La vuelta del hijo pródigo

Hasta los 27 años, Evelyn Waugh fue un libertino alejado de toda forma de religiosidad. Su acercamiento a la Iglesia le cambió la vida y transformó su literatura. El mejor testimonio de esa conversión es la novela "Retorno a Brideshead"

Evelyn Waugh (1903-1966) fue uno de los más grandes escritores ingleses del siglo XX, un humorista cáustico cuyo amplio dominio del idioma le permitía expresarse en un estilo preciso, medido y transparente. Pero también fue un hombre de una profunda religiosidad adquirida en el comienzo de la edad adulta, una vez que pudo dejar atrás un intenso período de agnosticismo libertino. Vivió, así, una suerte de parábola del hijo pródigo reeditada en el mundo moderno.

Formado en la Universidad de Oxford de la irreverente década de 1920, Waugh se distinguió allí menos por el lustre académico que por su afición al alcohol (que ya no abandonaría) y a las juergas y por lo que más tarde su amigo y biógrafo Christopher Sykes llamó una "fase homosexual extrema" que "durante el poco tiempo que duró, fue irrestricta, tanto física como emocionalmente" (Evelyn Waugh. A Biography, 1977).

Tras experiencias fallidas en el periodismo y la docencia, y un también fallido intento de suicidio, Waugh alcanzó un éxito descomunal con su primera novela, la cómica Decline and Fall, y con una elogiada biografía de Dante Gabriel Rosetti, ambos libros publicados en 1928. 

Ese año se casó con Evelyn Gardner, una joven de su misma edad pero con mucha más experiencia en materia sentimental. El matrimonio duró poco más de un año, hasta que ella lo dejó por otro hombre. La ruptura sumió a Waugh en una profunda depresión y cambió, acaso para siempre, un temperamento que hasta entonces había sido alegre y optimista. Pero al mismo tiempo, esa etapa de hondo abatimiento favoreció, de algún modo, el acercamiento de Waugh a la Iglesia, hecho que él siempre consideró como el más trascendente de su vida.

La conversión ocurrió en 1930 tras ser catequizado por el sacerdote jesuita Martin D"Arcy. Desde entonces ha sido común explicar el cambio de Waugh como una reacción sentimental motivada por la tristeza que sentía tras la separación, algo que el padre D"Arcy procuró aclarar. "Evelyn nunca habló de experiencias ni de sentimientos -escribió en "La religión de Evelyn Waugh", ensayo incluido en la recopilación Evelyn Waugh and his World (1973)-. Había llegado a saber y entender lo que creemos que es la revelación de Dios y eso hacía que conversar con él fuera una discusión interesante basada principalmente en la razón. Nunca conocí personalmente un converso que fundara tanto su consentimiento en la razón".

UN CAMBIO COMPLETO

Tras la conversión la vida de Waugh cambió por completo. Viajó por el mundo en busca de aventuras y de temas para ganarse la vida escribiendo. Publicó ocho libros en ocho años, incluidos una biografía del mártir jesuita san Edmund Campion (1935) y la divertidísima novela sobre el mundo del periodismo Scoop (1938).

Sus amistades con mujeres distinguidas como Diana Cooper o Nancy Mitford y la relación que entabló con los Lygon, una familia de la antigua nobleza católica venida a menos, le dieron el refugio que necesitaba en sus días de soledad. Que tampoco se extenderían demasiado. Ya que después de conseguir la anulación del primer matrimonio, Waugh se casó en 1937 con Laura Herbert, otra conversa al catolicismo a la que había conocido cuatro años antes durante un viaje a Italia. Con ella tendría siete hijos (uno de los cuales murió al nacer) y viviría alejado de la gran capital en diferentes propiedades campestres.

Waugh convirtió buena parte de esa experiencia vital en su novela más famosa y la más discutida por los críticos, Brideshead Revisited (Retorno a Brideshead, 1945). Al comienzo de la obra el protagonista, Charles Ryder, lleva una vida disoluta que progresivamente va cambiando ante el contacto con los diferentes miembros de una familia católica de antigua prosapia británica.

La historia de la propia conversión de Waugh resultaba evidente en el desarrollo del argumento, como también su esfuerzo por dar a la religión el papel central que el mundo moderno parecía empeñado en negarle. En el prefacio agregado en 1959, el autor definió así el tema del libro: "La actuación de la gracia divina sobre un grupo de personajes disímiles pero estrechamente vinculados".

En su biografía, Sykes completó la idea destacando que Waugh se propuso realzar en la novela "el constante renacimiento de la fe, bajo las circunstancias más inverosímiles y hasta indignas" y abordar algunas de las Cosas Ultimas: "cómo enfrentar la muerte, las verdades cristianas y las afirmaciones universales de la Iglesia Católica", algo que, a su juicio, no se había intentado de ese modo en el mundo de habla inglesa desde las novelas de Robert Hugh Benson escritas principios del siglo XX.

Irascible, mordaz e impaciente, Waugh podía ser también muy generoso con amigos o colegas afligidos. Se definía como conservador y desconfiaba de la democracia y de la pertinaz influencia de la masonería. Sentía una profunda admiración por Hilaire Belloc y un desprecio inocultable por Winston Churchill, de quien decía que "siempre había estado equivocado".

Se carteaba sin reservas con brillantes escritores de su generación como Cyril Connolly, Anthony Powell, George Orwell o Henry Yorke. Conversaba de teología y religión con Thomas Merton. Mantuvo hasta el fin una cálida amistad con Graham Greene, pese a las flaquezas religiosas en las que solía incurrir el autor de El revés de la trama.

Fue, al igual que Papini o Claudel, un converso militante, siempre dispuesto a contribuir a la conversión de los demás. Así, por caso, durante dos años intentó -sin éxito- persuadir al poeta John Betjeman del peligro para la salvación de su alma que entrañaba su continuidad en la iglesia de Inglaterra. 

En sus últimos años, cuando ya había concluido su admirable biografía del padre Ronald Knox, otro converso, y la trilogía bélica Sword of Honour (que tal vez sea su mejor obra), Waugh sintió como un golpe inesperado el espíritu renovador del Concilio Vaticano II.

Creía un error grave, acaso irreparable, la pretensión de cambiar una liturgia que tras un desarrollo de siglos había permitido al hombre común tener una forma de aproximación a la santidad y a lo divino. Pero aseguraba a sus conocidos que, pese a todo, no iba renegar de la fe que había abrazado a los 27 años. En una de sus últimas cartas, fechada el 30 de marzo de 1966, escribió: "La Pascua solía significar mucho para mí. Antes de que el papa Juan y su Concilio destruyeran la belleza de la liturgia...ahora me aferro tercamente a la Fe sin gozo. Ir a la Iglesia es un mero desfile por obligación. No viviré para ver su restauración. En muchos países es peor" (The Letters of Evelyn Waugh, 1980).

Diez días más tarde, a poco de regresar de una misa oficiada en el rito antiguo, Waugh murió tras sufrir un infarto repentino.