Horas cruciales para la Iglesia

La agenda heterodoxa del sínodo de obispos sobre la familia abre un horizonte tenebroso de confusión y posible apostasía. Una prueba de lo vasta que es la infiltración del espíritu mundano en importantes niveles eclesiásticos.

Desde el momento en que se anunció, estuvo claro que el Sínodo sobre la Familia tendría poco que ver con la familia y mucho más con la subversión de la Iglesia, como reflexionó en estos días un abogado católico estadounidense, Christopher Ferrara. Y eso es precisamente lo que sucede desde hace dos años. La agenda heterodoxa del sínodo que concluirá en dos semanas presagia una mayor confusión y se abre al tenebroso escenario de la apostasía en la Iglesia.

La primera parte del sínodo, que tuvo lugar en octubre del año pasado, fue un anticipo. Ya entonces pudo verse cómo dignidades eclesiásticas, fortalecidas al no merecer reprobación papal, introducían proposiciones contrarias a la Verdad y a la doctrina constante de la Iglesia. Por ejemplo al querer normalizar el pecado de adulterio, las cohabitaciones o las uniones homosexuales.

Un espectáculo doloroso para cualquier católico consciente de su fe. Más aún al contrastar esa enormidad con la indiferencia con que se siguió todo el debate en diferentes parroquias locales.

De todas las iniciativas, la dominante siempre fue la de permitir la comunión a los católicos divorciados en nueva unión, la llamada proposición Kasper, por su impulsor, el cardenal alemán Walter Kasper.

Una elemental familiaridad con el catecismo católico alcanzaría para desecharla. El divorcio, dice el catecismo, es una ofensa grave a la ley natural y la nueva unión aumenta esa gravedad al convertirse en adulterio público y permanente.

Una situación así contradice el sexto y el noveno mandamiento Divino, y también las propias palabras de Cristo: "Yo os digo que quien repudia a su mujer, salvo caso de fornicación, y se casa con otra" (Mt.19.9).

"Ninguna institución, ni siquiera el Papa o un Concilio Ecuménico, tiene la autoridad ni la competencia para invalidar, ni aún de la manera más mínima o indirecta, uno de los mandamientos Divinos", recordó hace poco uno de los obispos más férreos en la defensa de las enseñanzas de la Iglesia, Athanasius Schneider, auxiliar de Astana (Kazajistán).

Sin embargo, eso es precisamente lo que pretenden los obispos disidentes. Un cambio no en la doctrina, que admiten que no se puede cambiar, sino en la disciplina. Y esto, bajo el evasivo argumento de "la necesidad pastoral" ante una realidad extendida, o la exigencia de la "misericordia".

Los puntos son, lógicamente hablando, contradictorios. No puede sostenerse y al mismo tiempo contradecir la doctrina.

PERDER EL ALMA

En el fondo, la argumentación revela que la preocupación está puesta en el hombre, no ya en la voluntad Divina. Una reversión antropocéntrica que, en las antípodas de la misericordia, llevaría a muchos a perder su alma. No solo porque normalizar esta situación cancela la idea del pecado y la necesidad de un propósito de enmienda, sino porque el acceso a la comunión sin estar en gracia de Dios es motivo de condenación. "Así, pues -dice el apóstol San Pablo-, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor" (1 Cor 11, 27).

Por increíble que pudiera parecer, la apertura a la discusión de estos temas -sobre los que hay una palabra Divina que es definitiva- ha sido deseada y buscada por el papa Francisco. Y esto, pese a que la Iglesia defendió esa doctrina a lo largo de los siglos.

Es cierto que Francisco nunca respaldó oficialmente la tesis de Kasper. Pero su simpatía quedó ampliamente demostrada. Lo elogió como teólogo, le ofreció la relación introductoria que fijó el tono del sínodo y nunca lo refutó en público.

Por el contrario, removió a uno de sus mayores antagonistas, el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, llamó a no detenerse en "legalismos" y condicionó el desarrollo del sínodo con una lista de 45 prelados elegidos por él, muchos de los cuales apoyan públicamente posiciones contrarias a las enseñanzas de la Iglesia, como recordó el sitio LifeSiteNews.

Una fuerte revuelta de obispos y cardenales logró frenar transitoriamente esa agenda en 2014. Pero esos valientes testimonios probaron estar en minoría. Y los parágrafos más controversiales, si bien no llegaron a reunir los dos tercios de las voluntades requeridos, fueron respaldados por una amplia mayoría de los padres sinodales y vueltos a introducir en el debate. Un vergonzoso indicio de qué tan vasta es la infiltración del espíritu mundano en niveles importantes de la vida eclesial.

La brecha entre ambos grupos se amplía y la posibilidad de otro cisma no es algo abstracto. Hasta el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Müller, lo reconoció. Y el cardenal Burke anticipó que resistirá al Papa si es necesario. Si Francisco promulgara una declaración doctrinal o una praxis pastoral que ignoraran la verdad, se plantearía para todo católico el mismo dilema, para poder mantenerse fiel a Cristo.