. Entre los títulos que inundan cada año el mercado masivo, un puñado de novelas publicadas recientemente ofrecen vestigios de una antigua cultura católica. Van desde Houellebecq a Carrere y de Jesús Carrasco a Pablo Ramos.

Hubo un tiempo en que el centro de toda la vida personal, familiar y social era Dios. Un tiempo, entre los siglos XII y XIII, cuando la religión católica florecía en todas partes, impregnando la cultura, los libros, las artes. Esa cultura entraría desde entonces en un largo ocaso. Y hoy, cuando toda idea de Dios quiere ser borrada de la esfera pública por un laicismo intolerante, su reversión pareciera al fin próxima a completarse.

Tal vez el último gran resurgimiento católico en la cultura se haya producido a principios del siglo XX y hasta la Segunda Guerra Mundial, de la mano de autores como Chesterton, Knox, Benson, Peguy, Evelyn Waugh, Claudel, Graham Greene, Mauriac, Bernanos o, entre nosotros, Anzoátegui, Gálvez o Marechal.

De vez en cuando, sin embargo, la literatura todavía ofrece hoy huellas de aquella antigua tradición católica. Lejos estamos, claro, de la apologética de los buenos tiempos, que sigue presente pero en libros de circulación reducida o subterránea. En el circuito comercial, las más de las veces son rastros desdibujados o confusos. Porque, en el mundo moderno, si hay algo que no abunda es la claridad, y quien se dice católico no alude necesariamente a lo que eso significó siempre.

Pero lo cierto es que las evidencias están allí. Son la prueba de una azarosa supervivencia que causa asombro. Como puede sorprender un brote en el invierno, bajo un espeso manto de nieve.
Un repaso por un puñado de títulos publicados en los últimos años permite comprobarlo.

El único libro impregnado realmente de una visión católica en toda la regla, y que por eso mismo se despega de cualquier otra obra literaria actual, es El despertar de la señorita Prim, de Natalia Sanmartín Fenollera. Una verdadera joya que va a contracorriente de la cultura hoy dominante. Una novela que muestra una clara conciencia sobre la peligrosa influencia que ejerce el mundo moderno, con su carga de confusión y agitación, y sobre la necesidad de refugiarse en las tradiciones (ver aparte).

Otro desafío frontal a la cultura laica dominante, aunque ya sin una clara identificación católica, proviene de Francia (¿de dónde más, sino?), un país dominado por una intolerancia secular extrema, que ha llegado a prohibir el crucifijo en los lugares públicos. El responsable no es otro que el provocador Michel Houellebecq.

En Sumisión (Anagrama, 2015), el más iconoclasta de los autores franceses contemporáneos imagina un escenario donde un partido islámico toma el poder en Francia en el año 2022 por la vía democrática. Pero su obra es en realidad una denuncia sobre la decadencia de las modernas sociedades occidentales, y a la vez una reflexión sobre el modo en que la religión puede contener o revertir ese declive. Que esa religión sea islámica es, apenas, una alegoría.

El propio Houellebecq, que se ve como un cristiano aunque selectivo, que tiende a creer cuando va a misa y a los funerales y después ya no, admitió a la prensa que su intención original era contar una conversión al catolicismo. Dice que se le ocurrió la idea de un hombre llamado Franois, un profesor con una vida mediocre, que estuviese obsesionado con Joris-Karl Huysmans (1848-1907), un escritor francés que tiene varias novelas dedicadas a su descubrimiento del catolicismo. Y pensó que el profesor podría ir acercándose al catolicismo como aquel, hasta que al final acabara convirtiéndose. ¿Por qué no lo hizo finalmente así? Es otro problema.

El hecho es que incluso uno de sus personajes secundarios suelta una pregunta sugestiva: "sin la Cristiandad, las naciones europeas no eran más que cuerpos sin alma, unos zombis. La cuestión era la siguiente: ¿podía revivir la Cristiandad?".

AMBIGUEDAD

Otro francés, Emmanuel Carrere, considerado uno de los mejores escritores de su país en las últimas décadas, se anima a hablar de la fe y transgredir así las normas de la correción política en su último libro, El Reino (Anagrama, 2015). Las transgrede a su modo, claro, con una ambigüedad ubicua.

La suya es una curiosa aproximación al cristianismo. Carrre relata su propia conversión fugaz al catolicismo hace más de dos décadas, una etapa que dice haber superado, para lanzarse luego a narrar la aventura de los primeros cristianos, siguiendo los pasos de San Pablo a través de los ojos de Lucas, el médico que escribiría uno de los Evangelios.

Lo cierto es que, de la lectura de El Reino, se desprende que la suya es menos la historia de un agnóstico aventajado, como él quisiera, cuanto la de un hombre moderno que no acierta a encontrar la fe.

Si ya despierta extrañeza que le dedique más de quinientas páginas a indagar en algo en lo que dice no creer, más aún lo es el hecho de que uno de los temas centrales de la novela sea una indagación sobre cómo se escribieron los Evangelios. De los tramos más confesionales del texto surge que el autor atraviesa un desasosiego -que no le calma ni el yoga ni el psicoanálisis- que es propio de los tiempos que corren.

Desde Estados Unidos, en tanto, llegó el año pasado una inusual historia sobre una conversión moderna al catolicismo titulada Qué fue de Sophie Wilder (Libros del Asteroide, 2015), primera novela de un joven escritor hasta ahora desconocido, Christopher R. Beha, un periodista y colaborador habitual de Harper"s Magazine que tuvo con este debut literario un éxito de crítica.

La obra trata sobre la relación entre dos jóvenes, Charlie Blakeman y Sophie Wilder, desde que van a la universidad hasta que se reencuentran diez años después de haberse separado.

A él, que vive en Nueva York y ha escrito una novela intrascendente, que no se anima a seguir escribiendo y malgasta su vida trasnochando con otros aspirantes a artistas, se le reaparece en una de esas fiestas ella, su viejo amor, la chica que era a la vez un misterio y un desafío, y que ahora le cuenta que se ha casado y se ha convertido al catolicismo.

La novela, cuya historia de amor cautiva por su belleza, gana en profundidad con el dilema vital de los personajes. Y sorprende al explorar la necesidad de Sophie de comportarse con coherencia respecto de la fe que acaba de abrazar.

El joven escritor español Jesús Carrasco, por su parte, introduce el tema religioso pero más de soslayo en su primera novela, Intemperie. Un libro que, sin embargo, es rico en alusiones al cristianismo.

La obra trata sobre un niño que escapa de su casa y es perseguido por una partida de hombres a través de una llanura infinita, árida, abrasadora. En su huida se encuentra con un viejo pastor que se compadece de él, lo alimenta, lo cura, lo guía.

BUEN SAMARITANO

La parábola del buen samaritano viene rápido a la mente con la aparición de ese pastor, una figura arquetípica del bien. Paternal, sabio, el hombre lee la Biblia y en su conducta se advierten resonancias religiosas: al comer moja el pan ácimo en vino, y después ordena sus aperos con un ritual que al niño le recuerda al sacerdote acomodando la patena y el corporal después de la comunión. Hay más. Como, por ejemplo, el devaneo del niño sobre si sus actos llevan a la salvación o a la condenación o la noción misma de pecado mortal.

En una entrevista con este diario, el propio Carrasco admitió no ser una persona practicante pero dijo que su padre sí era muy devoto, y que parte del pastor de cabras de la novela está en él. También reconoció que esas alusiones que introdujo en el texto expresan su propia fascinación por lo religioso, por la liturgia, por los ecos bíblicos, y llegó a confesar: "en muchos momentos, a mí también me gustaría tener esa fe que no tengo".

Su segunda novela, La tierra que pisamos, se aleja sin embargo de esta línea y presenta, por el contrario, una visión negativa sobre la Iglesia.

En la Argentina, el escritor Pablo Ramos sorprende en un principio al no ocultar su condición de católico, si bien se descubre después que el suyo es un catolicismo extraño, como él mismo admite. Esa clase de creyente que cree que, para ser "normal", tiene que seguir un camino por fuera de la Iglesia.

En su último libro, Hasta que puedas quererte solo, Ramos se ocupa de su propia experiencia como adicto al alcohol y la cocaína, así como de otras personas como él. Su relato, sin concesiones, lleva al lector por ambientes de marginalidad y desesperación, como es característico en su obra, pero demuestra también cómo la salida es posible cuando el adicto aprende a confiarse en Dios, como descubrió en un programa de recuperación que conoció en una parroquia.

Claro que Ramos recomienda, en forma ecuménica, confiarse en Dios o en otro "Ser Superior", y el sacerdote al que agradece su ayuda resulta no sólo un hombre que sufre la pérdida de la fe sino que realiza una supuesta consagración que deja perplejo al lector.

Reivindicación sui generis, devaneos de un agnóstico, sublimación o clara conciencia religiosa. Distintos grados de comprensión de la fe que pueden hallarse en apenas un puñado de libros, sobre los cientos de títulos que se publican al año. Una exigua y variopinta realidad que acaso pinte al mundo moderno.