Siete días de política

No hay luna de miel para Macri sino una transición muy hostil

Después de derrotar a Scioli en el balotaje armó un equipo de funcionarios calificados, pero asumir a ciegas, con una economía deteriorada y la decisión de CFK de hostigarlo desde el comienzo.

El presidente electo Mauricio Macri tuvo una luna de miel más corta de lo que imaginaba. De lo que todos imaginaban, a pesar de que hace ocho años la presidenta Cristina Fernández practica una intolerancia y una arbitrariedad sin fisuras contra quienes no se someten a su voluntad.

No se habían desinflado aún los globos del festejo cuando llamó a su sucesor a la realidad, negándose a proveerle información básica para tomar las primeras medidas económicas de emergencia. Tan enconada fue su actitud que Macri no pudo siquiera contar lo que había ocurrido durante su entrevista con ella en la sala de periodistas de la Quinta de Olivos y debió hacerlo en la calle.

CFK se negó a que los ministros de la nueva administración reciban de los salientes datos actualizados de sus áreas de gestión. Es la ocultación habitual de los últimos doce años, pero con un agravante: el desfase de las variables macro es el más peligroso de toda la era kirchnerista y requiere medidas urgentes.

Dos días después del desplante presidencial el futuro ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, lo reconoció en público: “Hasta el 10 de diciembre no vamos a saber con qué nos encontramos”. En realidad se trató de un eufemismo porque existen indicios graves, precisos y concordantes de que no hay un dólar en el Banco Central, el déficit fiscal es gigantesco, el crédito internacional está cortado, la pobreza alcanza el 30% y la inflación ronda entre el 25 y el 30.

No es excepcional que un gobierno le deje a su sucesor un desastre de esa magnitud. En mayor o menor grado lo hicieron los militares con Alfonsín, Alfonsín con Menem y Menem con de la Rúa. Los únicos que recibieron una economía ajustada y en crecimiento fueron Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Lo excepcional en esta caso es la voluntad manifiesta de la presidenta de seguir ocultando la realidad de su gestión y, además, de empeorar la herencia en los últimos días de su mandato para desgastar prematuramente a su sucesor.

El jueves el kirchnerismo aprobó en la Cámara de Diputados más de 90 proyectos, muchos de los cuales apuntan a desfinanciar al próximo gobierno. Parece que la herencia no es suficiente mala, por lo que hay que empeorarla. También se intenta entorpecer a Macri dejando en el Banco Central a uno de los responsables de la desastrosa situación cambiaria y a funcionarios en otras  áreas como el manejo de los medios oficiales o la procuración.

A esta altura resulta evidente que el problema no es qué es lo que Macri debe hacer, ni siquiera cuál será su costo político, sino cómo se podrá  hacer si el kirchnerismo sigue -para usar una expresión peronista- “poniendo palos en la rueda”.

 La experiencia de la Cámara de Diputados el jueves y lo que el Frente para la Victoria hará la Cámara de Senadores el último día de la gestión K, el 9 de diciembre, dejan pocas dudas sobre la actitud confrontativa que deberá  soportar el gobierno de Cambiemos desde el primer minuto de su mandato.

Nadie duda de la “expertise” de un Prat Gay, un Juan Aranguren o un Alberto Abad, pero el insumo clave será  la capacidad de maniobra política ante la encerrona que preparan la presidenta y sus seguidores. Le hará  falta un diálogo efectivo con las distintas capillas peronistas -con el massismo y los gobernadores en primer lugar- para que el Congreso no se convierta en el escenario donde el 52% de los votos de hace apenas una semana se esfume a corto plazo.

Hay, sin embargo, un factor que incidirá en la gobernabilidad que no depende del macrismo: la evolución de la interna peronista. Después de doce años gobernadores, intendentes y jefes territoriales se acostumbraron al látigo k y siguen sin reacción. Un intento moderado se produjo el jueves en Diputados con una temporaria rebeldía que demoró el inicio de la sesión.

La presidenta quiere convertirse en líder de la oposición y, si el peronismo lo consiente, volver  a generar las condiciones de una nueva derrota electoral. Esa fue la lección del último domingo.

Por último, pero no menos importante, la gobernabilidad dependerá  de cómo Macri ejerza el poder. Y en ese terreno ya es evidente que no tolera compartirlo. Los últimos ejemplos son el desplazamiento de Ernesto Sanz y la balcanización del área económica para que no haya un superministro. También el exilio interno en el que está la ahora vicepresidente Gabriela Michetti por haberlo desafiado en la ciudad de Buenos Aires. En una sociedad adicta a los liderazgos fuertes esas podrían ser interpretadas como buenas señales.­