Mirador político

Vamos juntos pero en fila

El estilo paz y amor de campaña no deben confundir acerca de la manera en que Macri ejercerá el poder. Prueba de esto es lo ocurrido con Sanz, pieza clave en la construcción de la exitosa coalición Cambiemos que lo llevó a la Presidencia.

 

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El estilo paz y amor y el buenismo de campaña no deben confundir acerca de la manera en que Mauricio Macri ejercerá el poder. Prueba de esto es lo ocurrido con Ernesto Sanz, pieza clave en la construcción de la exitosa coalición Cambiemos que lo llevó a la Presidencia.

Ayer se confirmó que no integrará el futuro gabinete y se dio como explicación la voluntad del líder radical de dedicarse a la vida privada.

Circularon trascendidos, sin embargo, que daban otras razones del alejamiento. Sanz quería ser jefe de Gabinete, pero Macri lo quería como ministro de Justicia.

Hubo un desacuerdo insuperable sobre el tema y al mismo tiempo que anunciaba el alejamiento de Sanz, Macri informó que el virtual primer ministro de su administración será Marcos Peña, un hombre de su absoluta confianza y de nula autonomía política.

Pudo saberse, asimismo, que parte del cortocircuito fue producto de la cercanía de Sanz con Techint y de las diferencias de Macri con Paolo Rocca, CEO del grupo. Cualquiera haya sido el motivo de la disidencia, Sanz quedó en el camino y Justicia irá a parar a manos de alguien que él propuso, Germán Garavano, ex fiscal y consejero suplente del Consejo de la Magistratura. Un conocedor del tema, pero sin ni siquiera la cuarta parte del volumen político de su influyente "sponsor".

Otro hecho ilustrativo es que no habrá ministro de Economía, sino uno de Hacienda y otros seis ministros del gabinete económico. Lo que quiere decir que no habrá ni un nuevo Cavallo, ni un nuevo Lavagna, capaces de disputarle la conducción política al presidente. El único ego que Macri admite es el propio.

Por eso corren serio riesgo quienes crean que el próximo presidente es un ex empresario improvisado en política, un "creído de Barrio Parque", un "Newman boy" que convierte los actos de campaña en cumpleaños infantiles con globos amarillos. En sólo una década armó un partido de la nada que lo llevó hasta la cumbre del poder, derrotando a un gobierno que contaba con los fondos del Estado y que no dudó nunca en usarlos para aplastar a sus competidores.

En ese lapso Macri aprendió de política y hoy tropezarán con seguras dificultades quienes no lo consideren como un dirigente atentísimo a las cuestiones de poder, con vocación de mando y sin ninguna intención de ceder un centímetro a menos de que sea a cambio de algo que quiere o necesita.

Otra prueba de su llamativa capacidad para acumular poder es la de Gabriela Michetti. La vicepresidenta electa se animó a desafiarlo al competir por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y no le fue bien. Macri no dudó en usar toda la artillería contra ella en las internas y terminó convirtiéndola en lo que quería: una compañera de formula que le dé un perfil más "sensible" a su candidatura.

En resumen, al lema principal de la campaña de Cambiemos ("Vamos juntos") habría que hacerle un pequeño agregado: "Vamos juntos, sí, pero en fila".