Carlos Sorín dirige "Equus", un intenso drama con grandes actuaciones, en particular la de Peter Lanzani

Un tratado sobre las pasiones

En esencia, "Equus" es un profundo tratado sobre la idolatría, el fanatismo, el apasionamiento sin límites. Y por oposición, también sobre el desinterés, el desapego, la vacuidad de las relaciones humanas, que tanto se ha acentuado desde que la obra fuera escrita en 1973.

Ficha técnica: "Equus", de Peter Shaffer. Dirección: Carlos Sorín. Diseño de luces: Julián Apezteguía. Banda sonora: Nicolás Sorín. Escenografía, máscaras y vestuario: Darío Feal. Actores: Rafael Ferro, Peter Lanzani, Eugenia Alonso, Alicia Muxo, Alejandro Polledo, Pía Uribelarrea, Adrián Fondari, Josefina Pieres, Pablo Sánchez, Juan Mendé, Iván Anrriquez, Federico Uriarte, Alejandro Viña. En El Galpón de Guevara (Guevara 326, barrio de Chacarita).

Como el punzón de hierro que concentra la atención en escena y desata la tragedia en esta pieza del británico Peter Shaffer, la puesta firmada por Carlos Sorín lacera la carne y se hunde en lo más hondo de la conciencia humana. Aturde, apabulla, inquiere de manera constante, modifica al espectador esta obra.

Varias horas después de terminada la función las imágenes retornan en torbellino, con su atmósfera lúgubre y la tensión dramática que a lo largo de casi dos horas obligó a no quitar los ojos de la arena en la que se baten a duelo un psiquiatra y su atormentado paciente.

En esencia, "Equus" es un profundo tratado sobre la idolatría, el fanatismo, el apasionamiento sin límites. Y por oposición, también sobre el desinterés, el desapego, la vacuidad de las relaciones humanas, que tanto se ha acentuado desde que la obra fuera escrita en 1973.

TEXTO VIGENTE

A pesar de los años transcurridos, el texto conserva una vigencia que lo ennoblece. Y en esta versión de Sorín, reconocido director de cine, amalgama un tempo acompasado en el devenir del relato con una fotografía y una iluminación que hablan por sí solas.

El espacio escénico central, rodeado de espectadores por los cuatro flancos, exacerba los ánimos y torna asfixiantes las escenas en las que el joven Alan Strang estalla en su fascinación sexual y emocional por los caballos.

Con todo lo malo que ello trae a su vida, y aun convencido de que "ninguna veneración es verdadera", el doctor Dysart, como una suerte de cazador cazado, termina por conceder que "la pasión se puede matar pero no puede ser creada".

Una sentencia aleccionadora para su propia existencia gris y rutinaria, sumida en la mentira y el conformismo. El, que buscó penetrar e intentó corregir la mente enferma del muchacho, ve como su vida se enfrenta ahora a una encrucijada decisiva.

CONTRAPUNTO

Con una impronta entre policial y psicológica, el libro demanda interpretaciones realmente comprometidas con la historia que se pretende contar. Es el caso de los trabajos que ofrecen Rafael Ferro (el médico) y Peter Lanzani (el paciente), que juegan un intenso contrapunto actoral, sin fisuras. Sorprende especialmente Lanzani por sus escasos antecedentes en piezas de esta densidad, siendo que a Ferro ya se lo vio en papeles de similar carnadura.

Los personajes secundarios apuntalan y ayudan a definir el perfil de los protagónicos. Cinco actores les prestan el cuerpo a los caballos que terminan siendo víctimas del delirio místico de Alan: su intervención remedando los movimientos de los equinos son de un gran realismo y una emocionante belleza.

Quedan flotando sobre el final profundos interrogantes sobre la neurosis que le hace ver al joven que el animal es su Dios. Eso, y la necesidad irrefrenable de psiquiatra y paciente de creer, amar y vivir con fervor y entrega hasta el último aliento.

Hay un comentado desnudo masculino, sí (y otro femenino que no se promociona), pero es lo de menos. Lanzani con esta obra saca chapa de actor.

Calificación: Muy buena