Los universos de una gran poeta

"Nueva correspondencia Pizarnik" es una compilación de eIvonne Bordelois y Cristina Piña que revela a una escritora insegura y perfeccionista, pero no por eso menos atenta a la promoción de su obra y la de sus amigos. Una personalidad compleja rastreada en sus obsesiones y deseos.

Publicar cartas de figuras significativas dentro del universo cultural, continúa siendo un aporte a su conocimiento individual. La carta, esa rareza arqueológica del siglo pasado, junto con los diarios personales, otra rareza de lo que conformara la llamada "escritura íntima", son territorios listos para ser explorados. Tierra donde cada frase y aún cada palabra mantiene su valor para los buscadores de tesoros. La carta nos abre los mapas, los universos del que escribe.

Por eso esta Nueva correspondencia Pizarnik de Ivonne Bordelois y Cristina Piña, incorpora como la anterior, compilada por la primera, nuevas señales del mundo de Alejandra Pizarnik, "buscadora de una vida más vida que la vida".

Poeta que hizo de su cuerpo un poema, la autora de Extracción de la piedra de locura se revela a través de sus cartas. Esta vez son 40 y se suman a las publicadas y anotadas por Bordelois hace 16 años.
Por ellas sabemos de las muchas Alejandras que integraban la Flora Pizarnik, que naciera en Avellaneda en 1936 y murió en 1972. Será Buma para sus padres o para Juan Jacobo Bajarlía, su amigo Jean Jacques, que como ella se interesaba por el mas allá, el misterio del crimen, los robots o los vampiros.

Sería Flora Alejandra para el poeta Gustavo Aguirre. Alejandra para Ruben Vela o sus amigos Antonio Requeni y Elizabeth Azcona Cromwell. Alejandrita para Ivonne Bordelois. Sasha para el director de la prestigiosa revista Zona Franca de Venezuela. A. y Alex para algunos y hasta la rimbombante Alejandra de la Tour du Papier Lilas et Vert und Taxis con que firma las divertidas cartas dirigidas a Esmeralda Almonacid.

Si, por un lado, las cartas subrayan esa necesidad de perfección, "de la lucha con los poemas cuerpo a cuerpo" (carta a Juan Liscano), por otro sorprende su deseo de seguir una carrera (en su "odiada" Facultad de Filosofía y Letras), cuando le dice a Ruben Vela, poeta y diplomático, que ese hecho "le da la sensación de no ser una exiliada, una mendiga triste". Para luego criticar los actos de lectura de poemas por sus autores, organizadas por un popular diario de Buenos Aires, a los que ha sido invitada y por supuesto de los que no participó, y terminar en un lamento ("si se pudiera vivir la verdadera vida...!!!"), quizás obviando determinados mecanismos de difusión inaguantables para su particular espiritualidad.

Su crítica a las manifestaciones poéticas del período sesentista ("penosa situación de la poesía argentina") se comprende ante el consiguiente distanciamiento que la hace refugiarse en sus admirados Olga Orozco, Enrique Molina, Antonio Porchia hasta manifestar claramente a María Elena Arias López en una de sus cartas: "Necesito hablar con vos de literatura, no de ésta sino de aquélla".

AMIGA DE SUS AMIGOS

Amistad, admiración, similitud de visiones se pueden apreciar en las cartas a Ivonne Bordelois, Julio Cortázar, Manuel Mujica Láinez, Sylvia Molloy y a quien habría conocido a su vuelta de París en 1966, Silvina Ocampo, con la que la unía un particular deslumbramiento y motivos de inspiración comunes. Con el autor de Bomarzo y el director teatral Cecilio Madanes compartieron dibujos en la galería de Leonor Vasena a mediados de los "60. Collages, jugueteos gráficos son presentados con alternancia cromática en cartas al autor de Rayuela, Esmeralda Almonacid y el poeta Antonio Fernández Molina, entre otros.

A pesar de los desajustes que una y otra vez revela la escritora con la realidad, llama la atención su eficiente mediación en cuanto a acercamientos laborales con amigos y desconocidos en los que reconoce talento.

Así autores apreciados por Alejandra son sugeridos a distintas personalidades como sujetos de reportajes (Juan José Hernández), o por obras factibles de publicación, como en los casos de Alberto Girri, Susana Thenon o Murena. También la obra critica le merece un especial reconocimiento en críticos excepcionales como Jaime Rest y Enrique Pezzoni. Mientras que en distintos momentos de sus comunicaciones epistolares muestra la profunda admiración que siente por Porchia, Enrique Molina, Amelia Biagioni y Olga Orozco. Y la simpatía que la acerca a Roberto Yahni, Antonio Requeni, Marcelo Pichón Riviere y el escritor y traductor Eduardo Paz Leston. 

Otra circunstancia que puede rastrearse a través de sus cartas es la posibilidad que barajaba con dos amigas, de crear una editorial. Alejandra Pizarnik logra en su condición de mediadora conseguir los derechos de publicación de parte de la obra de Silvina Ocampo para Antonio Beneyto, escritor, pintor y editor español. Y en cuanto a su propia obra intenta fijar puentes con Latinoamérica y Europa. 

Por esas mismas cartas sabemos que Alejandra Pizarnik no encuentra pie "en este país que vacila y donde los mejores terminan yéndose" (como ella dice). Añora París, "su patria secreta", sólo el que conoció en su primer viaje y un mundo donde Karen Blixen, a la que comparaba con Chéjov, Eleonora Carrington, Djuna Barnes, Remedios Varo, Janis Joplin o Julio Cortázar puedan formar su corte. Ese Cortázar que la hace decir, también por carta a una amiga, "la mera razón de que Julio exista en este mundo es una razón para no tirarse por la ventana".

Su universo de cisnes, mariposas, barcos de papel que impregnan sus tarjetas y esquelas y son reproducidos en esta nueva correspondencia, confirman la complejidad de su temperamento, capaz, en la última etapa, "de poemas procaces, disonantes" como ella misma le dice al crítico suizo Jean Starobinski, lejanos "de aquéllos donde tenía una casita para mi sola con un jardín". 

Valiosa la tarea de Ivonne Bordelois y Cristina Pigna en el rastreo cuidado y minucioso de las cartas. Su conocimiento permite afirmar sus obsesiones y deseos, reafirmar la entrega y continuo combate con la palabra en su misión de significar la arisca realidad. Pero también posibilita conocer esa vertiente de amiga de sus amigos, preocupada por sus creaciones, consciente de sus talentos y alerta en su tarea de mediación que le podría permitir la publicación de sus trabajos.

Alejandra Pizarnik se muestra como una Alicia (la de Lewis Carroll) angustiada por una realidad que no comparte y de la que sólo rescata contados nombres. Alejandra, una vez más, ahora a través de su correspondencia, revela distintas facetas de su compleja personalidad.