Y el cine se hizo novela

Regreso a Itaca

Por Leonardo Padura y Laurent Cantet
Tusquets. 202 páginas

Regreso a Itaca es el fruto de una experiencia bipolar: por un lado está el director de cine francés, Laurent Cantet, deseoso de conocer la alteridad del país; y por otro Leonardo Padura, uno de los escritores cubanos más populares del momento, que pone sus favores, su introspección y los vínculos con sus paisanos, al servicio del relato que Cantet quiere narrar.

El diseño original es el de una película exitosa. La transcripción de Padura reconfigura el guión a modo de novela. La impresión del lector es la de estar ante una obra de teatro, es decir, ante una representación de la realidad. El tema es la fuerza de la amistad, que por muy maltratada, incluso olvidada, que esté, es la única tabla de náufrago en el tifón que son los días que pasamos en este planeta.

Todo sucede en unas pocas horas, en la terraza de una casa, y con un número contado de personajes, viejos amigos, que reconstruyen su pasado en una suerte de diálogos digresivos. Ocasionalmente aparece algún personaje secundario que interrumpe la deriva de manera que la marejada que se estaba gestando se detiene. Y entonces deben retomar los principios de su amistad.

Flota en los diálogos una nostalgia sin tristeza, porque existe en el alma y las gargantas de los personajes un exceso de conciencia de lo que el pasado ha supuesto en su condición humana. Incluida también la del emigrante que logró abrirse camino en España. Pero es ese personaje, precisamente, el que da el punto exacto de sal para que nos demos cuenta de que Cuba es un país irrepetible. Se supone que él ha conseguido vivir en un reino de libertad, pero el precio que pagó se llama aburrimiento.

Aburridos, encantados por el reencuentro, ardorosos por momentos, sinceros o casi sinceros, da la impresión de que estén tratando de explicar sus propias vidas. Algo imposible sin tener en cuenta las connotaciones de Cuba. De ahí que el libro sea un viaje a la isla. 

Matías Lucas