Mirador político

Fin de ciclo

La presidenta Cristina Fernández espera que el ajuste corra por cuenta de su sucesor. Deja por lo tanto para Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa la ingrata tarea de volver a poner la economía sobre los rieles.

El tope puesto a los aumentos salariales por el Gobierno es uno de los indicios más claros de que llegó el fin de ciclo político iniciado en 2003 por Néstor Kirchner. Ese ciclo político se acaba porque se acaba el ciclo económico que lo hizo posible. Un ciclo de consumo estimulado artificialmente, de desborde del gasto público, de déficit fiscal en aumento, de emisionismo e inflación por encima de cualquier límite tolerable para una economía que pretende crecer de manera sustentable.

Fue un ciclo económico que hizo posible una enorme acumulación electoral por parte del Gobierno. Pero ese tipo de acumulación es contraria a la acumulación del capital y la economía terminó resintiéndose, a pesar de que el Estado recaudó como nunca. O quizás precisamente por eso.

El ciclo expansivo finaliza y viene el de ajuste. A ningún político le gusta dar esa mala noticia que resta votos, pero el tope a los incrementos salariales por debajo de la inflación es un hecho y representa la primera manifestación de un ajuste imposible de esconder con palabras.

El kirchnerismo intentó mitigar los efectos nocivos de su populismo electoral con distintas armas. En 2007, cuando los precios comenzaron a dispararse por primera vez, destruyó el Indec. Después intentó utilizar el dólar como ancla, pero quemó las reservas pagando deuda y la presión cambiaria escaló. Como gastaba cada vez más y financiaba ese gasto con emisión, las medidas represivas (precios máximos, cepo) fracasaron y la inflación superó el 25%. Al llegar a este punto resolvió echar mano a un último recurso, usar los salarios como ancla, aunque contradiga el discurso oficial y el "modelo".

El pedido de "responsabilidad" hecho el lunes por el ministro Axel Kicillof a los empresarios para que no trasladen los aumentos concedidos en paritarias a los precios, repite una vieja situación generada por los gobiernos populistas: primero ponen precios máximos y persiguen a los comerciantes, después, topes salariales y empiezan a pelearse con los sindicalistas, y por último "resetean" las variables con una devaluación que licua el gasto público.

La variante en este caso consiste en que la presidenta Cristina Fernández espera que el ajuste corra por cuenta de su sucesor. Ella hizo un intento moderado devaluando en enero de de 2014 y los resultados no fueron buenos. La inflación se potenció y su imagen comenzó a caer en las encuestas.

Deja por lo tanto para Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa la ingrata tarea de volver a poner la economía sobre los rieles. En ese sentido la retórica electoral que dice que algunos son más ajustadores o neoliberales que otros no pasa de eso: de retórica. La recesión no cree en discursos y continuará mientras no se tomen medidas de saneamiento.

Pero el ajuste también puede ser aprovechado políticamente. Lo hacen los gremios aliados al Gobierno que amagan con volverse "combativos". También lo hacen los sindicalistas opositores que repetirán una vieja muletilla: los trabajadores no generan inflación; son sus víctimas. Es una historia repetida: todo esto ya ha pasado cada vez que el ciclo económico se agotó y se puso en marcha un nuevo ciclo político.