De la crónica como forma de arte

"Zona de obras" compila reflexiones de Leila Guerriero sobre la escritura. Componen el libro ensayos, columnas y conferencias que la autora argentina publicó o pronunció en España y América latina. Lo preside la certeza de que "no da igual contar una historia de cualquier manera".

La crónica es el género de moda en América latina. Proliferan los libros, las colecciones y los premios que la tienen de protagonista. Proliferan también los autores que anhelan colgarse esa medalla: todos quieren ser cronistas. ¿Pero qué es en verdad una crónica? ¿Cuánto tiene de periodismo y cuánto de literatura? ¿Es una forma de arte o sólo la variante ambiciosa de un oficio en decadencia?

Nadie mejor que Leila Guerriero para responder a esas y otras preguntas. Lleva más de dos decenios practicando el género y su firma es de las más codiciadas por diarios y revistas de ambos lados del Atlántico. También ha reflexionado en abundancia sobre el tema, según se aprecia en Zona de obras (Anagrama, 194 páginas), el volumen distribuido en estos días que reúne columnas, conferencias y ensayos publicados o pronunciados en España y América latina.

Esos textos, que fueron pensados para el oído, también pueden leerse en conjunto como una suerte de carta de batalla, el grito del cacique que junta a la tribu antes del combate: así de apasionados y arbitrarios resultan por momentos. Para Guerriero no hay dudas: la crónica es una forma de arte y no tiene por qué sentir ningún complejo de inferioridad. Su convicción parte de una certeza: "la certeza de que no da igual contar la historia de cualquier manera". La clave, avisa a los incautos, no está en qué se cuenta sino en cómo se lo cuenta.

MIRADA Y ENTUSIASMO

Zona de obras es, entre otras cosas, una sucesión apotegmas, definiciones, máximas. Las buenas crónicas -eso que también se llama, con perfume anglosajón, periodismo narrativo- deben reflejar ante todo una mirada y un entusiasmo. Toman "algunos recursos de la ficción -estructuras, climas, tonos, descripciones, diálogos, escenas- para contar una historia real" y montar una "arquitectura tan atractiva como la de una buena novela o un buen cuento". Al buen cronista poco debe importarle la inspiración; para él, la disciplina es todo. Su meta es la siguiente: "Escribir con la concentración de un monje y la humildad de un aprendiz".

Guerriero habla de la crónica y el periodismo narrativo pero sus preguntas trascienden el género y van a lo profundo de la vocación de escritor: "¿para qué se escribe, por qué se escribe, cómo se escribe?". Le apasiona, como diría García Márquez, la "carpintería" de la escritura. Desarmar una por una las piezas del mecanismo para comprender cómo funciona. Y después volver a ensamblarlas.

En sus textos, incluso en los de Zona de obras, Guerriero aspira a escribir -y eso se nota- con la precisión del poeta, el punto de vista de un cineasta, el ritmo del músico. Como no ha ejercido nunca el periodismo apresurado y a menudo burocrático de las redacciones, puede permitirse jornadas de hasta 15 horas de trabajo a lo largo de varios meses en busca de una prosa con "vida, nervio y sangre". Su bestia negra es la escritura convencional, aun al precio de caer en cierto preciosismo retórico.

"Soy altamente sensible a esas cosas -explica-: cuando alguien elige, del arcón de frases posibles, no la que tiene más a mano, sino la más eficaz, y trata, con eso, de transmitir una potencia, algo dentro de mí repica y se despierta".

Guerriero destaca una amplia gama de virtudes en la crónica, pero también señala un par de defectos, por lo demás muy perceptibles en su propia obra. Uno es el abuso de la ironía, el repetido tono condescendiente frente a personas disímiles: "a nosotros, los cronistas, reírnos, burlarnos nos sale bien".

El otro, el rechazo a escribir sobre el éxito, lo normal, lo simple, lo en apariencia anodino. El cronista latinoamericano -reflexiona con justicia la autora- está demasiado fascinado con la marginación, la violencia y la pobreza, y se olvidó de reflejar la otra cara de la moneda. Descuidó esa verdad esencial del periodismo en cualquier tiempo y lugar: que "todos tienen una historia para contar". Incluso los ricos, los poderosos y los satisfechos.

En síntesis, Zona de obras es de esa clase de libros ideales para todos los que se interesan por conocer el revés de la trama de una disciplina artística. Llámese música, literatura o, cómo no, periodismo.