La salud de los presos, un problema de todos

La mayoría de los reclusos que recuperan la libertad regresan a sus comunidades con padecimientos físicos y psiquiátricos sin tratar, en ocasiones empeorados. Actúan así como reservorios de infecciones y enfermedades crónicas, lo que implica una gran carga para la salud pública, según un estudio internacional. Un experto brindó su mirada local.

La disparidad en términos de salud entre los presos y la población general se ha atribuido a diversos factores de conducta y socioeconómicos tales como los altos niveles de uso de drogas intravenosas, que conducen a un mayor riesgo de padecer enfermedades infecciosas, abuso del alcohol y tabaquismo. Esto a su vez aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular y algunos tipos de cáncer.

Este es el escenario que describe el estudio "La salud de los presos", realizado por investigadores del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oxford, en Reino Unido, y del departamento de Medicina Preventiva y Salud Comunitaria de la Universidad de Texas, en Estados Unidos.

Si bien el trabajo fue publicado en The Lancet en 2011, los datos resultan relevantes por tratarse de un análisis que recopiló datos de numerosos países.

Entre las conclusiones, los autores destacan que "los trastornos mentales y las enfermedades infecciosas son más comunes entre los presos que en la población general", lo cual implica un desafío no solo para los servicios penitenciarios sino para la salud pública.

Además, apuntan que la población carcelaria más vulnerable desde el punto de vista sanitario la conforman las mujeres, los mayores de 55 años y los más jóvenes.

"La mayoría de los reclusos regresan a sus comunidades con padecimientos físicos y psiquiátricos sin tratar o en ocasiones empeorados. Estos presos actúan como reservorios de infecciones y enfermedades crónicas, lo cual aumenta la carga sobre la salud pública", remarcan los investigadores, liderados por el doctor Seena Fazel del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oxford.

"La asistencia médica dentro del sistema penitenciario es deficiente e incompleta", coincidió en una entrevista con La Prensa el doctor Luis Alberto Passarelli, especialista en medicina interna, legal y del trabajo, ex director del Hospital Penitenciario Central 2, del Servicio Penitenciario Federal.

Según apuntó el profesional, a nivel general, las enfermedades preexistentes más frecuentes con las que llegan los apresados son las cardiovasculares, metabólicas (diabetes, obesidad) y traumatológicas.

TRASTORNOS MENTALES

El estudio de los investigadores de las Universidades de Oxford y Texas reflejó además altas tasas de trastornos psiquiátricos entre los reclusos: alrededor de uno cada siete presenta una enfermedad mental tratable.

"En comparación con la población general, los riesgos más elevados fueron por el abuso de sustancias y adicción (alcohol, drogas ilegales), el trastorno de personalidad y la psicosis", afirmaron.

También se observó que el estrés post traumático tiene una alta incidencia en la población carcelaria, ya que se estima que afecta hasta una quinta parte de los presos, la mayoría de ellos ha sido víctima de traumas severos y abusos.

"Muchos de los presos con trastornos mentales regresan a su hogar por lo cual el tratamiento de estas afecciones resulta una importante oportunidad para la salud pública ya que el tratamiento parece disminuir la probabilidad de tener conductas reincidentes", apuntan Fazel y sus colegas.

Sin embargo, el mismo estudio pone de manifiesto que una encuesta realizada en Estados Unidos entre 2002 y 2004 mostró que un tercio de los presos con diagnósticos de esquizofrenia y trastorno bipolar no fueron tratados con fármacos psiquiátricos.

De acuerdo con Passarelli algo similar sucede en la Argentina, donde la atención de las enfermedades psicosomáticas o psiquiátricas dentro de los penales "no existe, salvo que el médico de guardia o de piso considere que se debe hacer una interconsulta porque hubo un intento de suicidio o alguna manifestación o porque el mismo delito que lo llevó a la detención sea plausible de un estado alterado que necesite la atención psiquiátrica exclusiva".

"En esos casos -añadió el médico argentino- el Servicio Penitenciario General tiene lugares, como el Hospital Borda, adonde se puede derivar al interno para una asistencia de contención psiquiátrica".
No obstante, insistió en que a pesar de que dentro de los mismos penales hay un pabellón llamado psiquiátrico, "esto no quiere decir que se brinde tratamiento psiquiátrico continuo".

Passarelli comentó que las enfermedades psicosomáticas son moneda corriente entre los presos y explicó que éstas implican una afección del sistema psíquico que además se manifiesta de forma orgánica. Algunos de los síntomas más comunes son: cambios de conducta, estado depresivo y falta de apetito. "Si tienen una enfermedad preexistente, dentro de la cárcel se exacerba y sino aparecen nuevas patologías", subrayó.

ENFERMEDADES INFECCIOSAS

El estudio publicado en The Lancet también deja al descubierto la problemática que implica el VIH/Sida dentro de las cárceles. "Los estudios epidemiológicos de la mayoría de los países registraron tasas de infección por VIH en los presos que exceden las de la población en general y estas tasas son mayores entre las mujeres que entre los hombres", aseguran los autores.

La hepatitis B y C son otras dos enfermedades muy presentes en las cárceles. "Una revisión de estudios sobre prevalencia de hepatitis C en las poblaciones carcelarias de 14 países reflejó que entre el 30 y 40% de los presos padecía la enfermedad", escribieron los investigadores.

En opinión de Passarelli, la alta prevalencia de enfermedades infecciosas -que se observa en los penales argentinos- responde no solo a las conductas riesgosas -por consumo de drogas, relaciones sexuales, tatuajes- sino que además está vinculada con la sobrepoblación de internos. El hacinamiento resulta un contexto propicio para la proliferación de afecciones tales como la tuberculosis, la gripe A y el dengue, entre otras.

"La falta de una adecuada alimentación y el estado depresivo también debilitan el sistema inmune", recordó.

Respecto de las enfermedades crónicas, el estudio internacional mostró que son más comunes entre los presos que en la población general: "La hipertensión, la diabetes, el asma y la artritis son más prevalentes en los reclusos que en el resto de la población".

Por otra parte, los investigadores constataron que las mujeres en prisión tienen una mayor incidencia de cáncer que los hombres presos, siendo el cáncer de piel el más común entre los varones y el cáncer cérvico uterino en mujeres.

Al referirse a esta cuestión, Passarelli se lamentó por la falta de equipamiento de alta complejidad para diagnosticar y tratar este tipo de enfermedades dentro de los penales.

"Fui uno de los gestores de un proyecto que planteaba la necesidad de que el detenido no fuera a un hospital determinado a buscar complejidad sino que el hospital viniera al penal a prestar ese servicio. De ese modo se ahorraba un traslado, con el riesgo que significa, y todo lo que implica ir a un hospital con un detenido", comentó, para luego añadir: "Pero ya pasaron 20 años y ese proyecto nunca prosperó.

Ante la prevalencia de enfermedades cardiovasculares o traumatológicas, tenemos la dificultad del acceso a los equipos de alta complejidad. Así se desgasta el seguimiento y control de la enfermedad de los internos".

MORIR TRAS LAS REJAS

En cuanto a las principales causa de muerte entre los reclusos, el suicidio ocupa el primer lugar, siendo el responsable de casi la mitad de los fallecimientos en prisión, según el estudio de Fazel.

En cambio, las tasas de muerte por causas naturales parecen ser menores entre los prisioneros que en la población general.

No obstante, la investigación pone de manifiesto que el riesgo de muerte aumenta exponencialmente al recuperar la libertad: "Los presos que salían de prisiones estatales de Washington fueron 29 veces más propensos a morir por cualquier causa durante la primera semana de libertar que la población general, mientras que ese riesgo fue 69 veces mayor entre las liberadas mujeres".

Según este trabajo de investigación, las causas de muerte más habituales al recuperar la libertad fueron las "no naturales", en particular, homicidio, suicidio y sobredosis.