Dos símbolos de la era contestataria

Las obras de Günter Grass y Eduardo Galeano son inseparables de las controversias políticas de su tiempo. Ambos autores fueron hombres de izquierda y hasta el fin de la guerra fría ejercieron amplia influencia en el paisaje intelectual de Europa y América latina. Su legado meramente literario admite valoraciones divergentes.

Las muertes, el lunes pasado, de Günter Grass y Eduardo Galeano, privaron al mundo de la cultura de dos ejemplares de una especie ya casi extinta: la del intelectual contestatario. En ambos casos, aunque en el del segundo resulta más evidente, sus trayectorias estuvieron ligadas a una toma de posición crítica ante la realidad. Sus voces, al principio incómodas y luego bastante aceptadas, se hicieron oír en los grandes debates ideológicos de su tiempo e influyeron en generaciones de lectores ávidos por llamarse "militantes".

Los dos fueron hombres de izquierda. Grass, desde siempre cercano a la socialdemocracia, a la que sin embargo cuestionaba por su "centrismo". Galeano, un infatigable adalid del castrismo, el indigenismo y el antiimperialismo latinoamericanos. Los dos, además, fueron autores de libros decisivos en su ámbito cultural. Así, de El tambor de hojalata (1959), una de las grandes novelas del siglo XX, se ha dicho que en ella Grass "dio origen...a la literatura alemana de posguerra". Nada menos. ¿Y qué opinar de Las venas abiertas de América Latina (1971)? ¿Cómo medir la influencia que tuvo esa panfletaria obra de Galeano en promociones enteras de intelectuales, académicos, políticos y simpatizantes izquierdistas de todo el mundo de habla hispana?

Formados en la era sartreana del intelectual comprometido, cada uno a su modo fue un mandarín cultural, un guía ideológico, un ma”tre ´a penser. 

Grass se identificó con el socialismo de Willy Brandt y más tarde con el de Gerhard Schroeder. A fines de la década de 1970 capitaneó la oposición alemana a la instalación de misiles estadounidenses en su territorio, una postura barnizada de pacifismo que sin embargo no objetaba la instalación de similares proyectiles soviéticos en la Alemania comunista. Luego, en los años "80, se trenzó en agrias polémicas con colegas que, socialistas como él, habían terminado por abrazar el liberalismo, tal el caso de Mario Vargas Llosa.

La intensa discusión entre ambos ocurrió en foros públicos y se derramó en artículos de prensa en los que el peruano, por lo demás un declarado admirador de El tambor de hojalata, cuestionaba a Grass por su favoritismo con las dictaduras de izquierda y su presunto desprecio por la democracia occidental.
Pero la imagen del germano no siempre relució.

Encumbrado por su audaz abordaje literario de la herencia nociva del nazismo en la llamada Trilogía de Danzig, Grass entró en un cono de sombra en 2006 al admitir, con motivo de la publicación de su libro de memorias Pelando la cebolla, que había integrado las Waffen-SS, el cuerpo militar más selecto y fanatizado del régimen nazi. Una posterior crítica pública al estado de Israel, en 2012, pareció hundir su reputación hasta niveles irrecuperables.

Galeano, en cambio, no ha conocido en vida el ocaso. Sus abundantes escritos contra la Iglesia, la conquista española de América, el imperialismo estadounidense y los diferentes regímenes latinoamericanos no socialistas nunca pasaron de moda entre la intelectualidad de izquierda. Como tampoco su lirismo procastrista lo privó jamás de lectores cómplices.

Apenas corresponde apuntar que el fin de la guerra fría pareció moderar hasta cierto punto la necesidad de un intelectual de combate como él. Las férreas líneas divisorias este-oeste se hicieron más borrosas y su pluma siempre tan precisa perdió algo de la intensidad por la que se había hecho famosa.

Quizás en ese contexto corresponda ubicar la insólita -y valiente aunque tardía- admisión de que escribió su obra más famosa, Las venas..., sin tener los conocimientos suficientes. "Intentó ser una obra de economía política, sólo que yo no tenía la formación necesaria -dijo el año pasado durante una visita a Brasil-. No me arrepiento de haberla escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada".

El vate del izquierdismo latinoamericano se declaró, incluso, incapaz siquiera de leer su propio libro, ese ambicioso tratado de barricada en el que repasaba la historia del continente desde la colonización europea hasta la década de 1970. "No sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado -reconoció-. Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital".

Si Grass y Galeano pueden ser comparables por su intenso grado de compromiso político mantenido a lo largo de cinco décadas, no lo son tanto por su valor literario.

Existe amplio consenso en que el alemán, galardonado en 1999 con el Premio Nobel de Literatura, ha sido el principal escritor de su lengua en la segunda mitad del siglo XX. Su vasta obra, que incluye narrativa, ensayo, teatro y poesía, es un desafío constante a la inteligencia del lector y desborda de provocaciones, irreverencias y desplantes. 

Esos rasgos quedan de manifiesto en el más elogiado de sus libros, El tambor..., novela experimental y picaresca que es narrada por Oskar Matzerath, un niño que deja de crecer y funge como la conciencia amoral y delictiva del Tercer Reich. Su mejor traductor al español, Miguel Sáenz, lo calificó de "libro de aventuras maravillosamente escrito" que "en algunos pasajes, roza anticipadamente lo que hoy se calificaría de realismo mágico". Y Vargas Llosa, el gran contradictor de Grass en lo político, alabó "su desmesurada ambición, esa voracidad con que pretende tragarse el mundo, la historia presente y pasada, las más disímiles experiencias del circo humano, y transmutarlos en literatura".

No puede decirse lo mismo de la -también prolífica- obra de Galeano. Sus críticos más entusiastas han reconocido que, en verdad, el uruguayo siempre escribió el mismo libro. Con títulos y formatos diferentes pero ceñidos a un solo hilo narrativo-argumental: la exaltación dialéctica de los vencidos frente a la prepotencia de los vencedores. Llámense indígenas opuestos a conquistadores, herejes contra el dogma religioso, o las diversas y humildes naciones latinoamericanas sometidas al "imperio". Se trató en todos los casos de una constante reescritura de la historia continental en busca de la historia oculta, la historia verdadera.

Lo hizo, es cierto, con una prosa pulida y cargada de lirismo que bien puede calificarse de poética, y con una persuasiva eficacia a la hora de elegir la palabra justa y la frase más emotiva y punzante. Pero la tan escuchada definición de que Galeano fue, ante todo, un escritor político, explica y circunscribe el alcance de su producción, en especial si se recuerda que el uruguayo fue contemporáneo, entre otros, de creadores latinoamericanos de la talla de García Márquez, Lezama Lima, Cortázar, Fuentes, Donoso, Cabrera Infante y, claro, Vargas Llosa.

Grass y Galeano. Imprescindibles para entender la historia intelectual y política de los últimos cincuenta años en Europa y América latina. Y al mismo tiempo, dos símbolos de una era cultural incandescente, de la que hoy apenas si quedan algunos rescoldos.