Unidos en la salud y en la enfermedad

La ira, los eventos estresantes, el mal humor y la depresión ponen en riesgo el bienestar y, en especial, la relación entre el corazón y el cerebro. Pero hoy también se reconocen una serie de factores que influyen de manera positiva en el diálogo constante entre estos dos órganos vitales.

Besar, reír, amar, rezar y ver la vida con ojos optimistas ya no sólo son considerados pilares del bienestar sino que además la ciencia hoy los reconoce como poderosos protectores de la salud.

Se trata de herramientas que ayudan al organismo humano a trabajar en armonía, aliviar las dolencias y, en especial, fomentar el diálogo amistoso entre dos órganos vitales: corazón y cerebro.

"Las emociones estaban lejos del corazón y el cerebro, pero hoy sabemos que los eventos estresantes pueden ser agudos y desencadenar un tipo de consecuencia, o crónicos, como los que nos generan una carga y nos desgastan", explica el cardiólogo Jorge Tartaglione en su último libro "El cerebro que late" (Editorial Planeta).

Según apunta el experto, la llegada de la psicoimunoendocrinología permitió comprender la conexión entre las emociones y situaciones de la vida con la enfermedad. "Durante mucho tiempo no le dimos a las emociones y los sucesos de la vida la importancia que tienen en el desarrollo de las enfermedades cardiacas y cerebrales", reconoce, para luego añadir: "Hay un diálogo entre el cerebro y el corazón, y ese vínculo es más que una conexión".

En la misma línea, el especialista en cardiología asegura que no existen dudas de que situaciones conflictivas, como separaciones, divorcios, pérdidas económicas, de trabajo o de familiares cercanos, se asocian con un mayor riesgo de enfermarse.

"Hoy sabemos que la ira, el mal humor, la depresión, un divorcio o un simple partido de fútbol pueden dificultar esta conexión entre el cerebro y el corazón, y enfermar", insiste.

Incluso vivir en un barrio desfavorecido, una niñez con una situación económica ajustada o las crisis económicas y políticas también pueden alterar esta conversación entre cerebro y corazón, indica Tartaglione en su libro.

AL MISMO COMPAS

Basándose en los 30 años de experiencia con sus pacientes y la recopilación de evidencia científica, Tartaglione presenta en "El cerebro que late" los factores que contribuyen a que cerebro y corazón bailen a un saludable mismo compás.

"En los últimos años se ha empezado a estudiar la vinculación entre alegría, bienestar, optimismo o felicidad con el riesgo de enfermedades cardíacas, y es probable que una persona que sepa disfrutar la vida y tenga una mirada optimista pueda evitar estas enfermedades", sostiene el especialista, quien agrega que numerosos estudios han establecido que las personas con afectos positivos -es decir, experiencias de emociones placenteras que generan alegría, felicidad, emoción, entusiasmo y optimismo- viven más, tienen un mejor funcionamiento de su sistema inmune y presentan menor riesgo de ser diabéticos e hipertensos.

"Este afecto positivo es independiente del negativo, alguien que generalmente es una persona feliz ocasionalmente puede estar ansioso o enojado, pero su estado de base feliz sería un factor de protección", remarca Tartaglione, al tiempo que cita como ejemplo el resultado de una revisión de trabajos científicos en la que se observó que las personas con afectos positivos tuvieron casi un 30 por ciento menos de mortalidad por causas cardíacas.

"Vivir con alegría, entusiasmo y optimismo no sólo nos protege el corazón, también protege al cerebro de ataques cerebrales y las personas diabéticas o con stents cardíacos tienen mejor evolución y menos complicaciones", insiste.

El cardiólogo también detalla los fundamentos biológicos detrás de estos beneficios. "Estar emocionalmente feliz se asocia a una reducción de los procesos ateroescleróticos. Cuando nos sentimos tranquilos o relajados en un estado placentero o de bienestar funciona más el sistema nervioso parasimpático, que es el que mantiene al cuerpo en situaciones normales, luego de haber pasado un cuadro de estrés", argumenta. 

"También nos baja la frecuencia cardíaca y la presión arterial; descargamos menos adrenalina y liberamos menor cantidad de cortisol; mejora el funcionamiento del sistema inmune y aumentan los anticuerpos. Es decir que las emociones positivas nos sacan del estado de alerta y contrarrestan las emociones negativas", resume.

Por otra parte, Tartaglione comenta que las personas con afectos positivos tienen menores niveles de interleuquina 6 e interferón, que son factores que sirven para diagnosticar el nivel de inflamación. "Y como si esto fuera poco, vivir con alegría nos permite tener menor cantidad de grasas en la sangre, medidas a través de los triglicéridos. Además, los hombres tienen menos panza y mayores niveles de hormona masculina (testosterona)", subraya. 

¿CUAN FELIZ ES USTED?

A partir de esta información, el profesional pone de manifiesto la importancia de que los afectos positivos formen parte de la evaluación que hacen los médicos durante la consulta clínica. "Debemos preguntar a cada persona que atendemos si disfruta de algunos aspectos de la vida o si experimenta placer o excitación en partes de la vida cotidiana", sugiere Tartaglione, quien enfatiza que es muy interesante observar cómo un pequeño cambio de hábitos o situaciones estresantes modifica de manera sustancial la calidad de vida y, por consiguiente, el diálogo cerebro-corazón se torna más placentero y armonioso y disminuye el riesgo de sufrir un infarto.

RISA Y BUEN HUMOR

A medida que envejecemos cada vez nos reímos menos, cuenta el autor de "El cerebro que late". "Los niños de entre siete y 10 años se ríen unas 300 veces al día, mientras que algunos adultos lo hacen menos de 80 veces y otros ni siquiera una porque no sienten la necesidad", escribe.

Sin embargo, risa y buen humor son otros dos ingredientes esenciales en la receta para tener corazón y cerebro sanos. De acuerdo con los trabajos científicos citados por Tartaglione, la risa disminuye los indicadores de estrés, como el cortisol y la adrenalina, y reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

"Por otro lado, la risa incide en el sistema endocrino, ordenándole al cerebro que segregue endorfinas, hormonas que actúan sobre receptores ubicados en el endotelio y aumentan la liberación de un potente vasodilatador llamado óxido nítrico. Las endorfinas además de fomentar el buen humor también controlan el dolor, ya que modifican el umbral de percepción del dolor hacia una mayor tolerancia", sintetiza el experto.

También menciona el rol de la oxitocina, conocida como "la hormona del amor", como otro posible escudo contra las enfermedades. "La oxitocina -puntualiza- regula las actividades emocionales, ya que permite reducir el nivel de alerta, nos relaja y tendría la función de oponerse a los efectos de la adrenalina y el cortisol, que nos ponen en actitud de ataque".

"Esta hormona reduce el miedo e induce sentimientos de calma y confianza. La función central es facilitarnos los encuentros sociales con personas desconocidas y reducir inquietud y ansiedad", indica Tartaglione, para luego agregar: "Podemos incrementar la producción de oxitocina con la creación de vínculos positivos, que nos generen confianza y alegría, y ayudar a otros que sufren estrés psicosocial a generarla brindándoles apoyo".

AMAR Y BESAR

En otro apartado de "El cerebro que late" el autor se refiere al amor como un aliado del diálogo cordial entre corazón y cerebro pero aclara que aunque este sentimiento esté ampliamente identificado con el corazón, en realidad su comandante es el cerebro.

"Este vínculo entre corazón, cerebro, amor y apego se comprueba al observar que es más frecuente encontrar corazones sanos en parejas estables y de larga duración, que han compartido la vida durante muchos años", apunta Tartaglione.

Según el especialista, en los enamorados se activan circuitos cerebrales ubicados en un área llamada tegmental ventral, donde se encuentran las células que producen un neurotransmisor ligado al placer: la dopamina. Además, los enamorados comparten confianza y apego y esto genera la liberación de la hormona oxitocina -de la que ya se habló antes-.

"Cuando besás a la persona que amás, tus labios envían enseguida señales al cerebro y de inmediato aumentan en el cuerpo todas las sustancias asociadas al bienestar", grafica.

De hecho, Tartaglione menciona los resultados de un estudio en el que se observó un incremento de los problemas coronarios que fue del 11,2% al 29,2% en las personas sin pareja estable, sin apoyo social y con ausencia de amor.

Del mismo modo, el cardiólogo apunta al efecto protector que pueden tener la práctica de la religión y la espiritualidad. Así, por ejemplo, cita las conclusiones de un trabajo científico en el que se evaluaron los determinantes de estrés, apoyo social y prácticas religiosas en pacientes católicos mayores de 60 años, que habían sufrido un infarto. "Se encontró en este grupo que la espiritualidad y las actividades religiosas son un recurso protector y que la lectura personal de la Biblia realizada a diario fue más frecuente en los pacientes sanos", expresa el autor.

Si bien Tartaglione aclara que no es posible asegurar que exista evidencia científica sólida que avale que la oración mejora el diálogo cerebro-corazón, a partir de su observación personal en la peregrinación de la Virgen del Cerro y su visita a la parroquia del padre Ignacio, en Rosario, concluye que la fe ayuda a aliviar la enfermedad y contribuir a una relación más armoniosa entre estos dos órganos, independientemente de cualquier explicación científica.