Entre la fantasía y el rencor

La última Asamblea Legislativa de la Presidenta no fue un acto institucional; tampoco en él se habló del estado de la Nación. Fue un discurso proselitista, de alguien que quiere dar la impresión de que seguirá en la lucha por el poder después del 10 de diciembre.

Ayer durante tres horas y media el recinto de la Cámara de Diputados funcionó como unos de esos patios internos de la Casa Rosada donde la presidenta Cristina Fernández habla a sus festivos seguidores de "La Cámpora".

De manera que su última Asamblea Legislativa no fue un acto institucional; tampoco en él se habló del estado de la Nación. Fue un discurso proselitista, de alguien que quiere dar la impresión de que seguirá en la lucha por el poder después del 10 de diciembre.

Su largo monólogo tuvo dos rasgos centrales, la fantasía y el rencor. La fantasía estuvo en la versión que dio de la economía. Vive en un realidad paralela de la que cuesta muy poco despertarla. Empezó diciendo que un periodista del Financial Times había elogiado por tuit su gestión señalando que bonos de la deuda estaban cotizando sobre el par. Pero la afirmación duró poco. El mismo periodista volvió a tuitear que los bonos subían porque ella se va, lo que mejora las expectativas de la economía.

Más tarde y entre otras afirmaciones ovacionadas por los aplaudidores de las galerías y de las bancas, sostuvo: "Hemos desendeudado definitivamente a la república". La verdad es que el país está en default selectivo y que después del feroz recorte que significó la renegociación hecha por ella y por su marido la deuda subió en lugar de bajar. En 2003 era de 171 mil millones de dólares y a fines del año pasado, de 240 mil millones.

Su fantástico discurso para consumo de militantes no incluyó la palabra "inflación", ni "cepo cambiario", ni "caída del empleo" ni mucho menos "recesión". Pero incluyó -paradójicamente- las excusas para justificar esos males: la recesión mundial, la baja "especulativa" de los precios de los "commodities" y el "terror" sembrado por la televisión y los economistas que vuelven más cautelosos a los consumidores. Los lugares comunes resultan tan conocidos y primarios que no hace falta refutarlos.

Después de los éxitos imaginarios la presidenta abordó la cuestión que todos esperaban: la muerte del fiscal Nisman. En ese punto mostró el enojo que la consume desde que quedó en medio de las peores sospechas. Arremetió contra la prensa, contra la justicia que no controla y hasta contra un ex embajador de Israel.

A los gritos se reivindicó campeona de la causa AMIA que no avanzó un milímetro desde que ella y su marido llegaron al poder en el lejano 2003. También estigmatizó a lo Justicia diciendo que viola la Constitución y las leyes. Con tanta furia se olvidó el principal cometido de su vista al Congreso: declarar abierto el año parlamentario.