Siete días de política

Massa intenta poner freno a la polarización Scioli-Macri

Después de perder en Santa Fe y Capital hizo un acuerdo con De la Sota y un acto en Vélez, pero su problema no es que le falte visibilidad, sino que no se sabe si es opositor o más de lo mismo.

A 90 días de las primarias nacionales la competencia se ha limitado a tres candidatos, uno de los cuales perdió terreno en los últimos meses y tiene posibilidades ciertas de quedar fuera del eventual balotaje: Sergio Massa. Los otros dos están en posiciones más ventajosas: Daniel Scioli lidera las encuestas, parece haber resuelto sus diferencias con la presidenta Cristina Fernández a juzgar por el entusiasmo con que recita el credo oficial y convirtió la interna peronista en un plano inclinado a su favor. Florencio Randazzo, su rival en la interna K, está  prácticamente solo.

Por su parte Mauricio Macri le sacó ventaja a Massa en los últimos tiempos tanto en materia electoral como de rosca política, aunque esto último pueda parecer sorprendente en alguien que propone una manera distinta de hacer política. Primero le escamoteó a un peronista “presentable”, Carlos Reutemann, después a los radicales que manejan el partido con Ernesto Sanz a la cabeza y más tarde le dio dos palizas electorales. Ambos hechos están  unidos.  La dirigencia desarrolla el olfato para saber quién está  en mejores términos con el electorado y cierra los acuerdos antes de que pueda probarlo en las urnas. Ser un dirigente exitoso hoy consiste en saber de qué lado sopla el viento. Por eso los inacabables saltos de un bando al otro.

En Santa Fe, Massa había lanzado la candidatura de Eduardo Buzzi con la esperanza de restarle votos e impedir que Miguel Del Sel ganara. El desempeño de Buzzi fue paupérrimo y Del Sel les ganó a todos: al oficialismo socialista-radical, al cristinismo y al massismo.

 En la ciudad de Buenos Aires le fue mucho peor. Su candidato, Guillermo Nielsen hizo un papelón y Macri, con un candidato de poco carisma (por decirlo de alguna manera) le ganó por 10 puntos a quien era su verdadera esperanza: Gabriela Michetti. El domingo pasado por la noche hubo festejos en todos los comités de campaña (hasta en el kirchnerista, donde las encuestas a boca de urna parecen haber sido encargadas al Indec), pero Massa estuvo inhallable.

A estas malas noticias deben sumarse la fuga de dirigentes -el intendente Cariglino está  preparando la garrocha de emigración- y la caída en las encuestas. Todo parece indicar que Massa fue usado en 2013 por el electorado para derrotar a la presidenta y terminar con la “rerré”, pero que ahí concluyó su papel histórico.

Como es obvio Massa no piensa lo mismo y decidió retomar la campaña. Lo hizo con el anuncio de un acuerdo con José Manuel de la Sota, un veterano de las “renovaciones” peronistas, ya que perteneció a la de los años 80 en la que militaban figuras hoy desaparecidas de la política como Carlos Grosso y José Luis Manzano. Tan pobre capacidad para reunir dirigentes de peso es señal de aislamiento y desconfianza en su futuro político.

Con el acto en Vélez no le fue mejor. Los “baños de multitud” son un anacronismo que sólo sirven para dos cosas: dar trabajo a los punteros que movilizan a un porcentaje variable de la concurrencia y reunir a miles de personas para recitarles consignas a los gritos. En este caso las consignas estuvieron destinadas a descalificar a Scioli por su alineamiento con el gobierno y a Macri, por su presunta intención de retornar a los 90. Paradójicamente quien fue menemista en los 90 y kirchnerista en los 2000 lo acusó de “ser la Argentina del pasado”.

Pero el problema del líder “renovador” no son las contradicciones fácilmente detectables, sino la falta de identidad. Scioli se hizo cargo del legado kirchnerista: Indec, cepo, Milani, etcétera. Tiene un cartel en el pecho que dice “continuidad”. Macri propone un cambio. Prometió eliminar el cepo y a nadie se le escapa que su gestión ser  más amigable con la iniciativa privada que la de Scioli o Massa, aunque ambos hayan sido menemistas.

Massa, en cambio, intenta presentar un perfil ambiguo, continuista y reformador a la vez. Lo dijo desde el campo de Vélez: ir por el camino del medio. Una opción difícil de trasmitir al electorado y poco atractiva tanto para quienes creen que el gobierno ha hecho las cosas bien como para quienes creen que ha sido una mezcla de ineptitud y corrupción inadmisibles. Allí reside su punto débil, porque se acerca la hora de las definiciones y los electores reaccionan sólo ante los trazos gruesos.